Explica Hannah Arendt el sentido en el que Rousseau pensó la idea de una voluntad general, la del pueblo o la nación.
"Para construir semejante monstruo de cien cabezas, Rousseau se valió de un ejemplo aparentemente sencillo y verosímil. Extrajo su idea de la experiencia común que enseña que cuando dos intereses opuestos entran en conflicto con un tercero que se opone a ambos, aquéllos se unen. Desde un punto de vista político, daba por supuesta la existencia --y en ella confiaba--del poder unificador del enemigo nacional común" . (Sobre la revolución, 102)
O sea, que las naciones se definen en oposición. Es un lugar común. Ejemplos recientes son la Guerra de las Malvinas que se inventó la dictadura militar argentina quemando sus últimos cartuchos; o los enemigos, reales o imaginarios, con que lidia la nación estadounidense continuamente para mantener la cohesión del "pueblo". Pero en este contexto me preguntaba, ¿qué pasa cuando el enemigo que unifica es interno? ¿qué cuando es el propio gobernante que la mayoría eligió porque pensó que el enemigo estaba en otra parte? ¿Lo estaba? Si no se sabe dónde está el enemigo, ¿contra quién nos cohesionamos? O es que enemigo son todos los que gobiernan o pretenden hacerlo, porque siempre se gobierna a partir de una violencia: gobernar es un acto de violencia. Siempre hay una violencia originaria en las narrativas de las comunidades y es ella la que justifica el contrato social.
Si así fuera, el enemigo que nos gobierna es un fantasma que se desaparece y reaparece, tomando distintas formas, para acecharnos. Regresa como el fantasma del padre de Hamlet, y nos incita a tomar venganza y nos recuerda que el monarca actual es un usurpador. Como Hamlet nos quedamos perplejos y meditamos, ¿cómo? ¿Queremos fundar una nueva comunidad en un nuevo acto de venganza? ¿Qué hacer si el enemigo somos nosotros mismos y las complicidades que elegimos?
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