A Tito y Oscar.
“Hacer política de intrigas y bajezas” dice la Real Academia
que es la politiquería. Un
político define una misma acción de forma positiva si la lleva a cabo él o sus
correligionarios, o de forma negativa si la lleva a cabo el contrario. Hoy en día el debate público no se
centra en la política, que sería lo relativo al ordenamiento de la ciudad, la
polis, puesto que los políticos contratan una agencia de publicidad para que le
haga su “campaña de medios”. Los
medios funcionan no a partir de decir públicamente verdades, ni plantear conceptos, no proponen ideas sino que funcionan a partir de
la manipulación de opinión de forma maniquea y simple. Una de sus estrategias es el escándalo. Es por esto que toda la política hoy es
politiquería. Los medios viven de
la controversia vana. De ahí el llano
inuendo continuo, que nada tiene que ver con el debate público que hipotetizó
Habermas sería la base de la democracia.
Por otra parte, dice Aristóteles que somos
animales políticos. Somos eso y
otras cosas, pero lo cierto es que lo somos en la medida en que no podemos
vivir en comunidad—somos animales gregarios—sin que haya una negociación
continua a partir de la cual se elaboran las reglas de convivencia. Esa negociación puede ser por medio de
la fuerza. Así fue hasta la
modernidad (¿lo sigue siendo?), cuando la fuerza externa, física, fue convirtiéndose en
biopolítica, o fuerza que se ejerce desde la misma definición de ser humano que
maneja el colectivo, incluso la de persona, del cuerpo. Por ejemplo, cuando se firmó la
constitución estadounidense, “We the people” no incluía a las mujeres ni a los
negros. Entonces el cuerpo era
masculino y blanco. Los “otros cuerpos” se definían como inciviles, imporpios
incluso para ser mostrados públicamente; definidos como cuerpos sin alma, sin
cabeza con la cual pensar pensamientos propios. Hizo falta una Guerra Civil, mucho cabildeo por parte
de las mujeres mismas hasta el movimiento por los derechos civiles en los años
sesenta (recordemos a Rosa Parks, Martin Luther King, el libro Our bodies
Our selves) para que la definición misma de cuerpo
“legal”, “civil”, “con derechos”, fuera cambiando. Hoy día se negocian los derechos de los indocumentados (en
un mundo que se reconoce sólo recientemente como globalizado aunque lo sea desde principios de la
moderniadad misma), de las parejas homosexuales, por ejemplo. Muchos no lo saben, pero fueron los
sindicatos los que negociaron la jornada laboral de ocho horas diarias (ocho
horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para el ocio y los asuntos
personales de cada cual) y los fines de semana; derechos que hoy día damos por
sentado y a los que seguramente nadie estaría dispuesto a renunciar. Y es que más allá de los políticos
profesionales, todo es político.
Todos hacemos política en el sentido en que las decisiones por las que
optamos a diario tienen sus consencuencias en el colectivo. Un día Rosa Parks se negó a ceder su
asiento a una persona blanca y la consecuencia de esa acción, luego de una sucesión de acciones correlacionadas, acabó con la política de segregación en la
transportación pública en Estados Unidos.
Siempre que optamos por desentendernos de lo que pasa, o pensar que el
legislador “roba” pero “todos” lo hacen y ese, por lo menos, es de mi partido y
adelantará mis causas, además de que “me pondrá a guisar” estamos llevando a
cabo un acto político que tiene consecuencias para la comunidad. Dije político y no politiquero. Es algo que hacemos, más allá de lo que dicen quienes tiene acceso a los medios. Estamos condonando el robo. Entonces no podemos sorprendernos
cuando el ladrón entra en nuestras casas y nos amarra a la cama (le ha sucedido
a amigos mios). ¿Es posible hoy que la política de partidos tenga alguna correspondencia con las necesidades de la polis, más allá del faranduleo mediático? Creo que allí está una de las preguntas fundamentales de nuestros tiempos.
Podemos pensar como Thomas Hobbes, que el
ser humano viviría en una guerra de todos contra todos si no cede parte de su
libertad a un estado absoluto que gobierne por el bien común, pero lo cierto es
que la historia ofrece innumerables ejemplos de que ese “ente” gobernará para
beneficio propio, más allá del mito de Alejandro Magno. Lo hará porque es imposible que un solo ente de cuenta de
las infinitas realidades de sus súbditos, los cuerpos que controla, de modo que
sea capaz de promover que prosperen y sean felices. Es necesario que la organización colectiva surja del pulseo
de todos, desde las comunidades hacia arriba. Vocalizar públicamente las necesidades de los pequeños
colectivos hace que esas necesidades sean consideradas en el mapa público. Esa es la política más sana. Así se hace democracia y no siguiendo a
los políticos del marketing. Hay que exponer los cuerpos silenciados en el espacio público, hacer que digan. Ahí está la fuerza democratizante del performance: en el cuerpo expuesto.
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