viernes, 29 de junio de 2012

Crónica medio falsa sobre ires y venires boricuas


Con cariño, a Mara, que fue y a su regreso nos regaló el trabajo de su elaborado cerebro...
A mis hermanos.  A la familia extendida y regada.




El artículo más reciente de Deepak Lamba Nieves publicado en el periódico titulado 80 grados  me hizo verificar el dato.  “De cara al reto transnacional y la migración” recuerda a quien lea que el asunto del vaivén isleño es mucho más complicado que una simple “fuga de cerebros”, fidelidad a la patria o traición a la misma.  Si lo sabré yo que nací en Chicago y regresé a los dos años, para hacer hermanos de los primos de aquí, quienes después habrán tenido que irse también, aunque no le hace, porque por ahí regresan mis otras primas con tíos nuevos y la abuela que se había quedado por allá.  Y así se nos ha ido la vida.  Con mitad de la familia por allá, primero Chicago y luego Florida y la otra mitad por acá (no siempre las mismas mitades).  Recuerdo una vez que nos estábamos aburriendo en la fiesta de navidad en casa de mi abuela en Guavate cuando nos llamaron los de Florida.  Tenían tremendo parrandón montao.  Así descubrimos, o por lo menos yo descubrí, que el problema con nuestra parranda, era que se habían ido quienes tocan guitarra y nos quedamos sólo con el cuatro (que hace una labor encomiable pero hay que reconocer que insuficiente sin la cooperación de otros) y dos carrachos.  En estos días, por ahí andan diciendo mis hermanos (¡uno de ellos es el del cuatro!) que “¿Qué hacemos, nos vamos?”.  Yo que me fui por un tiempo y luego regresé (como ellos también hicieron en su momento), los escucho en silencio y dejo que el corazón se me haga pasa sin opinar.  Igual quién sabe si un día de estos me vaya yo también.  Me levante y de momento ya esté ida, sin haberme dado cuenta, puesto que tengo un medio plan que nunca confieso pero tampoco desecho por completo.  ¿Será por eso que cada vez que viajo pierdo el avión de regreso?  Cuatro aviones se me han ido en un año.  La primera vez me esmelené llorando de la vergüenza y la culpa.  La más reciente me fui directamente al SPA del aeropuerto como quien ya se acostumbró a que hay algo fuerte que me hala a cualquier parte, aunque por ahora sea más fuerte el algo que me obliga a estar.

Pero me refería al dato que verifiqué otra vez, porque nunca me ha quedado claro.  Lo que tengo claro es la memoria de estar en California en un salón de clases, con Augusto Monterroso de Profesor en una “Introducción al cuento hispanoamericano”.  Allí no sé de qué se hablaba.  De migración seguramente[1], sólo recuerdo que yo mencioné el asunto de la “fuga de cerebros” (habrá sido el año 95 más o menos) que estaba en toda la prensa de mi país.  Expliqué ese asunto a él y a toda la clase, con la seriedad digna de cualquier aspirante a crítico literario que se quiera hacer tomar en serio por Profesor tan “Gran Maestro de las Letras Hispanoamericanas”, tan cucharacha yo en baile de gallinas como se puede estar en esa escuela privada gringa.  Hablaba con lentitud, con corrección, con el pecho inflado (se me había planteado un tema sobre el que estaba preparada para opinar).  Explicaba quién es Magali García Ramis, una escritora puertorriqueña (letras que en la academia californiana casi no existen).  Ella había escrito, precisamente, un artículo que luego recogió en un libro.  El artículo se llama “El cerebro que se va y el corazón que se queda”.  Si hubiera podido, habría citado de memoria la entrada al mismo.  Trataba de recordar de la forma más precisa posible.  Ahora lo tengo a mano, puedo copiar y explicar que dice lo siguiente:

Tiene que haber un momento preciso del día cuando toman la decisión.  Quizás amanecidos una noche, al despuntar el alba miran al cielo y ven a Venus alineado a la Luna y al ir bajando su mirada verticalmente ven, frente a su casa, los cristales del auto rotos a pedradas.  Ven más allá: toda la fila de carros con las ventanas rotas; miran más aún y se topan con el horizonte de la urbanización tan nueva que prometía en anuncios a colores tranquilidad y seguridad para toda la familia bajo un nombre bilingüe de caché y ambigüedad, atributos que tanto nutren a los puertorriqueños:  ¿Úcares Heights?  ¿Alturas de Reinita Hills?  ¿En cuánto me salió el pronto de esta casa?  ¿Cuánto tiempo pasará antes de que me den un aumento para ampliar la marquesina y poder poner los dos carros adentro?  ¿Cuántos años faltan para que la nena me pida el carro y vuelva un día de madrugada justo cuando la ganga de manduletes rompe-carros esté merodeando el vecindario y ...?  Y debe ser un día, al amanecer, que toman la decisión de irse del país, todos esos hombres y mujeres que ahora no se llaman exiliados como los del siglo pasado, ni emigrantes como los de principios de siglo, ni tomateros, como los de los años ’50 y ’60, sino “Cerebros” (11).

 Explicaba que ella luego incluyó en una colección que se titula La ciudad que me habit...  Interrumpo mi discurso porque veo al Maestro riéndose y no entiendo por qué.  Trato de corregir lo que planteo indicando que, claro, es, cuanto menos, clasista el uso de ese término por la prensa, puesto que la migración se veía de forma positiva cuando eran proletarios quienes se iban, y de repente se vuelve una gran preocupación social si quienes se van son profesionales.  Precisamente eso explic...   El Profesor seguía riéndose de forma cada vez menos tímida, lo cual me producía gran confusión.  Yo hice una pausa y lo invité, muerta de la vergüenza, a decir por qué se reía de mis planteamientos.   Él sólo respondió, “¿No te parece que lo que dices es materia para un cuento?”.

A este punto han pasado ya varios años y veo en una librería un libro del Maestro que no estaba en mi librero.  Tal vez es el 2003 y acaba de morir y quiero rendirle mi pequeño, secreto, homenaje.  El libro que acabo de ver se titula Movimiento perpetuo.  Repaso mentalmente lo que tengo en casa.  Hojeo el libro para estar segura de que no lo tengo.  Veo en la contratapa que se publicó originalmente en el 1972, pero que la edición que tengo es de 1999, publicado en Madrid, para dar más señas, Alfaguara de bolsillo.  Compro el libro.  Llegamos al punto del dato que habría que verificar (pero no quiero, porque se me daña el cuento—mejor me quedo con la crónica medio falsa).   Habría que ver si la entrada número 7 en el índice, titulada “La exportación de cerebros” fue añadida en el 99.  Tiene que ser, porque yo recuerdo haberle explicado al Maestro, haber pasado la vergüenza en el 95 de que se haya reído de mis explicaciones sin entender el porqué.  El caso es que hoy releo su ensayo falso (lo que contiene ese libro son géneros indefinidos) y me río también hoy, como me reí cuando lo leí por primera vez en el 2003 y recordé la conversación inconclusa.  Entiendo, finalmente—yo soy medio lenta, parece--, entendí con sorpresa cuando abrí el libro y apareció en la página todo lo que estaba pensando el cuentero, con el placer de quien acaba de inventarse una historia que contar.  Y sí, tenía razón él.  Es gracioso.  Hoy agradezco que algunos de mis amigos escriban (como agradezco que aparezca quien toque la guitarra), puesto que con ellos, podré seguir conversando aún después de que no estén.  Abriré algún libro y entenderé, con el retraso de algunos años, el chiste que me hicieron un día.  Me reiré con ellos, finalmente. 

Post-scriptum

Verifico en el mundo virtual, que La exportación de cerebros pasó a ser el título de una colección de cuentos de Monterroso que editara H. KLICZKOWSKI, en 2006.

Aquí el cuento de mi vergüenza y luego de mi risa.




  
LA EXPORTACION DE CEREBROS
El fenómeno de la exportación de cerebros ha existido siempre, pero parece que en nuestros días empieza a ser considerado como un problema. Sin embargo, es un hecho bastante común, y suficientemente establecido por la experiencia universal, que todo cerebro que de veras vale la pena o se va por su cuenta, o se lo llevan, o alguien lo expulsa. En realidad lo primero es lo más usual; pero en cuanto un cerebro existe, se encuentra expuesto a beneficiarse con cualquiera de estos 3 acontecimientos.
Ahora bien, yo considero que la preocupación por un posible brain drain hispanoamericano nace del planteamiento de un falso problema, cuando no de un desmedido optimismo sobre la calidad o el volumen de nuestras reservas de esta materia prima.  Es lógico que estemos cansados ya de que países más desarrollados que nosotros acarreen con nuestro cobre o nuestro plátano en condiciones de intercambio cada vez más deterioradas; pero cualquiera puede notar que el temor de que además se lleven nuestros cerebros resulta vagamente paranoico, pues la verdad es que no contamos con muchos muy buenos.  Lo que sucede es que nos complace hacernos ilusiones; pero, como dice el refrán, el que vive de ilusiones muere de hambre. Sospechar que alguien está ansioso de apropiarse de nuestros genios significa suponer que los tenemos y, por tanto, que podríamos seguir permitiéndonos el lujo de no importarlos.
Pero hay que examinar las cosas más a fondo.
Si en los próximos censos generales lográramos en Hispanoamérica computar unos doscientos cerebros de primera, dignos de y dispuestos a ser atraídos por las vanas tentaciones del dinero del exterior, deberíamos darnos por contentos, pues ya es hora de ver las cosas con objetividad y de reconocer que mientras sigamos exportando solamente estaño o henequén nuestras economías permanecerán en su deplorable estado actual.
El cerebro es una materia prima como cualquier otra. Para refinarlo se necesita enviarlo afuera para que algún día nos sea devuelto elaborado, o bien transformarlo nosotros mismos; pero, como en tantos otros campos, por desgracia las instalaciones con que contamos para esto último o son obsoletas, o de segunda, o sencillamente no existen.
Como alguien podría suponer que todo lo dicho hasta aquí ha sido dicho en broma, es bueno acudir a los ejemplos.
La exportación de cada racimo de plátanos le ha estado produciendo a Guatemala alrededor de un centavo y medio de dólar, que la United Fruit Company paga como impuesto, y que sirve sobre todo al gobierno para mantener la tranquilidad social y el orden policiaco que hacen posible producir otra vez sin tropiezos ese mismo racimo de plátanos. Los racimos se exportan por miles cada año, es cierto, pero hay que reconocer que aparte de aquel orden, los beneficios obtenidos han sido más bien escasos, si uno no toma en cuenta el agotamiento de la tierra sometida a esta siembra. ¡Que diferencia cuando se exporta un cerebro! Es evidente que la exportación del cerebro de Miguel Angel Asturias le ha dejado a Guatemala beneficios más notables, un premio Nobel incluido. Por otra parte, muchos otros cerebros han salido de ese país sin que, por lo menos que se sepa, la estructura de éste se haya resquebrajado en lo mínimo; antes por el contrario, sin ellos parece estar cada vez mejor y progresando como nunca.
¿A qué debemos dedicarnos entonces?  ¿A producir plátanos o cerebros?  Para cualquier persona que maneje medianamente el suyo, la respuesta es obvia.
Examinemos un ejemplo más.
Durante la segunda Guerra Mundial y los años subsiguientes, México exportó braceros en escala considerable.  Aún cuando no faltó en ese tiempo, por razones humanitarias, quien impugnara las ventajas de esta exportación, o arm drain, lo cierto es que cada uno de estos braceros aportaba al país un promedio de 300 dólares anuales que enviaba a su familia.  Hoy nadie puede negar que estas remesas contribuyeron en gran medida a resolver los problemas de divisas que México enfrentó en los ultimos años para lograr el impresionante desarrollo económico que ahora experimenta. Si esto se logró con la contribución de los humildes y sencillos campesinos, la mayoría de las veces analfabetos, imagínense lo que significaría la exportación anual de unos 26,000 cerebros. La relación de pago de unos a otros es casi sideral. Cabe, entonces preguntarse de nuevo: ¿qué vale mas exportar: brazos o cerebros?
Planteémonos, pues, el problema, o el falso problema, con toda claridad.
1) A nuestros cerebros no se los lleva nadie o, si esto sucede, es en mínima escala.  Cuando buenamente pueden, nuestros cerebros simplemente se van, en la mayoría de los casos porque su consumo en Hispanoamérica esta lejos todavía de ser importante.
2) La historia muestra en buena medida que la fuga de determinado cerebro beneficia mayormente al país que lo deja marcharse que su permanencia en éste, Joyce hizo más por la literatura irlandesa desde Suiza que desde Dublín; Marx fue más útil para los obreros alemanes desde Londres que desde su patria; es probable que si Martí no hubiera vivido en los Estados Unidos y en otros países la Revolución cubana no tendria en él a tan grande ideólogo; Andrés Bello transformó la gramática española desde Inglaterra; Rubén Darío hizo lo mismo con el verso español desde Francia; y no quisiera mencionar a Einstein, por lo de la bomba atómica. Son casos aislados, se dirá; sí, pero qué casos.  Si Hispanoamérica cree tener en la actualidad unos veinte cerebros como estos, y no los deja escapar, se estará jugando torpemente su destino.
3) Quedan los expulsados.  Lo único positivo que los gobiernos dictatoriales de Hispanoamérica han hecho por esta región es expulsar cerebros.  A veces se equivocan de buena fe y expulsan a muchos que no lo merecen; pero cuando aciertan y destierran a un buen cerebro están haciendo más por su país que los Benefactores de la Cultura, que convierten a los talentos de la localidad en monumentos nacionales incapaces de decir una frase o dos que no se parezcan peligrosamente al lugar común o, en el mejor de los casos, al rebuzno, que, viéndolo bien, no ofende nunca a nadie y a veces puede incluso embellecer la caída de la tarde.
Finalmente, y si es que la preocupación es correcta, como en muchas ocasiones la solución está a la mano y nadie la ve, quizá porque choca con nuestros moldes mentales en materia económica: por cada cerebro exportado importemos dos.





[1] Fue una clase maravillosa.  Alguna secretaria le había hecho un prontuario al Maestro, puesto que tenía que haber alguna apariencia de orden.  Éste no lo seguía, sino que venía todos los miércoles a las 10, digamos, es un ejemplo, y contaba lo que se le ocurriera, regalando la los privilegiados estudiantes que allí estuvieran la experiencia de verlo improvisar en vivo sus cuentos.  

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