jueves, 12 de febrero de 2009

Sobre lenguas y gases tóxicos

A mis amigos maleducados que se la pasan diciendo fo por ahí.

Estaba en una tienda por departamentos. Tenía 3 ó 4 años. Escuché a una madre con su hijo, hablando, y le pregunté a la mia qué idioma era el que esa gente extraña hablaba. Ella no entiendía la pregunta. "Español", respondió. Yo insistía: "No; es diferente". Usaban todas esas essesss, y "para" en lugar de "pa" y erres que se prrronuncian en la punta de la lengua y no en el velo del paladarrrr. Mi madre insistió. "Es español." Desde entonces sé que en el país se hablan distintas lenguas, a pesar de que los lingüistas estén de acuerdo con mi madre.

No sólo es un asunto de pronunciación de una consonante más, una menos. Tiene que ver también con lengüajes que no pasan por lo verbal. Hay un lenguaje de silencios que algunos saben decodificar muy bien y otros no entendemos para nada.

Por ejemplo, sólo estando en la universidad, por las nuevas juntillas, aprendí que cierto grupo social ignorará el hedor de un pedo, hasta desmayarse, porque es mala educación decir fo. La mala educación prohíbe descargar gases en público. Pero si hay un irrespetuoso o a alguien se le escapa, entonces es mala educación decirlo.

Más recientemente he llegado a entender que ese código de silencio es muy distinto al código de silencio popular, que en la literatura aparece como un impedimento para el acceso a la modernidad, porque es el silencio cómplice o sin complicidad de quien sabe que la ley no lo protege (La charca, de Zeno, el Gíbaro, de Alonso). Me explico: si ves que linchan a alguien por los malditos lugar y hora equivocados, te conviene callarte porque no habrá witness protection program que te salve de un tiro en la nuca si se te suleta un silvido al respecto. Para ser modernos teníamos que tener un estado de ley, según los letrados, mientras que según la gente sin letras la ley nunca ha tenido nada que ver con ellos.

Pero el código de silencio al que me refiero es entendido como buena educación, el buen gusto de no incomodar al otro (de la misma clase social) que, aunque se esté trompeteando por ahí, a propósito o sin querer, se ofendería si es que se nos ocurre decir fo. Así se incubre la corrupción en el país. No se siguen procedimientos, ni las subastas, se otorgan contratos con el ton y el son de quien sabe que se beneficia, sino directa, indirectamete porque así funciona este capital. El capital social pesa más que la libre competencia (Bourdieu estudió este fenómeno en Francia) y la imagen de la justicia puede tener un paño en los ojos y una balanza en la mano, pero el acento y el timbre de quien es de mi clan los puedo reconocer sin necesidad de mirar. La nariz me guía. Y aunque vivamos rodeados de miasmas no diremos fo, porque el olor del papel verde y la certeza del hoy por ti y mañana por mi son lealtades inquebrantables que a fin de cuentas, son lo que mueve la balanza.

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