viernes, 17 de abril de 2009

En Nueva Yol y otras gracias

A Patrica, donde quiera que esté, a Miguel y Stefano, con quienes tomo café cada tantos años y a Marissel, que está aquí a mi lado.

Viví en Nueva Yol por 3 años. Nunca me sentí que vivía en la ciudad. Estaba en una película de Woody Allen y mi rol era el de observar lo que pasaba a mi alrededor sin alterar mucho ese medio ambiente. De todos modos no sabía cómo (aunque no hay modo de no hacerlo, lo sé, pero una cosa es intervenir por estar y otra intervenir con la voluntad dirigida a alguna parte). Así, cada vez que me ponía un abrigo me estaba poniendo mi vestuario para el día y no sabía si ese era el vestuario adecuado. No sabía quién era (soy una estudiante graduada puertorriqueña que está escribiendo la tesis y tiene una trabajo parcial para pagar las cuentas... ¿Quién es esa? Aunque fuera yo, creo que no la conozco ni sé cómo se debe vestir). Nunca me supe enrollar una bufanda por el cuello de modo que no pareciera que estaba envolviendo un pastel para hervirlo y eso de las capas me volvía loca. ¿Dónde dejar las capas cuando uno se las tenía que quitar dentro de los edificios? ¿Cómo hacer para que no se te olviden pedazos por aquí y por allá? Y peor aún... ¿Cómo hacer para que a uno no se le salgan los mocos? ¿O cómo fumar con esos mismos guantes que usas para limpiarte esa aguita líquida y transparente que se te sale, a falta de mejor cosa (sí sí, habría que recordar llevar un pañuelo. Se puede a veces, pero no siempre). Y luego, ¿cómo no botar los guantes apenas llegas a tu casa? Digo, si es que no los dejaste en el taxi, donde te los tuviste que quitar par buscar los chavos pa pagar, pero luego tenías que guardar el wallet, volverte a poner el guante, la bufantda, abrocharte el abrigo y salir antes de que el taxi arrancara y se llevara tu pierna para su casa.

La calle 14 sigue estando ahí. También Union Square... Y mis pizzerías favoritas. Tan pronto llegué busqué a Stefano, quien dirige la Casa Italiana de NYU en la calle 12 entre 5ta y 6ta. Aunque me perdí por la 14 un rato (ay, esa memoria mía), lo encontré como siempre. Me ofreció un café como siempre y me sentí que, finalmente había llegado a la ciudad. Tengo memorias en la ciudad y lugares a dónde volver, por lo que supongo que, a pesar de mí, esta ciudad es también algo mía. Me pregunto, si se van los amigos, ¿seguiría siendo mía como antes? Digo, siempre habrá amigos nuevos con los que instaurar nuevas rutinas. Ahora me inventaré las rutinas con Marissel y Carlos y Ángel y Javier, a quienes conocí en Puerto Rico y ahora viven aquí. Siento que esta ciudad es menos un monstruo que San Juan. Al menos, físicamente cambia menos, porque la manía de los constructores allá no deja que la ciudad sea. Y, sorprendentemente, NY está más barata, todavía se compra en pequeños negocios además de en mega-tiendas. Y la comida, ahhhh, la comida.

Hace poco volví a ver en la isla a Miguel; un amigo de bachillerato que no veía hacía como 20 años (y me sorprendo de que ya tenga cosas separadas de la memoría por los años que Gardel decía que no eran nada). Tomando un café juntos, me dí cuenta de que mis amigos por esos años eran inteligentes, aplicados, pero no los que los profesores consideraban geniales. Estábamos siempre algo fuera de foco. Contrario a los geniales, quienes hicieron carrera a paso de liebre, mis amigos, como yo, prefirieron tomar café con otros amigos, tomar vino y cerveza, comer queso y uvas, en fin, aprender de la mundanidad tanto como de la academia, a la que veíamos con sospecha. ¿En verdad el trabajo que se hace es importante? ¿Hablamos con alguien que no sea nuestros parlanchines ombligos, nuestros reflejos en el espejo, nuestras sombras?

Más allá de esas dudas y sospechas, Miguel presentó un libro en Puerto Rico. Yo presentaré otro en Nueva Yol. Volveré a Hunter a cuya biblioteca iba a leer con miedo, sintiendo que no pertenecía, esta vez en calidad de ponente, y me siento contenta y no con menos dudas. Las dudas uno las enfrenta a veces y otras las arrincona en una esquina para que no molesten. Me acuerdo de Patricia Fox, quien se hizo amiga mía en California. Me habrá visto la cara de ratoncito asustado. Me invitó una pizza (en California son horribles) y me dijo, sin preguntarme nada: "A mí me pasó lo mismo. Cuando me admitieron en Stanford, pensé que alguien había cometido un error y una llega con la idea de que de un momento a otro alguien se va a dar cuenta del error y te mandarán de nuevo a tu casa. Pero estás aquí porque te lo ganaste, así que olvídate del desenfoque. Juega el juego, pero sabiendo que también puedes cambiar las reglas de vez en cuando."

Esa es otra amiga, a quien ya no veo, pero es un hogar que tengo en alguna parte del mundo que desconozco. Supongo que la vida es eso, inventarse hogares y relaciones en los lugares que uno menos se lo espera y saber que cuando uno menos se lo espera, llegan a tomar café con una.

2 comentarios:

José H. Cáez Romero dijo...

Niña, déjame respirar primero! Esto es lo que yo llamo en mi blog "Escape". Me encanta ese caos, te siente hablando y todo. Yo lo que tengo son los 20 que dijo Gardel más 1, y digo que no sé cómo el decía que no son nada, no quiero sonar cruel, pero por algo el avión se estrelló. Mucho éxito en NY!

Mara Pastor dijo...

Es la historia de mi vida. Yo soy de las que come uvas! :)