domingo, 23 de diciembre de 2012

Esta es mi más reciente publicación.  Salió en el periódico "Diálogo" y trata sobre el libro de Lourdes Vázquez titulado "Sin ti no soy yo".  Ojalá la disfruten tanto como disfruté escribirla.

Sobre "Sin ti no soy yo" de Lourdes Vázquez

domingo, 9 de septiembre de 2012

El otro inasible que me moja: Maretazo




Presentación del libro titulado Maretazo, de José Cáez Romero
miércoles 5 de septiembre de 2012
La palabra maretazo es un neologismo.  José Caez Romero, como hicieron los mejores poetas de vanguardia, se inventa la palabra que titulará su primer libro de poesía, al modo de Altazor, de Trilce.  Como los maestros que se hacen entender a pesar de inventarse un lenguaje, la palabra “maretazo”, que encabeza este viaje concebido por Caez, se posa límpida en la página; como la especie de águila que vuela alto antes de olvidar cómo volar y entregarse a la caída en los versos de Vicente Huidobro; como la saudade, la triste dulcura que se inventa César Vallejo para nombrar sus dos culturas, el acariciado dolor de abandono de la utopía que es la vida en comunidad de su niñez.  Para Caez, un maretazo es un golpe de mar, como un galletazo, un cocotazo, un codazo.  Es la presencia fuerte del otro, su “olarrastre” o su embestida erótica, como dice en “Contigo”:

Contigo todas las veces el mar
la marcha nómada de mi silencio
la cuesta noble y redonda de tu cuerpo,

Contigo el infinito
el azul que se arropa caricia
entre tus pestañas.

Contigo la roca, el musgo
el cielo espuma derramado
en las copas de la aurora.

Contigo la olarrastre de peces
el arrecife duro de tu temple ágil;
el cayo verde casa de frailecillos.

Contigo la marea
el ir y venir de tu maretazo duro:
la corriente velera de las sirenas.  (31-32)


El maretazo es el mar, metáfora del otro con quien queremos comunicar; cuyo ser siempre nos agrede; se nos lanza o nos es lanzado a la cara, aunque vayamos a entregarnos a él, aunque lo veamos pacífico y abierto a recibirnos.  Me explico, para que nos entendamos.  No es que la voz poética sufre una agresión y se construye, por tanto, como víctima.  Es que siempre que nos intentamos relacionar con un otro estamos invocando la violencia.  Cualquier intento de comunicación presupone la violencia de salirme de mi y querer llegar hasta ti, de que tú hagas lo mismo y nos esforcemos por lograr un terreno común que es siempre imposible de acceder puesto que, ¿cómo simbolizar; poner en código, esto es, en lenguaje, a la violenta y radical singularidad mia; del otro?  En eso, precisamente, es que dialoga con Ángelamaría Dávila, puesto que busca palabras para decir la querencia.  La querencia será siempre inefable, aunque no por ello dejemos algunos de querer la comunicación.  A veces abandonamos las palabras y nos lanzamos al otro cual si fuera un cuerpo de mar en el cual pudiéramos zambullirnos.  Bajo la superficie se ven los peces, los moluscos, o bebemos el agua salada misma que al final quema como el ácido.  Esto no es un hecho.  Es un deseo, marcado por el uso del condicional:

Nadaría hasta lo verde en tu cuerpo
como nadaste tú hasta lo amarillo de mí
buscando desahogo
                                    de tus nostalgias.

También cruzaría
lo plateado de tu rompeolas
hasta llegarte al comienzo,
Es ahí donde todo
                                    se cruza en mis pupilas,
donde se dilatan las canciones de lo acuoso,
donde mi mano crustácea
            se cuelga de tu rostro
para escupirte branquias    colores.  

Tú has nadado mis costas
                        las más sencillas.
Has abismado tu silencio en mis orillas
donde el caracol se arrastra
humectando la luz en la distancia
                                                para acogerte.
Nádame más allá del borde,
Ahógame la sospecha
en tu horizonte         de aguaviva. (39-40)


José Cáez y yo el día de la presentación.

Maretazo es un libro con oficio.  Ya se ha visto el motivo del mar, el mar como lenguaje, como metáfora está explorado, en la búsqueda de reflexionar sobre la posibilidad de comucación con el otro.  Reescribir el mar, seguir explorando sus metáforas responde a la voluntad de insertarse en una tradición específica.  En el Caribe, si se quiere abrir paso como poeta, es probable que se termine por rendir culto al mar o, cuanto menos, por pelearse con él; como lo hicieran Julia de Burgos, quien agarrara la metáfora de Heráclito, quien construyó la vida como un río, nunca dos veces la misma agua, siempre yendo a parar al mar, que es la muerte, como dijo el Marqués de Santillana, y la converte en una autobiografía erótica; Virgilio Piñera, poeta maldito cubano, quien entendió que el agua por todas partes resumía la maldita circunstancia del isleño, preso en su isla, siempre imaginándose el mundo grande, más allá del mar, e incluso Antonio S. Pedreira, cuyo Insularismo, también isla aislada, nunca terminamos de reescribir para mostrar que el mar también tiene sus caminos, aunque se borren luego de que el barco pasa.  

Hay veces que se puede sobrevivir la incomunicabilidad del ser en el día a día.  Otras, se parte con la proa directamente dirigida al naufragio.  Pongo esta frase aquí para introducir mi poema favorito de esta colección: 

Hubiera querido entrarte diferente,
azotarte palabras con arena y malicia
en cada intento
de vociferar mi nombre en vano
cuando la hecatombe de peces
estrangulados por el corte del aire llegó.

Hubiera querido llamarte de mi propiedad,
que tú me llamaras de veras tuyo.
Agazaparnos por siempre entre las piernas,
sudarnos las gotas de los tequieros profundos,
no rompernos más el cráneo
con las esperas a solas; al menos, yo a solas
mirando el reloj, esperando tu siempre llegada
de adioses, de tengocompromisos,
de tengo-al-otro-esperándome-en-la-playa,

esa playa que fue tan mía
desde que enredé mis rizos desaparecidos
en alguna rama de mangle
mirándote, con la mirada de kraken
a punto de devorar las tablas de tu barco.

No funcionó el teatro de mi espera,
te digo que agonicé cada minuto
mi inútil voluntad del otro,
de no ser siempre yo a cada paso de tus huellas.

Pude fingir la estabilidad de los árboles que se dan
en lugares donde no existen los huracanes,
pude fingir con la esperanza de tierra flotante
raíces desde los libretos escritos y memorizados
en caso de que el frío nos descubriera
desnudos y bañados en la peste del otro,
amenazando con la huida, su voz de vacío obvio y
frágil.

No encuentro ninguna justa explicación
a mis berrinches de niño caprichoso
más que la de tu miedo a ser frágil,
a romperte en pedacitos con cada entrega.
¿No sabías que desde el primer momento
en que fuimos recuerdo en el cosmos
se nos abrió una grieta para siempre? (87-88)

En resumen, somos seres hechos de agua.  Nuestros cuerpos sudan y lloran, nos tenemos que hidratar para no morir, luego excretar el agua con las toxinas.  Y es que el cambio constante es la naturaleza del agua que es el único compuesto que se encuentra en la nauraleza tanto en estado líquido, como sólido y gaseoso.  Nos inspira calma con su murmullo continuo, aprehensión porque sabemos de su fuerza indomable.  El mar nos alimenta y nos ahoga, nos roba los tesoros y los esconde, puede curarnos las heridas físicas y emocionales o tragarse un pueblo entero, como trágicamente constatamos al mirar espantados las costas de nuestra antípoda, la isla asiática llamada Cipango, o Japón, hace poco más de un año.  Además ese cuerpo de agua que nos fascina, antiguamente poblado por monstruos míticos, no sabemos si es hombre o mujer.  Decimos el mar, la mar.  En el Caribe representamos esa inmensidad indomable como Poseidón o como Yemanyá, según la tradición mítica que escojamos, nosotros, hijos de la cultura trasatlántica y sus violentas mezclas e intercambios.  Entonces, la voz poética es hombre; es mujer, como también cambia el género sexual de su objeto de deseo.  ¿Podemos fugarnos de esa “maldita circunstancia” de estar hechos de agua salada?  Dejo que Caez conteste con Acuífugo:

Triste
con la tristísima perra tristeza de antes,
con la maldita agudeza del dolor milenario
atravesándome la garganta.

Así se viste mi nostalgia
esta tarde de espejismos apalabrados.
Huyendo su voz como oasis fingido que fue,
me abruma el calor, el vapor de la despedida.

Desde este punto
no se escucha la hondonada canción del agua.
Te la llevaste como Caribdis se lleva
a su guarida de profundidad las cosas.

Hace rato que dejé de sentir los pies
con la arena hirviendo bajo la planta.
No hay más paisaje que el vacío inhóspito y salvaje
de tu huida, de tu adiós, de mi ausencia en ti.

Tanto silencio ahora,
tanta inmensa mudez en mi espacio
de paredes rotas.
Tanto espanto
en este desierto que me ahoga,
sí, porque el agua en fuga, tu agua en fuga,
también es un desierto.  (125-126)

El poemario termina con la arena seca, pero sabemos que esta imagen de sequedad que se nos quiere imponer al final no es verdadera.  El agua no se acaba; se recicla.  Más tarde, luego, quizás en la media mañana o en el ocaso; lloverá de nuevo.  Entonces habrá que reabrir el libro circular, cíclico, nuevamente en la primera página y volver a comenzar diciendo:  “Cuando el sonido del oleaje / rompiéndose entre las rocas / y el del aire danzando sobre / la espuma se mezclan, / puedo jurar / que escucho tu nombre”  (29).

viernes, 10 de agosto de 2012

SAVAGES-SALVAJES

 Es una película sobre la frontera que se borra, entre el yo y el otro, más que sobre el narcotráfico. En un juego especular, unos ven a los otros como salvajes (quienes actúan fuera de todo orden y ley, según mi punto de vista), mientras que al final terminan todos implicados en el mismo juego. Gana el policía corrupto que al principio parecía un imbécil--su virtud es hacerse el imbécil--, gana el traidor mexicano, quien entrega a la jefa y se pasa de bando cuando se le calienta la cosa por acá, y ganan los gringuitos "inocentes" quienes se creen limpios y se embarran en mierda durante toda la película, para limpíarsela en las aguas prístinas del "paraíso perdido", lugar salvaje al que pueden escapar (que también está implicado; por esos lugares se lava dinero, por ejemplo). En ese juego de espejos no me reconozco en el otro, aunque yo sea tú y tú seas yo. No hay diferencia.

domingo, 15 de julio de 2012

Fiesta y consumo: Entre el asombro y la desilusión enamorada. (Sobre los 50 de Andy)



A Juan y a Chuco, porque aprendo leyéndolos. (Ojalá se aprendiera a bailar con una manual)


No tengo modo de saber con cuánta reflexión se acercó el querido Andy a celebrar sus 50 años en la música, ni cuánto lo sacudió el accidente ocurrido a finales de abril. Los medios atestiguan que bastante. Su presencia conmovida en el escenario el 14 de julio, cuando se pudo celebrar la fiesta luego de una breve posposición y 5 operaciones a una pierna, aún más. Verle la cara a la muerte a cualquier edad le mueve las cosas a cualquiera. Sobre todo si acontece tan cerca de una efeméride, palabra que alude a la posición de los astros en un momento específico y con ello, al espacio infinito y nuestra pequeñez; a la reflexión sobre el tiempo y lo que hemos sido en la suceción de momentos eternos que habrá sido la vida del universo que somos cada uno de nostoros. Esa perspectiva hace que recordemos que somos tan polvo como cualquier otro y que mejor que en algún momento hayamos sido polvo enamorado, que es lo único que nos hace eternos (el polvo, la sustancia transformada de lo que fui, sólo retiene de aquélla forma original un amor—eso dijo Quevedo que era un amor; su escencia inseparable de la materia desintegrada hasta su forma visible mínima). No sé, confieso, cómo se organiza una fiesta de ese tipo: un ícono social, invita al pueblo—que tantos teóricos sociales dicen que no es tal, que nunca lo ha sido porque la misma palabra alude a una idea sin correspondiente en la realidad-- que lo quiere a que lo acompañe a celebrar sus 50 años de trabajo.

Si me invitan a una fiesta me visto de fiesta y llevo un regalo. El regalo, según Derridá (Dar el tiempo. La moneda falsa), rompe el círculo capitalista en el cual todo se da esperando algo a cambio. Pero no es cierto que ese regalo sea desinteresado. A una fiesta llevo el regalo a cambio de la fiesta misma. Si el regalo que le doy a Andy es la taquilla que pago, lo doy a cambio del espectáculo que a su vez él me regala. Acá hay un excedente, sin embargo. Lo que pago (si puedo pagarlo) lo ofrezco a cambio del regalo de una vida (50 años) de goce mío, para mí, en mí, vehiculado por medio de su talento; el regalo me lo ha dado él a mí. Voy incluso contenta; con prisa. Me visto (el pelo, el vestido de volantes que se alzan, la ropa interior de encajes, los zapatos que no me duelan) para asistir a una fiesta formal (¡es la fiesta de Andy!), en la que espero bailar, porque la salsa es baile. Eso dicen los sociólogos y académicos. Juan Otero lo pone de epígrafe a su libro Nación y ritmo, cuando nos recuerda que el baile es un proceso por el cual se crea sentido a través del cuerpo, más allá de la retórica letrada:

Yo no soy médico, ni abogado, ni tampoco ingeniero
Ay, pero tengo un swing
Pero yo tengo un swing que muchos quisieran tener,
Yo casi no se escribir casi yo ni se ni leer mama
Pero tengo un swing, pero que yo tengo un swing que muchos quisieran tener.


Eso dijo el Gran Combo y Andy nos lo cantó allí. Llego tarde y casi sentándome, allí está el swin, me dije en mi silla, y miraba atónita a mi alrrededor como un público de cincuenta años (porque la trayectoria es del artista y del público que lo ha seguido) asistía a un espectáculo concebido para el público—he aquí otra abstracción--que no baila, sino que se sienta en su silla, escucha, aplaude, toma fotos. En la arena del coliseo han puesto, si lo vemos de largo desde el lado sur) hacia la izquierda una gran tarima donde será la representación. Frente a la tarima, las sillas más caras para el público de amigos y los invitados que se apuren a asegurar un buen asiento. En el fondo, detrás de esas sillas, está la pequeña arena de baile. Luego los tradicionales asientos del coliseo, tres cuartas partes en torno a la tarima, los lados del escenario casi igual de caros que las butacas de enfrente. Cinco dólares más baratos que los de las personas que bailan al fondo. “Quiero taquillas de arena, pa bailar”. “Sólo quedan las de los lados”. “Pero se podrá bailar, la gente se parará a bailar no importa dónde estén sentados; en los pasillo si es necesario”. “No”. Contesta el de Ticket Pop. La respuesta es rotunda y mi mente duda. Éste no se habrá leído a Chuco seguro. No habrá ido a muchas fiestas. Por eso dice que no así, como si supiera de lo que habla. Yo lo he visto. Donde hay salsa no existe que la gente se siente a mirar. Me contó Juan Otero que El Gran Combo tocó (¿cuándo? No me acuerdo. ¿El Gran Combo, dijo? Ay mi espaceo) en el teatro de la Universidad y el público arrancó las sillas para poder bailar. Desde entonces la salsa estaba prohibida en ese teatro hasta no sé cuándo, pero recuerdo que cuando nació mi sobrina, que hoy tiene 16 años, mi hermano se escapó del hospital para ir conmigo a ver al Gran Combo en el Teatro de la Universidad y bailamos (mi complicidad debió haber estado con mi cuñada. Debí regañar a mi hermano y decirle que su deber era estar allá, pero el que tocaba era El Gran Combo y a fin de cuentas, por más que yo patalee, no le va a etrar mi feminismo—o más bien familismo—a mi querida bestia hermano quien, cuando nació su hija prefirió irse a bailar con El Gran Combo. Hoy lo contamos como un chiste y hasta mi cuñada se ríe. No me odia, creo. No salió tan mal, entonces; y bailamos). Hasta en bellas artes con Gilbertito sinfónico me han contado que la gente se ha parao pa bailar en las esquinas. Recuerdo a expertos debatiendo, a su vez por las esquinas de la esfera pública la primera vez que se propuso la idea, que era absurdo sinfonicar la salsa. Sólo al Caballero se le ocurre. Me dije entonces, no, ese tipo no sabrá lo que dice y seguramente la gente se para y baila. Compro la taquilla y me olvido de la torpeza de aquel interlocutor que tiene que haber sido adiestrado para decir con seguridad que sí, que la gente sigue las reglas. ¿Desde cuándo en este país?

La próxima línea de la canción que cito dice que no se preocupa si no tiene dinero, puesto que por medio de su swing se lo consigue. Y es verdad. Supongo que ha vivido una buena vida “el niño de Trastalleres”. La importancia, una de tantas aportaciones, de su trabajo es la que señala Rodríguez Juliá en El entierro de Cortijo. Aparece, se impone en la esfera pública, al debate social, y al especio público mediatizado, la aportación de un grupo de puertorriqueños negros. Esa aportación pasa por las letras y los cuerpos, la presencia y el movimiento; el apoderamiento social que propicia, incluso en el sentido monetario. Decía Chuco Quintero que la salsa es eso, performance y diálogo, en contra de la jerarquía implícita en la música sinfónica, su composición individualizada para el espectador pasivo, hecha desde y para el consumo de la razón:


... otra manera de hacer música –más performativa—que emanaba de un contexto social e histórico diferente –con otras concepciones de la naturaleza, el mundo, y su tiempo--, donde la expresión individual sólo se daba en la solidaridad comunal: la colectividad manda y el individuo florea. En ésas, pues, la expresión es necesariamente comunicación: el estribillo comunal manda y el soneo individual florea. En este contexto sociohistórico diferente, las heterogeidades de tiempos frangmentados o discontinuos por la colonialidad del poder, heterogeneidades manifestadas a través del polirritmo, se expresan de manaras descentradas, y atraviesan toda “pieza” que, a su vez, combina siempre la estructura dramática de la composición individual con la apertura impredecible de la improvisación en cadena: donde cada individuo florea en ecadenamientos comunicativos que demarcan los sentidos comunales de ciudadanía. (Cuerpo y cultura 55, énfasis en el original. Se refiere a planteamientos de su otro libro Salsa sabor y control).


Perdonen la cita larga. No sé por donde cortar. Chuco nos está diciendo que la salsa es otra manera de hacer música que implica a la comunidad y al cuerpo; el performance dialogante en el que los distintos sujetos que participan de la comunicación tienen la misma autoridad en el proceso de la representación (ninguno está puesto en una posición pasiva). Más adelante añade que la música se construye en diálogo entre “los agentes sonoros y los cuerpos danzantes”. La celebración de 50 años, me digo yo, son cincuenta años de eso. Pero los tiempos cambian. Para este espectáculo habían puesto a los cuerpos danzantes atrás, lejos de la tarima, lo cual impide la comunicación entre esos cuerpos y los que están a cargo del performance sobre el escenario. La comunicación es como una corriente que pasa de un espectador/partícipe al siguiente, de la tarima a la gente, de la gente a la tarima.  Cuando la situación apretaba para que la electricidad pasara de un cuerpo al otro, se disolvía la carga rápidamente.  Yo miraba y miraba al público a ver por qué pasillo habría gente bailando; o en qué momento se levantarían todos y se llevaría a cabo la apoteosis (coño, casi lo perdimos, y en estos tiempos se han ido tantos; son 50 años y es una fiesta). Esa rebelión tiene que ser colectiva. Es la comunidad la que dice cómo vamos a hacer las cosas (así está claritamente planteado al final de la crónica de Rodríguez Juliá sobre Cortijo). Yo estaba al lado derecho de la tarima, desde la perspectiva de Andy, casi donde empieza la oscuridad, como en los juegos electrónicos que se acaba el área programada. No había anonimato de multitud encubridora, ni poder de incitación comunitario (electricidad).  Pero había espacio y lo peor que podía suceder era que me regañaran. Y me paraba a bailar a veces. Bailé par. Pero estaban todos tímidos. Digo, si fuera una gran bailadora, no habría problemas. Pero ahora la gente toma clases. Hay que ser profesional si es que uno se va a parar a empezar la trifulca, pues el cuerpo está expuesto con la intención de asumir un liderato que no surge de la tarima, ni surgirá tampoco del más mongo.

De momento llega el dominicano.  Ese hombre es todo fuerza.   Johnny Ventura saluda, abraza a Andy, quien ha bailado con Danny Rivera hasta decirle, “Suave, abusador, que estoy cojo”. Con “A mi manera” se formó el coro. De hecho, si hubo improvización, floreo, ello se vio arriba, en la tarima, entre ellos, los virtuosos. El espectáculo programado tuvo sus momentos de comunicación lúdica entre las estrellas que se sucedían. Y yo esperando que eso explotara. Le toca el turno a Ventura y éste dice-- ¿Porque en la República no ha pasado como aquí? No digo qué ha pasado aquí que allá no, porque esa es otra crónica. Además, a lo mejor es el bendito Choliseo ese o los productores que no pensaron en hacer de toda la arena una pista. Total, las taquillas de los que bailaban valían lo mismo que las de los que estaban sentados delante a la tarima. ¿Y si ponían mesas redondas para los VIPS para que pudieran bailar además de sentarse a mirar?--. El caso es que fue el dominicano quien llegó y sin pensarlo siquiera, inmediatamente, convocó a la masa: “Todos de pie”. Nos paramos y empezamos a mover los pies. Pero cuando se fue Ventura, nos sentamos nuevamente. Ya eso no tenía remedio y yo estaba hundida en la desesperación. ¿De dónde había salido tanto puertorriqueño disciplinado? No había bailadores en los pasillos, más allá de algún intento tímido aquí o allá.  Domingo Quiñones, el más que canta, cantó más que nadie, sin menospreciar el vozarrón del setentón de Andy.

En frente mío estaban dos doñitos divorciaos, amigos de toda la vida, seguro. Uno de ellos había llevado a su “jevita nueva”. Bailó en su silla todo el tiempo. Tenía un pari brutal montao. La jevita no se inmutaba. Veía yo cómo le explicaba él de qué se trabata el asunto en la oreja a su pareja. Yo aprovechaba y le preguntaba al otro cualquier cosa, cuando me pasaba, como me pasa a menudo ultimamente, que no veía. De repente llega Atabal. Los pleneros elegantemente vestidos de blanco, montados en la tarima de la fiesta. Sin que se nos ordenara desde la tarima, la gente tuvo que pararse y plenear. La muchacha reguetonerita estaba de pie y bailaba plena en movimientos circulares de nalgas, a la manera del perreo. El divorciao la seguía a ella e intentaba perrear la plena, y yo sin entender por qué abandonaba su actitud aleccionadora a la hora de bailar. La rumba callejera se puede vestir de hilo y ser llevada a un escenario, pero, por más que se haya foscilizado el género de la salsa (¿qué era aquello sino una foscilización?), no habrá más remedio que procesar lo que se ve, lo que se escucha, lo que nos regalan, si es que aquello es rumba, por el cuerpo, como fuera; así atestiguan los movimientos circulares de las nalgas de la niña. El perreo era el signo final que me comunicaba que 50 años después ya estamos en otros tiempos. Sólo se vio exhaltada a la reggaetonerita cuando salió al escenario Julio Voltio, seguido de Dadee Yankee, e infiero que, para ella, las estrellas son esos dos. La salsa y el reggaetón se reconocen como productos de espacios parecidos; en distintos momentos históricos y con otras dinámicas, pero emparentados. Ahí está la evidencia, cuando Yankee se despide diciendo: “Andy, tú eres mi otro papá”. Luego de la plena, el momento patriótico, sucede el final.  Encienden luces como cuando sacan una escoba y empiezan a barrer para que la gente se de cuenta de que la fiesta se acabó. ¿Se acabó? Pero si Andy no se despidió y orita decía que me quería mucho. Le dolerá la pierna. Nada de levantarse a aplaudir, a agradecer, a exigirle al músico un bis, una coda. Disciplinados nos levantamos y nos vamos.



Saliendo me preguntan, luego de mis mútiples quejas, “¿Pero tú sabías a dónde venías?” Yo insistía que mis espectativas estaban bien y quienes se equivocaron fueron los productores que seguramente estaban pendientes de curar los aspectos visuales. Allí la pantalla, la bandera en el número final, el elegante sofá blanco por si Andy se cansaba y tenía que cantar sentado. La fiesta sería grabada, seguramente. De esa fiesta, además de la taquilla, los productores se habrán asegurado de que salgan un disco y un espectáculo televisivo. Estoy con eso en mente y me vuelve a la mente Derridá quien cita en su análisis sobre el regalo, el cuento “La moneda falsa” de Baudelaire, quien cuenta de un adinerado que en su casa clasifica sus monedas. Separa unas falsas para darlas a quienes piden dinero en las calles. Ante el público pasa como generoso, cuando en realidad lo que ofrece es un simulacro. Mediante esa anécdota descubre Derridá que un relato funciona si lo que está de por medio no se ve. Me niego a pensar que lo que no se ve de este relato es que Andy nos invitó a celebrar su efeméride cuando el regalo en verdad era para sí mismo; que recibimos moneda falsa. Esto es, un espectáculo de salsa privado de la comunicación básica que lo define. El caso es que el hombre lloró al cantar con su hijo y nos dio las gracias, pueblo, varias veces, verdaderamente conmovido de emoción. A pesar de ello, mucho melodrama y poco goce, sentía yo. Tuve la posibilidad de pensar demasiado parece, juzgando por la extensión de esta crónica que se me escapa de los dedos. Igual lo quiero a Andy y me alegra haber estado en el espectáculo que es atestiguar todo ese talento junto. Pero, confieso, me hubiera gustado que, además de estar vivo y habernos cantado por 50 años (los púbicos son exigentes) que me hubiera regalado la posibilidad de bailar, que es lo mimo que decir, que no hubiera cerrado los canales de comunicación con el público, porque entonces deja de ser en espectáculo del otro tipo que analiza Chuco y se vuelve espectáculo puro y simple. Es simulacro, como gran parte de lo que se nos ofrece en los tiempos que corren.

lunes, 9 de julio de 2012

Política y politiquería



A Tito y Oscar.


 “Hacer política de intrigas y bajezas” dice la Real Academia que es la politiquería.  Un político define una misma acción de forma positiva si la lleva a cabo él o sus correligionarios, o de forma negativa si la lleva a cabo el contrario.  Hoy en día el debate público no se centra en la política, que sería lo relativo al ordenamiento de la ciudad, la polis, puesto que los políticos contratan una agencia de publicidad para que le haga su “campaña de medios”.  Los medios funcionan no a partir de decir públicamente verdades, ni plantear conceptos, no proponen ideas sino que funcionan a partir de la manipulación de opinión de forma maniquea y simple.  Una de sus estrategias es el escándalo.  Es por esto que toda la política hoy es politiquería.  Los medios viven de la controversia vana.  De ahí el llano inuendo continuo, que nada tiene que ver con el debate público que hipotetizó Habermas sería la base de la democracia.

Por otra parte, dice Aristóteles que somos animales políticos.  Somos eso y otras cosas, pero lo cierto es que lo somos en la medida en que no podemos vivir en comunidad—somos animales gregarios—sin que haya una negociación continua a partir de la cual se elaboran las reglas de convivencia.  Esa negociación puede ser por medio de la fuerza.  Así fue hasta la modernidad (¿lo sigue siendo?), cuando la fuerza externa, física, fue convirtiéndose en biopolítica, o fuerza que se ejerce desde la misma definición de ser humano que maneja el colectivo, incluso la de persona, del cuerpo.   Por ejemplo, cuando se firmó la constitución estadounidense, “We the people” no incluía a las mujeres ni a los negros.  Entonces el cuerpo era masculino y blanco. Los “otros cuerpos” se definían como inciviles, imporpios incluso para ser mostrados públicamente; definidos como cuerpos sin alma, sin cabeza con la cual pensar pensamientos propios.   Hizo falta una Guerra Civil, mucho cabildeo por parte de las mujeres mismas hasta el movimiento por los derechos civiles en los años sesenta (recordemos a Rosa Parks, Martin Luther King, el libro Our bodies Our selves) para que la definición misma de cuerpo “legal”, “civil”, “con derechos”, fuera cambiando.  Hoy día se negocian los derechos de los indocumentados (en un mundo que se reconoce sólo recientemente como globalizado aunque lo sea desde principios de la moderniadad misma), de las parejas homosexuales, por ejemplo.  Muchos no lo saben, pero fueron los sindicatos los que negociaron la jornada laboral de ocho horas diarias (ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para el ocio y los asuntos personales de cada cual) y los fines de semana; derechos que hoy día damos por sentado y a los que seguramente nadie estaría dispuesto a renunciar.  Y es que más allá de los políticos profesionales, todo es político.  Todos hacemos política en el sentido en que las decisiones por las que optamos a diario tienen sus consencuencias en el colectivo.  Un día Rosa Parks se negó a ceder su asiento a una persona blanca y la consecuencia de esa acción, luego de una sucesión de acciones correlacionadas, acabó con la política de segregación en la transportación pública en Estados Unidos.  Siempre que optamos por desentendernos de lo que pasa, o pensar que el legislador “roba” pero “todos” lo hacen y ese, por lo menos, es de mi partido y adelantará mis causas, además de que “me pondrá a guisar” estamos llevando a cabo un acto político que tiene consecuencias para la comunidad.  Dije político y no politiquero.  Es algo que hacemos, más allá de lo que dicen quienes tiene acceso a los medios.  Estamos condonando el robo.  Entonces no podemos sorprendernos cuando el ladrón entra en nuestras casas y nos amarra a la cama (le ha sucedido a amigos mios).  ¿Es posible hoy que la política de partidos tenga alguna correspondencia con las necesidades de la polis, más allá del faranduleo mediático?  Creo que allí está una de las preguntas fundamentales de nuestros tiempos.

Podemos pensar como Thomas Hobbes, que el ser humano viviría en una guerra de todos contra todos si no cede parte de su libertad a un estado absoluto que gobierne por el bien común, pero lo cierto es que la historia ofrece innumerables ejemplos de que ese “ente” gobernará para beneficio propio, más allá del mito de Alejandro Magno.  Lo hará porque es imposible que un solo ente de cuenta de las infinitas realidades de sus súbditos, los cuerpos que controla, de modo que sea capaz de promover que prosperen y sean felices.  Es necesario que la organización colectiva surja del pulseo de todos, desde las comunidades hacia arriba.  Vocalizar públicamente las necesidades de los pequeños colectivos hace que esas necesidades sean consideradas en el mapa público.  Esa es la política más sana.  Así se hace democracia y no siguiendo a los políticos del marketing.  Hay que exponer los cuerpos silenciados en el espacio público, hacer que digan.  Ahí está la fuerza democratizante del performance:  en el cuerpo expuesto.

viernes, 29 de junio de 2012

Crónica medio falsa sobre ires y venires boricuas


Con cariño, a Mara, que fue y a su regreso nos regaló el trabajo de su elaborado cerebro...
A mis hermanos.  A la familia extendida y regada.




El artículo más reciente de Deepak Lamba Nieves publicado en el periódico titulado 80 grados  me hizo verificar el dato.  “De cara al reto transnacional y la migración” recuerda a quien lea que el asunto del vaivén isleño es mucho más complicado que una simple “fuga de cerebros”, fidelidad a la patria o traición a la misma.  Si lo sabré yo que nací en Chicago y regresé a los dos años, para hacer hermanos de los primos de aquí, quienes después habrán tenido que irse también, aunque no le hace, porque por ahí regresan mis otras primas con tíos nuevos y la abuela que se había quedado por allá.  Y así se nos ha ido la vida.  Con mitad de la familia por allá, primero Chicago y luego Florida y la otra mitad por acá (no siempre las mismas mitades).  Recuerdo una vez que nos estábamos aburriendo en la fiesta de navidad en casa de mi abuela en Guavate cuando nos llamaron los de Florida.  Tenían tremendo parrandón montao.  Así descubrimos, o por lo menos yo descubrí, que el problema con nuestra parranda, era que se habían ido quienes tocan guitarra y nos quedamos sólo con el cuatro (que hace una labor encomiable pero hay que reconocer que insuficiente sin la cooperación de otros) y dos carrachos.  En estos días, por ahí andan diciendo mis hermanos (¡uno de ellos es el del cuatro!) que “¿Qué hacemos, nos vamos?”.  Yo que me fui por un tiempo y luego regresé (como ellos también hicieron en su momento), los escucho en silencio y dejo que el corazón se me haga pasa sin opinar.  Igual quién sabe si un día de estos me vaya yo también.  Me levante y de momento ya esté ida, sin haberme dado cuenta, puesto que tengo un medio plan que nunca confieso pero tampoco desecho por completo.  ¿Será por eso que cada vez que viajo pierdo el avión de regreso?  Cuatro aviones se me han ido en un año.  La primera vez me esmelené llorando de la vergüenza y la culpa.  La más reciente me fui directamente al SPA del aeropuerto como quien ya se acostumbró a que hay algo fuerte que me hala a cualquier parte, aunque por ahora sea más fuerte el algo que me obliga a estar.

Pero me refería al dato que verifiqué otra vez, porque nunca me ha quedado claro.  Lo que tengo claro es la memoria de estar en California en un salón de clases, con Augusto Monterroso de Profesor en una “Introducción al cuento hispanoamericano”.  Allí no sé de qué se hablaba.  De migración seguramente[1], sólo recuerdo que yo mencioné el asunto de la “fuga de cerebros” (habrá sido el año 95 más o menos) que estaba en toda la prensa de mi país.  Expliqué ese asunto a él y a toda la clase, con la seriedad digna de cualquier aspirante a crítico literario que se quiera hacer tomar en serio por Profesor tan “Gran Maestro de las Letras Hispanoamericanas”, tan cucharacha yo en baile de gallinas como se puede estar en esa escuela privada gringa.  Hablaba con lentitud, con corrección, con el pecho inflado (se me había planteado un tema sobre el que estaba preparada para opinar).  Explicaba quién es Magali García Ramis, una escritora puertorriqueña (letras que en la academia californiana casi no existen).  Ella había escrito, precisamente, un artículo que luego recogió en un libro.  El artículo se llama “El cerebro que se va y el corazón que se queda”.  Si hubiera podido, habría citado de memoria la entrada al mismo.  Trataba de recordar de la forma más precisa posible.  Ahora lo tengo a mano, puedo copiar y explicar que dice lo siguiente:

Tiene que haber un momento preciso del día cuando toman la decisión.  Quizás amanecidos una noche, al despuntar el alba miran al cielo y ven a Venus alineado a la Luna y al ir bajando su mirada verticalmente ven, frente a su casa, los cristales del auto rotos a pedradas.  Ven más allá: toda la fila de carros con las ventanas rotas; miran más aún y se topan con el horizonte de la urbanización tan nueva que prometía en anuncios a colores tranquilidad y seguridad para toda la familia bajo un nombre bilingüe de caché y ambigüedad, atributos que tanto nutren a los puertorriqueños:  ¿Úcares Heights?  ¿Alturas de Reinita Hills?  ¿En cuánto me salió el pronto de esta casa?  ¿Cuánto tiempo pasará antes de que me den un aumento para ampliar la marquesina y poder poner los dos carros adentro?  ¿Cuántos años faltan para que la nena me pida el carro y vuelva un día de madrugada justo cuando la ganga de manduletes rompe-carros esté merodeando el vecindario y ...?  Y debe ser un día, al amanecer, que toman la decisión de irse del país, todos esos hombres y mujeres que ahora no se llaman exiliados como los del siglo pasado, ni emigrantes como los de principios de siglo, ni tomateros, como los de los años ’50 y ’60, sino “Cerebros” (11).

 Explicaba que ella luego incluyó en una colección que se titula La ciudad que me habit...  Interrumpo mi discurso porque veo al Maestro riéndose y no entiendo por qué.  Trato de corregir lo que planteo indicando que, claro, es, cuanto menos, clasista el uso de ese término por la prensa, puesto que la migración se veía de forma positiva cuando eran proletarios quienes se iban, y de repente se vuelve una gran preocupación social si quienes se van son profesionales.  Precisamente eso explic...   El Profesor seguía riéndose de forma cada vez menos tímida, lo cual me producía gran confusión.  Yo hice una pausa y lo invité, muerta de la vergüenza, a decir por qué se reía de mis planteamientos.   Él sólo respondió, “¿No te parece que lo que dices es materia para un cuento?”.

A este punto han pasado ya varios años y veo en una librería un libro del Maestro que no estaba en mi librero.  Tal vez es el 2003 y acaba de morir y quiero rendirle mi pequeño, secreto, homenaje.  El libro que acabo de ver se titula Movimiento perpetuo.  Repaso mentalmente lo que tengo en casa.  Hojeo el libro para estar segura de que no lo tengo.  Veo en la contratapa que se publicó originalmente en el 1972, pero que la edición que tengo es de 1999, publicado en Madrid, para dar más señas, Alfaguara de bolsillo.  Compro el libro.  Llegamos al punto del dato que habría que verificar (pero no quiero, porque se me daña el cuento—mejor me quedo con la crónica medio falsa).   Habría que ver si la entrada número 7 en el índice, titulada “La exportación de cerebros” fue añadida en el 99.  Tiene que ser, porque yo recuerdo haberle explicado al Maestro, haber pasado la vergüenza en el 95 de que se haya reído de mis explicaciones sin entender el porqué.  El caso es que hoy releo su ensayo falso (lo que contiene ese libro son géneros indefinidos) y me río también hoy, como me reí cuando lo leí por primera vez en el 2003 y recordé la conversación inconclusa.  Entiendo, finalmente—yo soy medio lenta, parece--, entendí con sorpresa cuando abrí el libro y apareció en la página todo lo que estaba pensando el cuentero, con el placer de quien acaba de inventarse una historia que contar.  Y sí, tenía razón él.  Es gracioso.  Hoy agradezco que algunos de mis amigos escriban (como agradezco que aparezca quien toque la guitarra), puesto que con ellos, podré seguir conversando aún después de que no estén.  Abriré algún libro y entenderé, con el retraso de algunos años, el chiste que me hicieron un día.  Me reiré con ellos, finalmente. 

Post-scriptum

Verifico en el mundo virtual, que La exportación de cerebros pasó a ser el título de una colección de cuentos de Monterroso que editara H. KLICZKOWSKI, en 2006.

Aquí el cuento de mi vergüenza y luego de mi risa.




  
LA EXPORTACION DE CEREBROS
El fenómeno de la exportación de cerebros ha existido siempre, pero parece que en nuestros días empieza a ser considerado como un problema. Sin embargo, es un hecho bastante común, y suficientemente establecido por la experiencia universal, que todo cerebro que de veras vale la pena o se va por su cuenta, o se lo llevan, o alguien lo expulsa. En realidad lo primero es lo más usual; pero en cuanto un cerebro existe, se encuentra expuesto a beneficiarse con cualquiera de estos 3 acontecimientos.
Ahora bien, yo considero que la preocupación por un posible brain drain hispanoamericano nace del planteamiento de un falso problema, cuando no de un desmedido optimismo sobre la calidad o el volumen de nuestras reservas de esta materia prima.  Es lógico que estemos cansados ya de que países más desarrollados que nosotros acarreen con nuestro cobre o nuestro plátano en condiciones de intercambio cada vez más deterioradas; pero cualquiera puede notar que el temor de que además se lleven nuestros cerebros resulta vagamente paranoico, pues la verdad es que no contamos con muchos muy buenos.  Lo que sucede es que nos complace hacernos ilusiones; pero, como dice el refrán, el que vive de ilusiones muere de hambre. Sospechar que alguien está ansioso de apropiarse de nuestros genios significa suponer que los tenemos y, por tanto, que podríamos seguir permitiéndonos el lujo de no importarlos.
Pero hay que examinar las cosas más a fondo.
Si en los próximos censos generales lográramos en Hispanoamérica computar unos doscientos cerebros de primera, dignos de y dispuestos a ser atraídos por las vanas tentaciones del dinero del exterior, deberíamos darnos por contentos, pues ya es hora de ver las cosas con objetividad y de reconocer que mientras sigamos exportando solamente estaño o henequén nuestras economías permanecerán en su deplorable estado actual.
El cerebro es una materia prima como cualquier otra. Para refinarlo se necesita enviarlo afuera para que algún día nos sea devuelto elaborado, o bien transformarlo nosotros mismos; pero, como en tantos otros campos, por desgracia las instalaciones con que contamos para esto último o son obsoletas, o de segunda, o sencillamente no existen.
Como alguien podría suponer que todo lo dicho hasta aquí ha sido dicho en broma, es bueno acudir a los ejemplos.
La exportación de cada racimo de plátanos le ha estado produciendo a Guatemala alrededor de un centavo y medio de dólar, que la United Fruit Company paga como impuesto, y que sirve sobre todo al gobierno para mantener la tranquilidad social y el orden policiaco que hacen posible producir otra vez sin tropiezos ese mismo racimo de plátanos. Los racimos se exportan por miles cada año, es cierto, pero hay que reconocer que aparte de aquel orden, los beneficios obtenidos han sido más bien escasos, si uno no toma en cuenta el agotamiento de la tierra sometida a esta siembra. ¡Que diferencia cuando se exporta un cerebro! Es evidente que la exportación del cerebro de Miguel Angel Asturias le ha dejado a Guatemala beneficios más notables, un premio Nobel incluido. Por otra parte, muchos otros cerebros han salido de ese país sin que, por lo menos que se sepa, la estructura de éste se haya resquebrajado en lo mínimo; antes por el contrario, sin ellos parece estar cada vez mejor y progresando como nunca.
¿A qué debemos dedicarnos entonces?  ¿A producir plátanos o cerebros?  Para cualquier persona que maneje medianamente el suyo, la respuesta es obvia.
Examinemos un ejemplo más.
Durante la segunda Guerra Mundial y los años subsiguientes, México exportó braceros en escala considerable.  Aún cuando no faltó en ese tiempo, por razones humanitarias, quien impugnara las ventajas de esta exportación, o arm drain, lo cierto es que cada uno de estos braceros aportaba al país un promedio de 300 dólares anuales que enviaba a su familia.  Hoy nadie puede negar que estas remesas contribuyeron en gran medida a resolver los problemas de divisas que México enfrentó en los ultimos años para lograr el impresionante desarrollo económico que ahora experimenta. Si esto se logró con la contribución de los humildes y sencillos campesinos, la mayoría de las veces analfabetos, imagínense lo que significaría la exportación anual de unos 26,000 cerebros. La relación de pago de unos a otros es casi sideral. Cabe, entonces preguntarse de nuevo: ¿qué vale mas exportar: brazos o cerebros?
Planteémonos, pues, el problema, o el falso problema, con toda claridad.
1) A nuestros cerebros no se los lleva nadie o, si esto sucede, es en mínima escala.  Cuando buenamente pueden, nuestros cerebros simplemente se van, en la mayoría de los casos porque su consumo en Hispanoamérica esta lejos todavía de ser importante.
2) La historia muestra en buena medida que la fuga de determinado cerebro beneficia mayormente al país que lo deja marcharse que su permanencia en éste, Joyce hizo más por la literatura irlandesa desde Suiza que desde Dublín; Marx fue más útil para los obreros alemanes desde Londres que desde su patria; es probable que si Martí no hubiera vivido en los Estados Unidos y en otros países la Revolución cubana no tendria en él a tan grande ideólogo; Andrés Bello transformó la gramática española desde Inglaterra; Rubén Darío hizo lo mismo con el verso español desde Francia; y no quisiera mencionar a Einstein, por lo de la bomba atómica. Son casos aislados, se dirá; sí, pero qué casos.  Si Hispanoamérica cree tener en la actualidad unos veinte cerebros como estos, y no los deja escapar, se estará jugando torpemente su destino.
3) Quedan los expulsados.  Lo único positivo que los gobiernos dictatoriales de Hispanoamérica han hecho por esta región es expulsar cerebros.  A veces se equivocan de buena fe y expulsan a muchos que no lo merecen; pero cuando aciertan y destierran a un buen cerebro están haciendo más por su país que los Benefactores de la Cultura, que convierten a los talentos de la localidad en monumentos nacionales incapaces de decir una frase o dos que no se parezcan peligrosamente al lugar común o, en el mejor de los casos, al rebuzno, que, viéndolo bien, no ofende nunca a nadie y a veces puede incluso embellecer la caída de la tarde.
Finalmente, y si es que la preocupación es correcta, como en muchas ocasiones la solución está a la mano y nadie la ve, quizá porque choca con nuestros moldes mentales en materia económica: por cada cerebro exportado importemos dos.





[1] Fue una clase maravillosa.  Alguna secretaria le había hecho un prontuario al Maestro, puesto que tenía que haber alguna apariencia de orden.  Éste no lo seguía, sino que venía todos los miércoles a las 10, digamos, es un ejemplo, y contaba lo que se le ocurriera, regalando la los privilegiados estudiantes que allí estuvieran la experiencia de verlo improvisar en vivo sus cuentos.  

miércoles, 20 de junio de 2012

Los animales se huelen



Los animales se huelen para saber cosas unos de otros.  Creo que así fue que, poco a poco, el respeto a esta intelectual se fue apoderando de mí; era el diálogo de los cuerpos.  Al principio, el diálogo era verla caminar su delgadez y pensar que de tanto pensar a Nilita se estaba conviertiendo en ella: sólo le faltaba la pava que dicen todos que llevaba aquélla.  Pero no.  Bastó olernos más de cerca.  Creo que en alguna conferencia en Brasil conversamos de nuestras respectivas evaluaciones de lo que es y debe ser el campo letrado en el país, de nuestros comunes orígenes proletarios y sub-urbanos y cómo se vive en perpetuo diálogo tenso y feliz con el mismo y con el campo letrado debido a la migración que supone leer tanto.  Hablamos de la vida en ciudades grandes en las que se camina y se toma el metro y la calidad de la comida en países que reglamentan la agricultura para que no sea genéticamente modificada.  Veíamos las cosas más allá del insularismo cuando conversamos; más allá del insularismo que implica también la cultura estadounidense para esta isla que expande su colonialidad al continente.  Nos sonreímos juntas.  Entonces yo ya estaba perdida. Más de cerca nos olimos sólo mucho más tarde.  Había huelga en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y convergimos.  Quiero decir; se creó un grupo sin centro que se proponía que los profesores, más allá de los llamados a "fungir como docentes" (o sea, romper huelga) o adherirse incondicionalmente a las decisiones estudiantiles, asumieran un rol mediador desde el diálogo.  Nos tocó escribir juntas un documento para este grupo.  Me invitó a su casa para trabajar.  No hay lugar más impregnado de olores que éste.  Miré su mesa de trabajo y el lugar prominente que ocupaba cerca de su cocina (los dos lugares más importantes--para mí- de cualquier casa), me contó lo que estaba escribiendo.  Vi seriedad sin arrogancia, vi una rutina de trabajo, vi el orden de las cosas, la sencillez de todo.  Hablamos y coincidimos.  Tomamos vino y redactamos.  No recuerdo en qué paró aquella gestión, más allá de los olores.  En la Universidad sin Paredes me atreví a llevar mi grupo competo a seguir una lección de ella sobre Heidegger.  Estábamos invitados y fui.  Me seguía sorprendiendo el olor a generosidad simple.  Luego leí su libro sobre la animalidad, donde por fin entendí su modo de acercarse a las cosas, más allá de las digresiones.  Conversamos públicamente y me admiré, me sorprendí, aprendí, me reí.  Aprendí que se puede pensar desde la razón pero también desde las vísceras que nos recuerdan que somos más que mente; las vísceras de las que no hay salida.  También desde los conocimientos nuevos y desde la memoria de aquellos pasados que no nos abandonan, en diálgo con Paris y con ella, Europa, la Europa que vio en crisis y pudo analizar para nosotros,  pero siempre desde sus márgenes: Bayamón, Lispector, Kafka...  Era una conversación que pasaba de los olores a las palabras.  La última vez que nos vimos fue en Paris.  En noviembre.  Yo andaba con frío de gente y ella me invitó a la calidez su casa provisional. Ya nos habíamos olido lo suficiente.  Allí conversamos como si fuéramos viejas amigas.  Le pregunté en broma:  ¿Te quedarás?  Me respondió, "No creo".  De ahora en adelante, será como extrañar la versión racional de lo que ya había ocurrido en el mundo de las vísceras.  Mi homenaje ahora, será callarme dejarla que repita su último discurso.

