lunes, 9 de julio de 2012

Política y politiquería



A Tito y Oscar.


 “Hacer política de intrigas y bajezas” dice la Real Academia que es la politiquería.  Un político define una misma acción de forma positiva si la lleva a cabo él o sus correligionarios, o de forma negativa si la lleva a cabo el contrario.  Hoy en día el debate público no se centra en la política, que sería lo relativo al ordenamiento de la ciudad, la polis, puesto que los políticos contratan una agencia de publicidad para que le haga su “campaña de medios”.  Los medios funcionan no a partir de decir públicamente verdades, ni plantear conceptos, no proponen ideas sino que funcionan a partir de la manipulación de opinión de forma maniquea y simple.  Una de sus estrategias es el escándalo.  Es por esto que toda la política hoy es politiquería.  Los medios viven de la controversia vana.  De ahí el llano inuendo continuo, que nada tiene que ver con el debate público que hipotetizó Habermas sería la base de la democracia.

Por otra parte, dice Aristóteles que somos animales políticos.  Somos eso y otras cosas, pero lo cierto es que lo somos en la medida en que no podemos vivir en comunidad—somos animales gregarios—sin que haya una negociación continua a partir de la cual se elaboran las reglas de convivencia.  Esa negociación puede ser por medio de la fuerza.  Así fue hasta la modernidad (¿lo sigue siendo?), cuando la fuerza externa, física, fue convirtiéndose en biopolítica, o fuerza que se ejerce desde la misma definición de ser humano que maneja el colectivo, incluso la de persona, del cuerpo.   Por ejemplo, cuando se firmó la constitución estadounidense, “We the people” no incluía a las mujeres ni a los negros.  Entonces el cuerpo era masculino y blanco. Los “otros cuerpos” se definían como inciviles, imporpios incluso para ser mostrados públicamente; definidos como cuerpos sin alma, sin cabeza con la cual pensar pensamientos propios.   Hizo falta una Guerra Civil, mucho cabildeo por parte de las mujeres mismas hasta el movimiento por los derechos civiles en los años sesenta (recordemos a Rosa Parks, Martin Luther King, el libro Our bodies Our selves) para que la definición misma de cuerpo “legal”, “civil”, “con derechos”, fuera cambiando.  Hoy día se negocian los derechos de los indocumentados (en un mundo que se reconoce sólo recientemente como globalizado aunque lo sea desde principios de la moderniadad misma), de las parejas homosexuales, por ejemplo.  Muchos no lo saben, pero fueron los sindicatos los que negociaron la jornada laboral de ocho horas diarias (ocho horas para el trabajo, ocho para el sueño y ocho para el ocio y los asuntos personales de cada cual) y los fines de semana; derechos que hoy día damos por sentado y a los que seguramente nadie estaría dispuesto a renunciar.  Y es que más allá de los políticos profesionales, todo es político.  Todos hacemos política en el sentido en que las decisiones por las que optamos a diario tienen sus consencuencias en el colectivo.  Un día Rosa Parks se negó a ceder su asiento a una persona blanca y la consecuencia de esa acción, luego de una sucesión de acciones correlacionadas, acabó con la política de segregación en la transportación pública en Estados Unidos.  Siempre que optamos por desentendernos de lo que pasa, o pensar que el legislador “roba” pero “todos” lo hacen y ese, por lo menos, es de mi partido y adelantará mis causas, además de que “me pondrá a guisar” estamos llevando a cabo un acto político que tiene consecuencias para la comunidad.  Dije político y no politiquero.  Es algo que hacemos, más allá de lo que dicen quienes tiene acceso a los medios.  Estamos condonando el robo.  Entonces no podemos sorprendernos cuando el ladrón entra en nuestras casas y nos amarra a la cama (le ha sucedido a amigos mios).  ¿Es posible hoy que la política de partidos tenga alguna correspondencia con las necesidades de la polis, más allá del faranduleo mediático?  Creo que allí está una de las preguntas fundamentales de nuestros tiempos.

Podemos pensar como Thomas Hobbes, que el ser humano viviría en una guerra de todos contra todos si no cede parte de su libertad a un estado absoluto que gobierne por el bien común, pero lo cierto es que la historia ofrece innumerables ejemplos de que ese “ente” gobernará para beneficio propio, más allá del mito de Alejandro Magno.  Lo hará porque es imposible que un solo ente de cuenta de las infinitas realidades de sus súbditos, los cuerpos que controla, de modo que sea capaz de promover que prosperen y sean felices.  Es necesario que la organización colectiva surja del pulseo de todos, desde las comunidades hacia arriba.  Vocalizar públicamente las necesidades de los pequeños colectivos hace que esas necesidades sean consideradas en el mapa público.  Esa es la política más sana.  Así se hace democracia y no siguiendo a los políticos del marketing.  Hay que exponer los cuerpos silenciados en el espacio público, hacer que digan.  Ahí está la fuerza democratizante del performance:  en el cuerpo expuesto.

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