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miércoles, 3 de abril de 2013

lunes, 24 de enero de 2011

El lugar de las palabras


Nuestro mundo está organizado por palabras.  Todos tenemos una historia, la historia sobre nosotros mismos que nos contamos y que organiza nuestro mundo y nuestras acciones diarias.  Esa historia dialoga íntimamente con la historia que la comunidad inmediata le cuenta a sus individuos desde que nacen.  Esto es, las historias que la familia cuenta, que se relacionan con las que cuenta el país a través de sus instituciones y aparatos reproductores de discurso; la escuela, los periódicos, la radio, la televisión, el cine y también los viejos y sus cuentos, los adultos y sus palabras, junto con sus acciones.  En fin.  Estamos hechos de agua, células, dna, desde un punto de vista científico y estamos hechos de palabras desde el punto de vista cultural. Quien estudia letras estudia cuáles son las consecuencias de la palabra escrita en las sociedades y en los individuos.  El estudiante de letras, la literatura, la historia, el arte, aprende a pensar críticamente, a soñar otros mundos posibles y a comunicar lo que piensa de distintos modos: a través de un buen ensayo o artículo periodístico, o a través de un cuento, una novela, un poema, una pintura, una composición musical, las acciones que organizan una pieza teatral o un performance.  También debo decir lo siguiente porque es lo que importa a los ciegos que guían el mundo de hoy:  la habilidad, la destreza en el manejo de los símbolos, por la palabra (un poema), la vista (una pintura), el oído (una composición musical), también es lucrativa.  Sobre todo cuando hace veinte años más o menos el mundo está cambiando los modos en que se piensa a sí mismo (me refiero al fin de la guerra fría, a la sociedad informática, a la revisión de las premisas de la modernidad, sus ideas de progreso, de lo universal, la idea del hombre como el centro del Universo y hasta las nociones de lo que es una familia, que están en cuestionamiento constante).

Para entender como la palabra organiza nuestro quehacer diario basta pensar que un científico tiene que comunicar el resultado de sus investigaciones por medio de la palabra, un abogado gana o pierde casos mediante el uso de la palabra, un médico es efectivo en la medida es que puede interpretar lo que el paciente le comunica sobre sus males, sabe entender esas palabras y además comunicar sus teorías y sus propuestas de tratamiento de modo eficiente, en diálogo con su paciente, mediante la palabra, los periodistas trabajan con palabras e imágenes.  Para entender cómo la palabra es rentable basta un ejemplo:

Estudié en la Universidad de Stanford, en California, durante los años noventa.  Allí, por esas fechas, se dio la revolución de las “dot com” que comienza con el correo electrónico, la invención del internet, yahoo, se experimenta con programas de reconocimiento de voz; en fin, las consecuencias de lo que describo las vivimos en el día a día de hoy.  En esa Universidad está el Center for Computer Research in Music and Acoustics (CCRMA), donde John Cowning inventó el sintetizador de sonidos que posibilita los teclados electrónicos, por ejemplo.  Esa patente es la que más dinero deja a la Universdad de Stanford, después de la pastilla anticonceptiva, que también la tienen ellos.  En ese contexto revolucionario para el mundo, las compañías Mc Intosch, Canon, Yahoo, contrataban doctores en composición musical (humanistas) e incluso estudiantes graduados de ese centro, porque sabían programar pero también sabían pensar.  Estas compañías reconocían que más allá del pensamiento encajonado de un ingeniero en computación, los humanistas sabían pensar fuera de la caja y esa destreza era precisamente lo que necesitaban para poder inventarse el futuro (y lucrarse de sus inventos).  Los humanistas enseñamos a nuestros estudiantes a pensar y el país debe entender que sin pensamiento crítico y creativo no podemos construir el Puerto Rico del futuro, estar a la vanguardia, ser competentes, excelentes.  Estamos en un momento histórico en el que necesitamos de las palabras y su dominio más que nunca, porque estamos construyendo el futuro sin darnos cuenta.  La Universidad no puede existir sin un espacio para reflexionar sobre los usos de la palabra de forma práctica o artística, que es el modo más complejo en que ella se usa, ni sin un especio para adistrarse en el manejo de la palabra.  Su contribución a la sociedad tal vez no es medible, pero es palpable.  


Por otra parte, creo que es de igual importancia que quienes tenemos la responsabilidad de estudiar los usos de la palabra y enseñar la historia y las luchas de poder en torno a ella, estamos obligados a entender el mundo actual y cómo han cambiado las redes de poder que la afectan (el mercado del libro hoy es otro, por ejemplo, el internet tiene mucho que ver con eso) y reconocer que las formas de procesar ideas, pensamiento, también cambian con la mayor disponibilidad de información, el amplio procesamiento de información a través de imágenes, un uso distinto del orden y el ritmo (las estructuras no lineales y fragmentarias no son difíciles de entender por las nuevas generaciones).  Nuestra responsabilidad es ponernos al día para poder hablarle al mundo del futuro; inventárnoslo.  Así construiremos la libertad del futuro, porque lo que no cambia es que trabajamos para construir la libertad.


La autora, además de ser Catedrática Asociada en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, creó en colaboración con Rosa Luisa Márquez y Mayra Santos Febres el Programa de Escritura Creativa para el Programa en Estudios Interdisciplinarios de la Facultad de Humanidades de ese Recinto y, además, es Productora y Co-anfitriona con Santos Febres de el programa radial titulado En su tinta, donde los miércoles a las 4:00 pm hablan por Radio Universidad de Puerto Rico (89.7 fm)  de literatura y cultura actual.

domingo, 6 de junio de 2010

Mito e historia: A veinte años luz, de Elsa Osorio

A los estudiantes en huelga; porque sí.

"Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre". La guerra de los cristeros. Historia y mito se funden en una de las novelas más importantes que se escribieron en el S. XX; Pedro Páramo, de Juan Rulfo. En esta novela escrita a mediados de ese siglo, a 140 años de guerra por la Independencia Mexicana, comienza a denunciarse que el padre es un páramo: el padre, la nación, el proyecto burgués moderno. A pesar de esto, el padre no puede evitar volverse goce, como en los años 60: las luchas por adquirir iguales derechos de los negros estadounidense (hoy Obama), las luchas estudiantiles en Francia y en el resto del mundo, el feminismo. Hoy el goce sigue cuando el padre deja atrás sus atributos de macho, con los LGBT y sus luchas.

En los años 60 los escritores hispanoamericanos revisaron mito e historia de forma grandilocuente. Se proponían revisar todo el mito, toda la historia en libros monumentales, como Cien años de soledad (García Márquez), La muerte de Artemio Cruz (Fuentes), La casa verde (Vargas Llosa) o Canto general (Neruda). Luego se pensó, se debetió, son otros padres que quieren ocupar el lugar de padres anteriores en cuanto se presentan como el origen y pretenden que sus escritos estructuren el orden de las cosas.

Hoy se vuelve sobre la historia y el mito, pero la óptica es otra. No es que se evite la historia; la segunda mitad del siglo fue testigo de muchas violencias y atrocidades. Si se declara el fin de la historia entonces no habría para qué insistir en meter el dedo en esas llagas. Pero me parece que sin limpiar el pasado de mierda, no podemos vivir hoy. Igual pasa con el mito. Se vuelve a hablar con el padre, pero se le toma la mano, se la aprieta cuando éste se descompone por sus memorias, se lo llama a capítulo cuando desvaría, se lo obliga a escuchar. Tal vez la literatura hoy se parece más a la conversación que todo acto literario es en escencia (no un monólogo).

Me vienen a la mente varios libros contemporáneos vuelven sobre el mito y la historia de forma despiadada, conmovedora, compleja, honesta, conversada. Eso implica que el saber reside en más de una parte. No es propiedad de los dioses ni sus representantes (¿quiénes son esos dioses y quiénes los representan?). Hay muchos saberes. Tantos como personas, sea ésta un rey o una puta; ambos saben, de lo suyo. La diferencia es que unos saben con poder y otros saben sin las estructura que validan esos saberes. A veces un libro se presenta como una intervención en las estructuras que viabilizan la diseminación de saberes subalternos, porque los ponen a dialogar con otros que sí están expuestos porque han contado con las estructuras para exponerse. Tal vez el afán de historia en el campo literario de hoy, corresponde con el hecho de que hay historias que han encontrado estructuras para ser dichas. En ese sentido, me encantó leer A veinte años, Luz, de la argentina Elsa Osorio.

