domingo, 2 de mayo de 2010

Conversación

A los estudiantes en huelga. Por rescatar la utopía posible y creer en el diálogo.

Convesar con muertos brillantes que han movido por siglos o por instantes algo en cierta historia de gente que lee. Conversar con vivos que se sienten amigos porque nos hurgan las llagas y luego nos dan un abrazo o porque nos hacen reír cuando en verdad teníamos ganas de llorar o nos dejan llorar tranquilos o nos acompañan a llorar. Conversar sobre el mundo y sus engranajes hoy. Preguntarse qué tiene que ver la palabra escrita con esos engranajes o con los que hacen que mi cuerpo respire, sude, se levante o se vuelva un montón de piedras (como Pedro Páramo). Atrevernos a pensar nuevamente en voz alta en las utopías posibles. Escaparnos a conversar sentados en una esquina, agarrados a una cerveza (o un café, o un poco de agua). Cantar, bailar, volvernos todos mujeres al borde de un ataque de nervios. Enterarnos de que había gente que nos estaba diciendo algo y no nos habíamos dado cuenta. Tener la oportunidad de reaccionar a esa interpelación. Conversar en persona o remotamente, a viva voz, o como entre sueños, sólo con notar que se comparte o aborrece un gesto.

Más allá del insularismo. Los conventillos literarios ya no funcionan. La conversación no es sólo con los cuatro que están de acuerdo conmigo y que coinciden en el gusto por la misma marca de café. Hay que conversar con el mundo. Traer al mundo a la isla. Salir a verlo. Mirar hacia el Caribe, hacia Estados Unidos, hacia América Latina y Europa (de todas partes vienen esos seres raros que se llaman escritores). A esa fiesta se invita al pueblo de Puerto Rico, a partir del martes próximo. Ojalá que acepten la invitación, se vistan de gala, y vengan, que pa conversar hacen falta dos, y a veces, como ahora, más.

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