Ella es negra y él es blanco. Así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Ella es mujer y él es hombre así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista ella es culpable y él inocente. Ella es la jefa y él el subalterno, así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Pero “ella quiso ser”, citando a Julia de Burgos, “como los hombres [los hombres blancos e inocentes] quisieron que ella fuese:
"Yo quería ser como aquellas mojas, blancas, puras, como aquellas princesas; vestir trajes hasta el suelo, hechos de terciopelo bordado con hilos de oro y pedrería. Pero en mi fuero interno sabía que aquello no era para mí. Me lo recordaban las alumnas del colegio y el color de mi piel. Mi piel era el mapa de mis ancestros. Todos desnudos, sin blasones ni banderas que los identificaran; marcados por el olvido o, apenas, por cicatrices tribales, cadenas, por las huellas del carimbo sobre el lomo. Ninguna tela que me cubriera, ni sacra ni profana, podría ocultar mi verdadera naturaleza". (89)
Fe en disfraz es el título de la novela que entiende la piel como un vestido. La piel conecta a la protagonista con sus ancestros, y si el reproche contra la mujer negra en Occidente ha sido que ella no podrá controlar nunca lo que se entiende como su verdadera naturaleza, que la hace una mula que se usa tanto para el trabajo físico como para aliviar demonios que poseen el cuerpo del hombre blanco, entonces Fe (así se llama la protagonista) ni lo intenta, a pesar de su nombre.
Se viste con el traje que le perforará la piel que es su otro traje. El traje con el que se viste es amarillo, de encajes y pasacintas. Es un traje de mulata, Xica da Silva se llamó, que quiso insertarse como blanca en sociedad. Fe se vestirá con los dolores propios que, aunque no están dichos en la novela con abundancia, no hace falta porque están dichos los de sus ancestras. Y es que ésta es una novela de ritos y silencios. La mulata, y luego su hija, se ponen el mismo traje amarillo para ser presentadas en sociedad, con el mismo resultado. La ley, los otros, no las reconocen como sujetos posibles. Ese rito de pasaje, ponerse el vestido amarillo y ser presentadas en sociedad, no tiene posibilidad de éxito. Fe, en el siglo XX puede ser jefa, sólo si mantiene silencio sobre sus cicatrices:
--¿A quiénes se habrían parecido estas mujeres?
--¿No es obvio, Martín? Se parecían a mí.
Me quedé mirando a Fe, en silencio. Curiosamente, nunca antes me había detenido a pensar que sus esclavas se le parecieran. Que ella, presente y ante mí, tuviera la misma tez, el mismo cuerpo que una esclava agredida hace más de doscientos años. Que el objeto de su estudio estuviera tan cerca de su piel.(53)
La historia se cuenta rápidamente, en apenas 115 páginas, sin dejar por ello de ser una novela sobre el tiempo que no se deja vencer. Es una historia que cuenta vidas de historiadores que quedan atrapados por el tiempo. Aquí habla Martín, el amante secreto de Fe: “Ya lo he dejado claro en este escrito –la historia da la impresión de ser mutable. Pero siempre vuelve a su redil. Se repite y regresa al sagrado rito de su origen.” (104) La cita se refiere al escrito que leemos, porque aunque ella es la jefa y él el subalterno, él es quien contará la historia, como siempre pasa.
Fe, la historiadora que protagoniza este relato, se beberá su propia sangre y se ofrecerá como objeto en un extraño rito de sacrifico, y Martín también beberá su sangre, la de ella, y se dejará vencer, vaciándose, o palpará el mapa de heridas que lleva ella en la cadera, causadas por el arnés del traje. El vaciamiento es la derrota, pero lo es, además el qué él termina también bebiendo su propia sangre, acordándose de los ritos que se habían olividado él y sus ancentros:
Pero, entonces, ocurrió la peor de las traiciones. Con la cristinanización de los romanos y la paulatina suspensión de la fiesta de Sam Hain (Halloween), se olvidó el culto a los ancestros: a los ancestros animales, a los ancestros frutales, a los ancestros humanos, a los muertos” (92)
Una vez que Martín bebe de esa sangre comienza en él una transformación, a la manera de los vampiros góticos. Cuando comienza la narrativa Martín niega sus culpas, se piensa y se siente inocente:
No fui yo, lo juro, quien se levantó de la mesa del puesto donde almorzábamos, tomando a Fe de la mano, conduciéndola al estacionamiento. Ni fui quien entró al carro de Fe, quien guió a un lugar apartado, entre las mansiones, mientras manoseaba los muslos de Fe, metiendo mis dedos entre las comisuras de su carne. Estacionarme al lado en un parque. Lamerle el cuello con otra lengua que no era la mía, sangre en mis labios mordidos, meterle los dedos más profundo. (75)
No fue él, dice. Y el inocente tal vez tenga razón, al principio, cuando actúa sin saber lo que hace al mirar como pornografía deposiciones de esclavas aunte un tribunal, por abusos sexuales sufridos. Pero crece. Conversa en la cama con Fe. Supongo que es el diálogo de sobrecama el que logra que este personaje crezca y hacia el final del relato descubra:
Ese día, me descubrí capaz de actuar de otra manera. De sentirme dirigido por esa extraña hambre que desde siempre me habita. […] Hoy entiendo que los libros, la Razón, ya no me sirven de trinchera. Recapacito y estoy dispuesto a actuar, a enfrentar las consecuencias de mis actos. (97)
Martín decide hacerse cargo del rito. Sigue las instrucciones de Fe, pero se arma de una navaja toledana que ya habían usado en otras ocasiones. A este punto él también ha palpado sus cicatrices.
No les contaré lo que espera lograr Martín con esa navaja. Tienen que leer esta rica novela que es erótica, pero también puede que sea el testimonio del porpio Martín, quien escribe y deja un documento como si ese último encuentro lo fuera a llevar a la muerte y como dije, además es novela gótica, es novela histórica, es novela de creacimiento. En fin, es una gran novela narrada con un lenguaje y una técnicas afiladas, como la navaja toledana que se usa en el útimo rito que no les voy a contar. Sólo les advierto que se preparen para oler sangre y otros flujos más íntimos. Si son seres de pudor no la lean. Si están interesados en enterarse de transacciones que se pueden dar cuando nos ponemos los disfraces para dejárnoslos quitar hasta quedar pelaos (á poil, como se dice en francés), pues entonces, lean. Mantengan un cubito de agua fría a mano, por si acaso. Y buen provecho.
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