miércoles, 1 de julio de 2009

Panópticon

Esta semana me regañaron dos veces. No fue mi papá ni la maestra ni el cura ni algún anciano o figura de autoridad. Me regañó la compañía de teléfono y luego, los proveedores de mi tarjeta de crédito. Por viajar. Por viajar sin permiso. Se supone que cuando viaje lo informe, me explican. Es que ellos tienen que saber que estaré fuera del país para "cambiar" mi oferta a la que tiene el roaming incluido y así no verse obligados a cobrarme cientos. (No podían haberme dado desde el principio la que incluía el roamingo, no). El banco, por su parte, se preocupó muchísimo de que yo hiciera compras desde la Florida. Me preguntaron si había ido a Busch Gardens. No se preocuparon de que esa me hubiera cobrado un cargo por servicio de un dólar del cual no me advirtieron. Se supone que el costo de las tarjetas de crédito los pagan las compañías y no los individuos. Se preocuparon de que hubiera cambiado mi rutina de gastos.

Y pensé en este caso, está bien. Si me hubieran robado la tarjeta se habrían dado cuenta rápidamente. Pero me molestó como terminó la llamada; con una advertencia o consejo condescendiente que no toma en cuenta otras alternativas al panorama que ellos se representan. "La próxima vez que viaje, llama y nos avisa para nosotros saber que estará fuera del país". Sí, claro. Como si tu preocupación (la de la industria) a mí me preocupara.

Las compañías hoy rompen la ley y tratan al cliente con una arrogancia que no tiene precedentes. Es como si mi obligación fuera comprar y no hubiera competencia. (En muchos casos no la hay; o se ponen de acuerdo para poner los precios igualmente altos o hay un monopolio). Piden el número de seguro social para cualquier transacción (ilegal). Realizan verificaciones de crédito para acceder a un contrato de una línea de teléfono celular, cuyos términos no negociables deciden ellos (dos años, nuevamente, ellos me hacen el favor de darme un teléfono. Como si yo no lo estuviera pagando. Como si no tuviera la opción de hablar por señales de humo como hacía antes de que se me impusiera la necesidad de andar conectada todo el día).

Mientras, el gobierno quita derechos a las comunidades para dárselos a los individuos (su idea es que los propietarios individuales les vendan, a la larga, para el desarrollo las tierras que hasta ayer eran de la comunidad; serán desplazados) y crea leyes que estipulan que si un individuo entabla un pleito con una compañía (digamos una constructora) por la razón que sea (digamos, para exigir que las leyes se cumplan y así salvar propiedad colectiva y de paso el ambiente) éste debe depositar una fianza que cubra la pérdida de esa compañía mientras el pleito se resuelve.

Mientras, yo, como siempre, tomaré mi distancia de quien me regaña, aunque sea por mi bien, y pensaré con mi cabeza y decidiré por mi cuenta cuánta de mi libertad quiero ceder a favor de qué o de quiénes. Aunque me cueste buen humor, paciencia, la posibilidad de acceder a bienes o privilegios (¿pa qué? nacimos esnús) y hasta dinero (idem).

No hay comentarios: