lunes, 6 de abril de 2009

Foucault interpreta a Borges


Estoy escribiendo una cosa (una conferencia académica) y tengo culpa de que hace un tiempo no escribo nada para el blog. Recuerdo que mi psicóloga me recomienda que junte la multiplicidad de personas que me habita. Aunque las distintas escrituras son para distintos medios, se pueden juntar hasta cierto punto así que, por hoy, accedo. Lo que sigue es una reflexión sobre el barroco que es una entrada para hablar de otra cosa. Es, a fin de cuentas, una reflexión sobre la puesta en abismo...






La obra de arte tradicional presenta un todo orgánico redondeado al que se le ha conferido armonía por medio del borde que lo separa de su exterior, mientras que el modernismo, por así decirlo, internaliza este borde externo, que de tal modo comienza a funcionar como límite, como el impedimento interno para su identidad. La obra de arte ya no puede alcanzar su redondez orgánica, “convertirse plenamente en sí misma”; lleva una marca indeleble del fracaso y del deber; de allí su intrínseco carácter épico. (151) Slavoj Zizek. Porque no saben lo que hacen.

Es el año 88 y estoy en el Museo del Prado frente a Las Meninas, conmovida ante la explicación del cuadro que hace el guía, que va del pintor, a la Infanta, a los Reyes reflejados en un espejo, al señor vestido de negro que entra o sale, a los distintos focos de luz. Es un cuadro que se mueve. Como en las fotografías de hoy, el movimiento está congelado en su intensidad. Es como si el disparo del lente hubiera tomado a los personajes representados por sorpresa. El movimiento también está en la tensión que produce el conflicto de puntos focales, de una fuente de luz a otra, de unos ojos que miran a otros que devuelven la mirada. Años más tarde en mis clases de doctorado en la Universidad de Stanford leí al filósofo francés, Michel Foucault. Hubo una puesta en abismo cuando, al comenzar con Las palabras y las cosas me encontré nuevamente la explicación de Las meninas que había escuchado en el Prado hacía muchos años. En verdad no sé si fue primero la explicación del teórico francés o la del guía o la de otro, pero esta explicación del cuadro, con pequeñas variantes, es hoy la canónica y la reflexión o provocación visual de Velázquez nos sirve para explicar el barroco a turistas y estudiantes universitarios. Cito una versión de Carlos Fuentes que pone énfasis en como el espectador del cuadro es parte del cuadro en tanto es objeto de la mirada del pintor de Las Meninas. El afuera del cuadro confunde la ficción representacional con lo Real, porque puede que el espejo en el fondo refleje a los reyes posando, como puede que nos estén pintanto y mirando a nosotros, los espectadores. Cito extensamente a Fuentes:

Al entrar en esta sala, sorprendemos al pintor, Diego de Silva y Velázquez, cumpliendo su cometido, que es pintar. Pero, ¿a quién está pintando Velázquez? ¿A la Infanta, sus dueñas, la enana, o un caballero vestido de negro que está a punto de entrar a través de un umbral brillantemente iluminado? ¿O está en realidad pintando a dos figuras que apenas se reflejan en un espejo enterrado en el muro más hondo y sombrío del estudio del artista: el padre y la madre de la Infanta, el rey y la reina de España?

Podemos imaginar, en todo caso, que Velázquez está ahí, pincel en una mano, paleta en la otra, pintando la tela que ralmente estamos viendo, Las Meninas. Podemos imaginarlo, hasta que nos damos cuenta de que la mayoría de las figuras… nos están mirando a nosotros. Nos miran a tí y a mí. ¿Es posible que seamos nostros los verdaderos protagonistas de Las Meninas, esto es, de la tela que Velázquez está pintando en este momento?

Velázquez y la corte entera nos invitan a unirnos a la pintura; a entrar en ella. Pero al mismo tiempo, el pintor da un paso adelante y se mueve hacia nosotros. Somos libres para ver la pintura, y por extensión, al mundo, de maneras múltiples, no sólo de una manera dogmática y ortodoxa. Y somos conscientes de que la pintura y el pintor nos miran. (191-192)


Fuentes sigue su explicación para hablar de la incompletez de los cuadros de Velázquez y de la reflexión posmoderna que eso le supone a él sobre el ser. No somos nunca seres completos sino en un continuo hacernos. A Foucault le interesa encontrar en el cuadro una ruptura con el modo medieval de mirar, que era basado en la representación. El cuadro no representa sino que provoca unas reflexiones, precisamente, sobre perspectivas encontradas, multiplicidad de focos, sobre la relación del arte con la realidad que nos involucra en cuanto nos pone en abismo.

Aquí no está Borges todavía, pero envío un guiño a quienes puedan adivinar por dónde se perderán estas ramas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El jardín de los senderos que se bifurcan es una imágen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades.