domingo, 15 de febrero de 2009

Domingo

A Mairal a quien no conozco todavía, a Volpi, Thais, Paz Soldán, Ricardo Chávez, Gamboa, y los de aquí. A Mayra, por joder tanto.


Ya los domingos carecen de musarañas. Me debato entre tareas divinas y profanas. Por un lado, tendría que limpiar el patio y pagar las cuentas porque estamos a 15. Por el otro, tenemos que conocer otro escritor que llega.

Los escritores

De niña pensaba que para ser un escritor que se leyera había que estar muerto. No sé por qué, pero los escritores eran como los próceres y estaban muertos. Me asusté en el undécimo grado cuando me dieron a leer un escritor vivo. El pecho me palpitaba y protesté... "Si está vivo, cómo sabemos si su obra perdurará". Pensaba que había que dejarlo para más tarde, para cuando se hubiera constatado con su supervivencia al polvo que valía la pena.

Es una idea romántica que inmediatamente después rechacé con la fuerza de mi corazoncito palpitante. Todavía en los primeros años de Universidad me preguntaban si quería ser escritora y contestaba que no. Me ponía nerviosa el asunto. No quería ser oráculo. Más bien, no quería andar por ahí diciendo ser oráculo cuando en realidad no lo podía ser porque estaba hecha de huesos y materia corruptible. Andar por ahí diciéndole a la gente que caminarán en cuatro patas, luego dos, luego tres me parecía una falta de respeto. ¿Quién soy yo para decirle a nadie que se tiene que inventar un nuevo modo de caminar para hacerme quedar mal?

Si lo hubiera visto como un trabajo como cualquier otro, en lugar de como la inspiración de un genio o un ángel caído, me habría reconciliado con la idea. Tengo amigos escritores y no son una especie distinta a los demás; no sangran como los príncipes ni como los unicornios y se equivocan como todos los demás. Pero tienen algo que no tiene la otra gente. Creo que es una vocación de eternidad; de mirar los dioses cara a cara. Son los hijos rebeldes que nunca se callaron ante el padre a la hora de decir que no. Ese algo hay que saber llevarlo porque puede ser insufrible arrogancia como puede ser la sustancia del deseo. Y a los escritores se los desea porque tocarlos es como tocar la inmortalidad de quien se ha debatido con el divino y ha salido ileso (al menos en apariencia, al menos por ahora, ¿cuántos no se han suicidado?).

Todavía no quiero ser escritora. Soy escritora de crítica literaria; esa metaliteratura que no es ficción pura pero que es ficción. Eso escogí. Me gusta así. Flirtear en público con semidioses es mejor que querer ser uno y flirtear con dios, cuya lejanía no me calienta. Total, no hay modo de ganar. Seremos polvo.

Patio

Y hablando de polvo, me pregunto. ¿Cómo se puede debatir con dioses y limpiar patios? A lo mejor se debate con dioses mientras se limpia el patio. Sor Juana decía que es el mejor modo de entenderlos porque están en todo y al menos las etapas de putrefacción del mangó son evidencia empírica de la fugacidad de la vida. Pero en mi to-do-list, se me posterga la conversación escrita. Transcribir lo debatido. Es que los semi-dioses, por lo menos, a veces, devuelven la llamada y te dicen. "Mira, y el artículo que ibas a escribir."

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