viernes, 14 de mayo de 2010

De festivales y monstruos

Dos o tres días antes, cuando todavía parecía que estábamos jugando a hablar de un Festival que no era cierto, andaba mostrando la playa y las selvas tropicales a mi nueva comadre, la escritora cubana Karla Suárez. De casualidad pasamos por Ballajá. Íbamos a otra cosa, la Karla turista quería ver el Morro, pero digo "Aquí será el Festival". Señalo Ballajá. Entremos, dice ella. Se queda con la boca abierta. "Oiga, comadre, pero este sitio es grande". ¿Y si llueve? Yo, que he asumido el candor como estilo de vida, comienzo entonces a preocuparme. Cuando vuelvo a ver a Fajardo (José Manuel, escritor español, Director de Programación del Festival) le digo, como haciéndole eco a la cubana: "Oye, ¡pero ese sitio es grande! ¿Se está haciendo promoción?" Me dice que sí y que me despreocupe. Pienso que vienen escuelas y que son 100 escritores (público cautivo, aunque los escritores no se dejan cautivar, a veces hablan y escapan). Durante los próximos días, en almuerzos y cenas, en chiste, urdimos planes para atraer la gente a Ballajá, la flauta de Hamelín, por ejemplo, para luego cerrar la puerta y dejarlos a todos dentro hasta el final, contratar a Buñuel de Jefe de programación era otra posibilidad. Saben que cuando él dirije, la gente no se puede ir.

El día antes estamos un grupo midiendo y clavando cuadros de la exposición de Mordzinski. Los trabajadores del gobierno se fueron a las 3:30 y el argentino, que resultó ser un Romeo o Pepé le Pou (cuántas manos besó) brillante en muchos sentidos, simpático en todos, se fue en brote. Llegó el apoyo más emocional que práctico, porque en mi casa pongo los cuadros virados. Mido a ojo y donde quede está bien. Pero bueno, tengo inteligencia y debo usarla a veces, así que cuánto mide esta pared, cuánto los cuadros, y cómo lograr que queden centrados a tal distancia del suelo, con una pulgada entre ellos. Bueno, se hizo. Es cierto que movimos un clavo de lugar 4 veces, pero se hizo lo que había que hacer y alguna que otra travesura adicional (lo digo con pudor y vergüenza, apenas llegamos me comí la cena de quienes llevaban allí horas trabajando... la cubana ayudó). Gracias al escritor español José Ovejero, quien sí sabía medir clavos.

Llega el día, como siempre pasa inevitablemente. Nos lanzamos y allí está la gente. Bajo la lluvia está la gente. Movimos una charla a la Sala Mordzinski (Mempo Giardinelli, Leonardo Padura, Sergio Ramírez, la palabra y el poder) por la lluvia, pero la sala abarrotada de gente esperó con paciencia el nuevo montaje técnico. Bajo el calor está la gente y repartimos abanicos. La gente llegó; está.

Me entero con alegría de que Paco Ignacio Taibo II (escritor español residente en méxico; buenísimo) iría acompañado de Pilar Quintana (la aguerrida colombiana) a piquetear con los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en huelga. Al día siguiente me cuentan... "¡Los puertorriqueños bailan en los piquetes! ¡No me llamen upi, llámenme candela, candela, candela!" Algo sobre la alegría en contextos de dictadoras y violencia dicen los panelistas de la mesa sobre escribir el horror. El angolano Ondjaki cuenta que su abuela llora cuando le tienen que cortar un dedo del pie debido a la artritis, porque "no podrá ya bailar". Le mandamos un saludo desde la mesa a los estudiantes en huelga. Nos solidarizamos.

Ojo. Este es el punto clave de esta crónica mínima. Hablan el escritor chileno Luis Sepúlveda y el italiano Bruno Arpaia de la palabra y el poder. A fin de cuentas hablan de la esperanza y la utopía. No tengo que decir que Puerto Rico es un lugar medio desesperanzado. En estos días, sin embargo, tenemos las universidades en huelga y el apoyo de la prensa y las distintas comunidades de la esfera pública, profesores incluidos, quienes se han opuesto a conflictos huelgarios anteriores. La esperanza por una sociedad justa que se ocupe de sus ciudadanos y goce de libertad, de cultura, de sosiego... Esa esperanza no se puede abandonar. Yo que pretendo una dureza que es más impostura que otra cosa, me escondí detrás del escenario para que no viera nadie que lloraba conmovida.


Luego una fiesta y a bailar con esos maravillosos escritores, muchos de los cuales son amigos hace un tiempo, otros nuevos amigos ya dados por seguros. A bailar con los nuevos amigos que colaboraron en la producción del evento con paciencia, cariño, diligencia, eficacia...

El domingo era día de la madre; me fui con mi hijo. Leí en la prensa que también quedó bonito el regalo de un libro y una flor para mamá. Volví cuando ya todo había acabado, pero esas bestias raras que son los escritores se niegan a irse. Todavía andan algunos encarnados, otros en espíritu rondado la isla.

Y nos han amenazado con volver.

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