Es la historia de una hija de desaparecidos (la narración nos cuenta el momento en que asesinaron a su madre) que conversa con su padre (exiliado en Europa), al haberlo finalmente encontrado, luego de que sospechara su historia silenciada e hiciera esfuerzos parecidos a la locura para saber su origen. Es un libro construido a partir de conversaciones. Habla la puta que cuidó a Luz por un tiempo, trató de salvar a la madre y fue custodia de su historia. Habla Eduardo, el padre que la adoptó, sin saber detalles de su procedencia, quien en cierto momento insiste en investigar y termina... (bueno, no les cuento). Habla Luz, habla la madre de Luz (Lilliana Ortiz), cada cual dice cosas, desde su historia y su registro; maneja su verdad y sus saberes. Pero no es una novela ingenua que enfrenta los buenos a los malos. Bueno, hay personajes malos, malos; pero cómo salvar a un milico torturador y asesino. Los protagonistas, sin embargo, son humanos y complejos, cambiantes, cobardes y valientes, decididos y pusilánimes, y aún así terminan actuando de acuerdo a una conciencia (¿mítica?) que diferencia el mal del bien y las consecuancias de actuar de cada lado.

Como en los libros de Carlos Franz (que me dicen que es conservador), como en los de Santiago Roncagliolo, los de Iván Thays, Mayra Santos Febres, incluso los de Jorge Volpi, hay una voluntad de volver sobre la historia y el mito (el padre, aunque sea padre ausente, reemplazado por una madre), porque aunque no haya intención de volver a escribir la historia general, hay muchas historias individuales que necesitan entrar a la conversación humana. Sin melodramas, hablar con el padre tomándole la mano, apretársela cuando tengamos que decir algo difícil, aunque se la suelte para manotear o llorar cuando haga falta.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Fe en disfraz, de Mayra Santos Febres

Ella es negra y él es blanco. Así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Ella es mujer y él es hombre así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista ella es culpable y él inocente. Ella es la jefa y él el subalterno, así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Pero “ella quiso ser”, citando a Julia de Burgos, “como los hombres [los hombres blancos e inocentes] quisieron que ella fuese:

"Yo quería ser como aquellas mojas, blancas, puras, como aquellas princesas; vestir trajes hasta el suelo, hechos de terciopelo bordado con hilos de oro y pedrería. Pero en mi fuero interno sabía que aquello no era para mí. Me lo recordaban las alumnas del colegio y el color de mi piel. Mi piel era el mapa de mis ancestros. Todos desnudos, sin blasones ni banderas que los identificaran; marcados por el olvido o, apenas, por cicatrices tribales, cadenas, por las huellas del carimbo sobre el lomo. Ninguna tela que me cubriera, ni sacra ni profana, podría ocultar mi verdadera naturaleza". (89)

Fe en disfraz es el título de la novela que entiende la piel como un vestido. La piel conecta a la protagonista con sus ancestros, y si el reproche contra la mujer negra en Occidente ha sido que ella no podrá controlar nunca lo que se entiende como su verdadera naturaleza, que la hace una mula que se usa tanto para el trabajo físico como para aliviar demonios que poseen el cuerpo del hombre blanco, entonces Fe (así se llama la protagonista) ni lo intenta, a pesar de su nombre.

Se viste con el traje que le perforará la piel que es su otro traje. El traje con el que se viste es amarillo, de encajes y pasacintas. Es un traje de mulata, Xica da Silva se llamó, que quiso insertarse como blanca en sociedad. Fe se vestirá con los dolores propios que, aunque no están dichos en la novela con abundancia, no hace falta porque están dichos los de sus ancestras. Y es que ésta es una novela de ritos y silencios. La mulata, y luego su hija, se ponen el mismo traje amarillo para ser presentadas en sociedad, con el mismo resultado. La ley, los otros, no las reconocen como sujetos posibles. Ese rito de pasaje, ponerse el vestido amarillo y ser presentadas en sociedad, no tiene posibilidad de éxito. Fe, en el siglo XX puede ser jefa, sólo si mantiene silencio sobre sus cicatrices:

--¿A quiénes se habrían parecido estas mujeres?
--¿No es obvio, Martín? Se parecían a mí.
Me quedé mirando a Fe, en silencio. Curiosamente, nunca antes me había detenido a pensar que sus esclavas se le parecieran. Que ella, presente y ante mí, tuviera la misma tez, el mismo cuerpo que una esclava agredida hace más de doscientos años. Que el objeto de su estudio estuviera tan cerca de su piel.(53)

La historia se cuenta rápidamente, en apenas 115 páginas, sin dejar por ello de ser una novela sobre el tiempo que no se deja vencer. Es una historia que cuenta vidas de historiadores que quedan atrapados por el tiempo. Aquí habla Martín, el amante secreto de Fe: “Ya lo he dejado claro en este escrito –la historia da la impresión de ser mutable. Pero siempre vuelve a su redil. Se repite y regresa al sagrado rito de su origen.” (104) La cita se refiere al escrito que leemos, porque aunque ella es la jefa y él el subalterno, él es quien contará la historia, como siempre pasa.

Fe, la historiadora que protagoniza este relato, se beberá su propia sangre y se ofrecerá como objeto en un extraño rito de sacrifico, y Martín también beberá su sangre, la de ella, y se dejará vencer, vaciándose, o palpará el mapa de heridas que lleva ella en la cadera, causadas por el arnés del traje. El vaciamiento es la derrota, pero lo es, además el qué él termina también bebiendo su propia sangre, acordándose de los ritos que se habían olividado él y sus ancentros:
Pero, entonces, ocurrió la peor de las traiciones. Con la cristinanización de los romanos y la paulatina suspensión de la fiesta de Sam Hain (Halloween), se olvidó el culto a los ancestros: a los ancestros animales, a los ancestros frutales, a los ancestros humanos, a los muertos” (92)

Una vez que Martín bebe de esa sangre comienza en él una transformación, a la manera de los vampiros góticos. Cuando comienza la narrativa Martín niega sus culpas, se piensa y se siente inocente:

No fui yo, lo juro, quien se levantó de la mesa del puesto donde almorzábamos, tomando a Fe de la mano, conduciéndola al estacionamiento. Ni fui quien entró al carro de Fe, quien guió a un lugar apartado, entre las mansiones, mientras manoseaba los muslos de Fe, metiendo mis dedos entre las comisuras de su carne. Estacionarme al lado en un parque. Lamerle el cuello con otra lengua que no era la mía, sangre en mis labios mordidos, meterle los dedos más profundo. (75)

No fue él, dice. Y el inocente tal vez tenga razón, al principio, cuando actúa sin saber lo que hace al mirar como pornografía deposiciones de esclavas aunte un tribunal, por abusos sexuales sufridos. Pero crece. Conversa en la cama con Fe. Supongo que es el diálogo de sobrecama el que logra que este personaje crezca y hacia el final del relato descubra:

Ese día, me descubrí capaz de actuar de otra manera. De sentirme dirigido por esa extraña hambre que desde siempre me habita. […] Hoy entiendo que los libros, la Razón, ya no me sirven de trinchera. Recapacito y estoy dispuesto a actuar, a enfrentar las consecuencias de mis actos. (97)

Martín decide hacerse cargo del rito. Sigue las instrucciones de Fe, pero se arma de una navaja toledana que ya habían usado en otras ocasiones. A este punto él también ha palpado sus cicatrices.

No les contaré lo que espera lograr Martín con esa navaja. Tienen que leer esta rica novela que es erótica, pero también puede que sea el testimonio del porpio Martín, quien escribe y deja un documento como si ese último encuentro lo fuera a llevar a la muerte y como dije, además es novela gótica, es novela histórica, es novela de creacimiento. En fin, es una gran novela narrada con un lenguaje y una técnicas afiladas, como la navaja toledana que se usa en el útimo rito que no les voy a contar. Sólo les advierto que se preparen para oler sangre y otros flujos más íntimos. Si son seres de pudor no la lean. Si están interesados en enterarse de transacciones que se pueden dar cuando nos ponemos los disfraces para dejárnoslos quitar hasta quedar pelaos (á poil, como se dice en francés), pues entonces, lean. Mantengan un cubito de agua fría a mano, por si acaso. Y buen provecho.