Habermas explica, via Castoriadis, que la producción pre-lingüística de fantasías produce en cada individuo un mundo interno, único y privado, que se enfrenta al mundo institucionalizado durante la niñez y aquél queda integrado a este mundo en el curso de la resolución del conflicto edípico. Esto quiere decir que para madurar (resolver el conflicto edípico) hay que abandonar las fantasías propias o al menos, supedidarlas a las exigencias del mundo institucionalizado. Lo que le interesa al teórico alemán es crear una teoría que supere el marxismo sin abandonar la modernidad como proyecto. A lo que quiere llegar es a proponer las prácticas comunicativas como un medio de negociación constante que crea, de hecho, mundos nuevos; el rescate de la utopía desde las fantasías de cada cual. Usa la palabra demiurgo. Me recuerda a Borges con sus ironías. El poeta que quiere ocupar el lugar de un dios al soñar estos mundos posibles. Con decirlos basta para que se vuelvan un proyecto realizable, parece decir Habermas, tratando de superar la idea moderna del "espíritu absoluo", i.e. el poeta, filósofo, dios que está encargado de llevar a cabo la tarea utópica. Al menos de pensarla.
A pesar de esta aporía que parece imposible de escapar--superar al dios creador para localizar al filósofo-artísta en su lugar--, el alemán se da cuenta de que uno no puede entender al otro a menos que entienda las circunstancias, el contexto en el que el otro habla (existencialismo, sí, Sontag, anhá) y que se habla también por medio de las prácticas. En otra parte habla del tiempo histórico, el espacio social y las experiencias centradas en el cuerpo como parte de esos contextos que producen sentido, sin los cuales la comunicación es imposible. Lo que me interesa de esta propuesta es el reconocimiento de que "the reproduction of a lifeworld always takes place also by virtue of the productivity of its members". Lo que me entusiasma es el plural. Aunque en las discusiones grupales en las que he estado, mientras más miembros peor, al final no es la razón lo que reina, sino la fuerza, el carisma, los chanchullos por debajo de la mesa y ya planchados antes de la reunión. ¿No es eso lo que cuenta Leonardo Padura en su más reciente novela titulada "El hombre que amaba a los perros"? Contar el curso de los hechos que llevan al asesinato de Leon Trostski en México como si fuera un reportaje, casi, basta para uno darse cuenta de que la razón nada tiene que ver con las fuerzas que se hacen cargo de la historia. Pero me parece bueno que un filósofo alemán se de cuenta de que existe mundo más allá de su ombligo filosofal.
NOTA: Celebro el aniversario de este blog. Un año cumple en febrero. Gracias a quienes leen.
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