José Santos hizo una reseña de mi libro que me gustó mucho. Le agradezco la inteligente conversación. Es un poco largo, pero pueden saltar...
Pérez Ortiz, Melanie. Palabras encontradas. Antología personal de escritores puertorriqueños de los últimos 20 años. (Conversaciones). San Juan: Ediciones Callejón, 2008, 321 pp. Por José E. Santos, Universidad de Puerto Rico, Mayagüez.
Se entrevista con varios propósitos y se entrevista de varias maneras. El entrevistador puede seleccionar una serie de preguntas cónsonas entre sí y darlas al entrevistado con el fin de que el mismo conteste sin presiones de tiempo y contexto. Más tradicionalmente, el entrevistador prepara unas preguntas y cita al entrevistado para que a modo de conversación e intercambio directo se sienten frente a una grabadora a construir el deseado texto. La tercera forma regular de entrevistar combina los dos métodos anteriores aunque de manera invertida. Se citan las partes, se presentan las preguntas y el entrevistador va anotando lo que se le vaya diciendo para luego tratar de recrear, por medio de la selección precisa un texto que dé fe de lo que se haya dicho en el encuentro. Todos estos métodos presentan ventajas y desventajas. Lo que es central, sin embargo, es el proceso previo de selección de preguntas. En este sentido, la entrevista es un ejercicio dirigido. Auscultar la vida y la opinión de una persona sobre varios asuntos medulares de su desarrollo como persona viene a ser la tarea de toda entrevista dirigida. Y esta búsqueda de información se ha de caracterizar entonces (o al menos lo intenta) por un hilo que enlaza y sostiene ese diálogo. Toda entrevista es un diálogo falso. El entrevistador va con su agenda, el entrevistado ha de contestar atento a sus propios intereses y cuidados. Lo que queda es una tercera realidad, un lado de la cara que se muestra, acaso matizado por sombras y luces que vienen de los contornos.
Palabras encontradas es una colección afortunada de tales falsedades incompletas, y por lo mismo, de rastros precisos de verdad. La entrevistadora, compiladora y precaria maestra de ceremonias se adentra al mundo representacional de trece escritores, cuya labor se traza desde la década del sesenta al momento presente, a través de entrevistas dirigidas de cuerpo presente ante las exigencias y trabas que impone la grabadora y la mutua presencia. Como toda colección de entrevistas ha de seguir una agenda específica que en ocasiones ha de ser violentada por el entrevistado. Melanie Pérez declara desde el título que se trata de una “antología personal”, es decir, que los entrevistados constituyen de cierta forma una microhistoria literaria, un imaginario dentro de una serie de imaginarios posibles que intenta plasmar de buena fe la realidad literaria del Puerto Rico de finales del siglo XX y principios del corriente. La secuencia escogida parece reflejar un criterio funcional. Comienza a presentar las entrevistas de quienes parecen ser los actores principales de esa microhistoria (Mayra Santos, Rafael Acevedo, José Liboy). Luego sigue con figuras que reflejan un desarrollo posterior (Eduardo Lalo, Ángel Lozada, Áravind Adyanthaya, Urayoán Noel, Noel Luna, Pedro Cabiya y Juan López Bauzá) y termina presentando dos ángulos divergentes de la periferia escritural: la visión crítica e histórica (Joserramón Melendes) y la visión empresarial y editorial (Carlos R. Gómez).
La selección de preguntas, es decir, la agenda de la entrevistadora se presenta de manera bastante clara. Repite el patrón de preguntas a cada entrevistado, si bien en ocasiones la necesidad hace que se desvíe y adentre por algún callejón imprevisto. La pregunta titular, por llamarla de alguna manera, trata el tema de las generaciones literarias en Puerto Rico, y sobre todo la definición generacional de los escritores que escriben a partir de 1980 y la subsiguiente generación de los años noventa. Pérez desea auscultar la opinión que tienen estos escritores de una definición precisa de estas generaciones frente a las ya existentes de generaciones anteriores. Destaca en varias ocasiones la opinión expresada por escritores adscritos a la vida cultural de la década del setenta en el sentido de que no hay tal núcleo generacional, de que estos escritores que escriben a partir de 1980 no cuajan un espacio propio y no proponen una visión particular de la literatura pues no “rompen” de manera visible con lo manifestado por los setentistas. Pérez se refiere más concretamente a las opiniones aleatorias de Mayra Montero expresadas en un diario local. Ante esta actitud aparentemente negativa, Pérez lanza la pregunta a manera de una exigencia vital que de igual manera provoca en los entrevistados una serie de reacciones que van desde la cautela hasta la denuncia.
Cardinal es la respuesta de Mayra Santos, quien da en el blanco preciso cuando reacciona directamente al comentario de Montero centrada en la noción de la invisibilidad de los escritores ochentistas, tildados épicamente de generación “soterrada”. Las manifestaciones de Montero sirven para reactivar los fueros de los escritores ochentistas, que en palabras de Mayra Santos comenzaron a reunirse más a menudo y a publicar nuevamente en los medios impresos (pp. 52-53). Más enfática es la reacción de Rafael Acevedo, quien felizmente despacha los quebrantos de Montero a partir del sentido común cuando indica que la propia Montero había confesado no haber leído a los autores ochentistas. Es decir, a qué preocuparse si ni siquiera se tiene conocimiento de lo que se denuncia (pp. 89-90). A modo de contraste, Joserramón Melendes, tan dado a la dialéctica y a tratar de precisar la naturaleza social y estética de las cosas, ensaya una definición interesante del núcleo ochentista a quienes denomina “degeneración de los ochenta” amparado en la visión de que su vínculo con la universidad era de naturaleza distinta a la que tuvieron las generaciones anteriores. Ahora bien, si ha de criticarse en alguna medida la labor de la entrevistadora, en el momento preciso en que Melendes va a dar en el clavo, Pérez lo interrumpe y el hilo de la conversación toma otro derrotero (p. 286). Más cautas son las respuestas de los escritores posteriores. Eduardo Lalo pondera de manera negativa el empleo liberal del concepto de generación, que adscribe a la tradición hispánica (p. 132). Ángel Lozada responde de manera más entusiasta a la pregunta, notando que el conjunto de escritores se proyectaba de manera más libre, sin ataduras a las agendas de los grupos anteriores (p. 158). Y Carlos Gómez declara con toda la tranquilidad del mundo que sí existe una generación del 80, si bien retoma el asunto de la presunta invisibilidad de estos escritores (p. 301).
Otra de las interrogantes importantes que presenta Pérez tiene que ver con la labor del escritor, la definición de su quehacer en el mundo y las siempre insatisfechas preguntas de por qué y para quién se escribe. López Bauzá destaca la búsqueda de espacios nuevos como labor fundamental (p. 271). Noel Luna es sumamente franco al indicar que simplemente le gusta escribir, que con el tiempo se vuelve una necesidad, una forma de mantener la cordura mental (p. 230). Urayoán Noel se declara incapaz de reducir a pocos elementos la contestación a la interrogante aunque indica que es muy fuerte el deseo de “agarrar el momento”, tanto el suyo como el de la cultura (p.205). José Liboy, siempre original en su visión del mundo, le contesta a Pérez que lo que él desea hacer es “precisar”, dar forma real y escrita al reguero oral de la tradición familiar y social (p.123). Rafael Acevedo, por su parte, señala el papel terapéutico de la escritura, que compara con los instantes y los actos súbitos de quien vive y repara en un detalle, en una cosa, en un sonido, y se siente feliz mientras está en contacto con ese descubrimiento (p. 98). Mayra Santos, se lava las manos como Pilatos cuando le contesta a Pérez que esas interrogantes serían mejor manejadas por los críticos, y tranquilamente le indica que le pasa a ella (a Pérez) la “papa caliente” (p. 60).
Dentro del conjunto de preguntas presentado por Pérez, es tal vez la referente al papel de la poesía dentro del desarrollo de los géneros en Puerto Rico la que produjo las contestaciones más elaboradas y significativas por parte de los entrevistados. En este sentido es notable la confesión honrada de Mayra Santos de que la poesía como medio de representación “se le estaba quedando chiquita”, amparada en la idea de que la poesía parte de un “yo” en todo momento, y ella sentía que debía ensayar voces distintas desde las cuales proyectar su creatividad (p. 63). Rafael Acevedo habla de la contaminación de géneros, e indica que la distinción entre narrativa y poesía radica sobre todo en la intensidad de lo que se expresa y la capacidad inherente para la experimentación que posee la segunda (p. 94). Urayoán Noel considera que la poesía se aparta de las exigencias de la normatividad editorial en Puerto Rico, por lo que trabajar desde la poesía implica “trabajar desde el anonimato” (p. 207). Es tal vez Noel Luna quien más elabora sobre la poesía entre los escritores recientes al declarar que su interés por el género radica en el cruce entre pensamiento y forma. Le interesa adentrarse en las posibilidades de la sonoridad, siempre y cuando la misma vaya de la mano con las ideas. Define así la poesía como una búsqueda, un intento por volver sobre los elementos primigenios de la expresión, adentrarse en los fundamentos de lo sensorial pero al servicio de la imaginación (pp. 222-223).
Finalmente comentamos lo expresado por varios de los escritores sobre la cuestión de las definiciones nacionales. Mayra Santos se centra en las construcciones del discurso de la negritud, tanto a nivel insular como a nivel pancaribeño. Le preocupa el diálogo intelectual y representacional de un Caribe que no desea reconocerse tal cual es y apunta en este sentido a la pervivencia de unas rupturas a partir de las varias tomas de conciencia posibles en nuestro rincón histórico de la realidad (pp. 76-77). Rafael Acevedo se fija en el debate sobre la nacionalidad extendida, y el asunto del Estado Libre Asociado como una “máquina de slogans” que lo acerca al juego discursivo que es reconocible en la ciencia-ficción (p. 96). Eduardo Lalo destaca la importancia de ser consciente del problema colonial de Puerto Rico a la hora de pensar en su propia definición y desarrollo personales por reconocerse como un caso particular por ser hijo de inmigrantes (p. 137). Pedro Cabiya confiesa que desea ver su escritura desde otro ámbito, que no le interesa recrear en su escritura los paradigmas de la discusión nacional y de la literatura puertorriqueña en general al ver su escritura como una reformulación total, un partir de cero nuevamente, un reinventar el todo (p. 250). Algo más cauto en su rechazo de la discusión política de lo nacional, López Bauzá indica que urge más que nada trabajar los temas sobre la justicia en el país y los efectos de la vida colonial en el día a día del puertorriqueño. Denuncia así la sensación de desidia, y la manipulación a la que nos vemos sometidos, elementos que sumergen nuestra sociedad en el letargo (pp. 265-266).
Amén de la muestra aquí esbozada, las entrevistas que componen Palabras encontradas se adentran en otros temas de suma importancia para entender el desarrollo de las letras en el Puerto Rico contemporáneo. Algunos de los otros asuntos discutidos de manera consistente en el corpus recolectado fueron: la representación del mundo social marginal, tanto en términos del modo de representación como de lo referente a la voz poética o la trama trabajada; el tema de la postmodernidad según definida por los escritores o según manejado en sus escritos; el tema del género novelístico, de su desarrollo histórico y de su manejo por parte de varios de los escritores; el tema del “performance” y su relación con la evolución de la poesía de las generaciones recientes y del teatro; el asunto del efecto de los medios de comunicación en esta escritura joven y en la recepción general de la literatura por parte de las masas; el tema de las políticas editoriales, de las revistas literarias y de las casas editoriales grandes y pequeñas; y, por supuesto, el tema de los orígenes personales de la inquietud literaria en cada uno de los escritores, su historia personal, y la evolución de la labor creativa en cada uno de ellos.
Palabras encontradas se presenta así como un texto sumamente revelador. Es a su vez un auxiliar de suma importancia para el estudio de la literatura insular contemporánea. Pérez Ortiz ha convertido su personal inquietud, sus gustos personales en la base de un texto que vuelca el peso del testimonio hablado sobre los marcos posibles de una definición de nuestras letras en este cambio de siglo. El investigador encontrará tierra fértil para desarrollar visiones críticas sobre estos autores y sobre la época en general. Otros escritores podemos deleitarnos al observar la el modo en que nuestros colegas contestan a las mismas interrogantes que nos preocupan, además de disfrutar del modo en que evitan comprometer su palabra en los asuntos escabrosos, o en que anuncian su compromiso único consigo mismos. El lector a secas se ha de deleitar ocupando el puesto de un tercer personaje, el que escucha tranquilamente este diálogo entre la preocupación y la intensión que en esencia nos indica que las letras contemporáneas en nuestro país se encaminan por vertientes intensas que prometen retomar, a su modo, la auscultación estética que nos fuera legada por esa voz que nos subyace, la del doctor Zeno Gandía.
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