miércoles, 4 de marzo de 2009

Las barrigas femeninas en el extremo Occidente (ensayo de teoría feminista)

Escribí una barriga el año pasado. El evento se canceló. Menos mal. No quiero haber querido leerla ante un micrófono. Pero la pueden leer. En saludo al próximo evento de barrigas coordinado por Mayra Santos Febres (Si quieren enterarse, entrénle a su blog, Lugarmanigua).



La barriga
Nunca pensé que esta plataforma que rodea mi ombligo es un animal salvaje. Por un tiempo fingió que se dejaba domesticar. Estaba ahí sin hacer notar que fuera un ser vivo, más allá de una huelga de brazos caídos, silenciosa, pero constante. Un día, vio la película de Amodóvar. Sí. Esa, “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y perdió la paciencia. Decidió ponerse los tacos rojos—como una premonición de un título posterior que el español copió-- y hacerse notar, cambiando de estrategia. Traté de explicarle que la afición del maricón español hacia el melodrama lo llevaba a idealizar la histeria que se considera femenina, pero que él puede porque tiene falo además de barriga. Para él la barriga es una opción, le dije. Yo opto también por controlarla, entonces, para poder hablar desde la cabeza, que es la única que se hace entender. Le dije que aunque el debate entre las feministas está irresuelto, debía considerar la estrategia del falo, que se sabe el poder. Tenemos que ser nosotras el falo, no su ausencia ni su deseo. Total somos espigadas como lirios. Citaba libros y conferencias. La barriga se rió.

La batalla
Yo quise hacer como si nada pasara. Seguía leyendo, yendo al trabajo, anotando cosas en mi agenda, domesticando la casa que no se dejaba—pero ese es otro cuento--preparando banquetes de quesos, cremas, mantequilla, carne, y algunos vegetales que me gusta tolerar. El café, siempre el café. Ahhh la cerveza y el vino. Ella trabaja para mí, pensaba. Aquí la que manda soy yo, decía. Tenemos que mantenernos ocupadas. Entonces tenía que ir al trabajo con la cabeza llena de chirridos de alarma. Hacer compra con la vista nublada, escribir ensayos con las manos temblorosas. Es la cabeza, no la barriga, me decía. Y ponía compresas calientes en el lugar equivocado. La cabeza me organiza, me dice qué tengo que hacer o decir, manda. Hago y digo. Camino. Camino. Camino. Los pies caen en su sitio, uno delante del otro, pero la barriga no quiere. Ángela se compadeció del animal fiero y tierno, porque el suyo era humano. El mio tiene tentáculos y me ha ocupado. Una voz comunica algo. La cabeza busca entender cuando la barriga ya entendió y me lo dice. La hermenéutica y los diccionarios me atrapan. La barriga se congela en náuseas. La cabeza responde con una cortesía, una advertencia o una ironía. La barriga se paraliza en hervores. La cabeza se lamenta de lo sucedido, la barriga lanza metros de ácido verde hacia la cara de mi interlocutor. La cabeza piensa en recursos, la barriga se revela y muerde, defeca, se aguanta, escupe, chilla, da zarpazos.

La ocupación

La guerra la ganó el monstruo. No sé si la gente lo sepa. Pero esta que habla hoy no soy yo. No sé dónde tengo la cabeza. La que habla es mi barriga.

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