http://www.80grados.net/francia-otra-vez-socialista/

jueves, 17 de mayo de 2012

Morcillas, rosas y manos olorosas a vainilla

He ido a Lisboa tres veces.  La primera vez debo haber estado tres días.  Hace tanto tiempo que no recordaba nada.  Sólo recordaba el top less que hice en la playa de Cascais, porque allá todos lo hacían y si se tiene 23 años, por qué no mostrar las discretas firmezas con arrogancia.  Luego, muchos años más luego, fui a visitar amigos por accidente.  Caminé la ciudad, cogí el trolley, fui a Belem y vi el Convento de los Jerónimos.  Me enteré de la ciudad reconstruida.  Comí por aquí y por allá.  La tercera vez fue un viaje planificado.  Poco tiempo después de la segunda.  Pero a lo que voy.  Lo que quiero contar es que al llegar al aeropuerto ordené un café y un pastel de Belem y, ta rám...  Ya tenía rutinas en Lisboa.  Luego me reía sola mientras esperaba que saliera mi maleta, porque tuvieron el buen sentido de poner un kiosquito de café al lado del carrusel de las maletas, pensando que luego le contaría a alguien que "siempre que llego a Portugal lo primero que hago es comerme un Pastel de Belem".  Como si hubiera ido veinte veces para verificar que eso es, de hecho, una costumbre.  Pero no.  Con una sola repetición basta para saber que es una rutina nueva, puesto que somos animales que, como los perros, damos tres o cuatro vueltas alrededor de la alfombra antes de poder quedarnos dormidos.  También fui a comer enseguida, con mis amigos que ya no se pueden mudar de Lisboa porque si lo hacen ya no podré volver (puesto que no tendré modo de repetir viejas rutinas, como quedarme en su cuarto de visitas).  Fuimos al mesón que queda más abajo de la casa de ellos.  Siempre que voy a Lisboa traigo de regreso unas cuantas botellas de vino Porto (aunque haya traido vino solo la tercera vez que fui, cuando descubrí que tal vez no me cause ese vino tanto dolor de cabeza).  Como cuando voy a Nueva York, como dos o tres veces en Johns Pizza que queda en la Calle Bleeker.  Luego como pizza en Pazzi y confirmo que me gusta más John's.  Visito a mis amigos Carlos, Stefano, Javier y Larry.  Será rutina nueva pero de siempre visitar a Willie.  Siempre cruzo dos o tres veces el Washigton Square Park, miro impresionada la arquitectura de la biblioteca de NYU, aunque no siempre saque un libro.  Siempre agarro el metro subterráneo para ir a alguna parte, hago un domingo un brunch con mi amiga Victoria en el Central Park.  Esas cosas triviales son las que repetiré siempre, aunque algunas de ellas las he repetido sólo una vez.  Como siempre que voy a Mexico me quedo asombrada frente a un cartel que anuncia que se venden morcillas y rosas (¿qué tiene que ver la sangre cosida con las flores?), aunque haya sucedido sólo una vez, confieso, que ésa es una de mis rutinas mexicanas, aparte de quedarme en el Hotel Isabel en la Calle Isabel Segunda, por más que me insistan que ese hotel no vale tanto la pena.  Me quedo boquiabierta parada en medio del Zócalo siempre, converso con los taxistas de lo difícil que está la vida, siempre, siempre.  Iván que se cuide, porque nunca he ido a Lima, pero ya una de mis rutinas en Lima es quedarme en su casa.

Pero hoy la mano izquierda me huele a vainilla, como el pastel de Belem.  Será que extraño a mis amigos lisboetas (aunque ninguno de ellos haya nacido en Portugal).  Pasado mañana me como una pizza en John's y resuelvo.

martes, 8 de mayo de 2012

Defender la alegría: sobre masculinidades y costumbres varias

Me tomo un café en un café que tiene mesas afuera, en la acera.  Hasta allí llegué en bicicleta.  Miro la gente...  Conversan, discuten... Por un segundo nos preguntamos si estamos aquí o en otro lugar, pero el periódico esta mañana anunciaba otro tiroteo en el expreso, por lo que debe de ser aquí.  Allí están los carros impacientes de bocinas para probarlo.  En ese lugar tan improbable, es difícil adivinar la preferancia sexual de los hombres...  Los ricos tienen gustos muy alegres.  Los reggaetoneros se afeitan.  Ya mi hijo me da consejos sobre cómo mantener la forma de las cejas que yo siempre preferí llevar a la Frida Kalho.  Se sientan dos en una mesa, tres en otra.  No hablan duro de la pelea de box (aunque ayer lunes todos, hombres y mujeres, en las primeras horas de la mañana, compartían su opinión sobre el encuentro y sus entornos).  Sale uno del café con prisa y dos bultos... uno grande, de tela, de colores, que podría tener cosas para bebés (ya saben, el biberón y los pañales y la muda por si se vomita) o la muda del gimnasio.  La sala de espera del ginecólogo está llena de hombres, aunque, acá entre nos, esa presencia es la única que me molesta.  Que se vayan a trabajar o a lo que sea que tengan que hacer...  ¿En serio que tienen que acompañar a la esposa a sus citas ginecológicas?  En el parque en la tarde están ellos con sus hijos e hijas.  He conicido cantidad de padres solteros...  Y pienso que eso es lo que le molestaba a René Marqués.  Le causaba ansiedad que el orden de las cosas cambiara puesto que para él, eso equivalía a falta de orden.  Sin la imaginación para entender que de lo que él entendía como "desorden" puede surgir otro orden que puede que sea más democrático, se quedaba paralizado.  El caso es que aprendemos a leer códigos, y en este momento histórico tan cambiante, lo aprendido no sirve y hay que desecharlo para aprender nuevamente.  Pasa como con los programas y nuevos modelos de computadoras.  Solo que en el caso de las masculinidades, no es por el capital (saco nuevos modelos para que la gente bote la computadora que tiene y se compre otra) sino por la equidad en las relaciones.  Supongo que llegará el día que habrá que preguntar directamente para saber:  ¿Alegre, derecho o bi? Así nos hacemos la idea de si vale la pena invitar a compartir un café a alguien con intenciones de las derechamente bi alegres.

jueves, 3 de mayo de 2012

Poema gótico

Me encontré un poema por ahí...  Lo transcribo para que no se pierda...


Cuento gótico

Camino iluminada.
Huelo a flores.
Tarareo canciones para mí
como una travesura que a veces
deja de ser secreta.
Me pongo pantaletas de colores
que combinan el sostén
y los encajes
y estas tetas que han crecido
como globos del milagro
(como las palomas
que le vuelan a don Pedro
y son poesía enamorada;
un sueño).

Camino y sudo
traspiro y corro
manoteo, hablo, me canso.
Me acuesto y me levanto,
Me rindo y no me rindo.
Me cago en el mundo y también
me sorprendo enamorada
otra vez, sin querer,
como si pudiera a estas alturas
la inocencia.


Sobre el fuego experimento.
Invento pócimas divinas.
Río a carcajadas etílicas
o me mareo.
Pienso, pienso, leo
construyo pesadillas o simplemente
sueño.

Mas aún y sin porqué
me desangro.
Es literal y es metáfora.
Serán los años.
Será que no hay vida no.
No sin accidente.
Y las rodillas se doblan.
Una se queda exangue
mas camina
aun camina
hecha un pálido fantasma
enfermo
camina
Y canta.

Premio Literario

Para menores de 35 años residentes en Puerto Rico.  Estudiantes, aprovechen.

http://premioelfarolitoazul.blogspot.com/