Con cariño, a
Mara, que fue y a su regreso nos regaló el trabajo de su elaborado cerebro...
A mis
hermanos. A la familia extendida y
regada.
El artículo más
reciente de Deepak Lamba Nieves publicado en el periódico titulado 80 grados me hizo verificar
el dato. “De cara al reto
transnacional y la migración” recuerda a quien lea que el asunto del vaivén
isleño es mucho más complicado que una simple “fuga de cerebros”, fidelidad a
la patria o traición a la misma.
Si lo sabré yo que nací en Chicago y regresé a los dos años, para hacer
hermanos de los primos de aquí, quienes después habrán tenido que irse también,
aunque no le hace, porque por ahí regresan mis otras primas con tíos nuevos y
la abuela que se había quedado por allá.
Y así se nos ha ido la vida.
Con mitad de la familia por allá, primero Chicago y luego Florida y la
otra mitad por acá (no siempre las mismas mitades). Recuerdo una vez que nos estábamos aburriendo en la fiesta
de navidad en casa de mi abuela en Guavate cuando nos llamaron los de
Florida. Tenían tremendo parrandón
montao. Así descubrimos, o por lo
menos yo descubrí, que el problema con nuestra parranda, era que se habían ido
quienes tocan guitarra y nos quedamos sólo con el cuatro (que hace una labor
encomiable pero hay que reconocer que insuficiente sin la cooperación de otros)
y dos carrachos. En estos días,
por ahí andan diciendo mis hermanos (¡uno de ellos es el del cuatro!) que “¿Qué
hacemos, nos vamos?”. Yo que me
fui por un tiempo y luego regresé (como ellos también hicieron en su momento),
los escucho en silencio y dejo que el corazón se me haga pasa sin opinar. Igual quién sabe si un día de estos me
vaya yo también. Me levante y de
momento ya esté ida, sin haberme dado cuenta, puesto que tengo un medio plan
que nunca confieso pero tampoco desecho por completo. ¿Será por eso que cada vez que viajo pierdo el avión de
regreso? Cuatro aviones se me han
ido en un año. La primera vez me
esmelené llorando de la vergüenza y la culpa. La más reciente me fui directamente al SPA del aeropuerto
como quien ya se acostumbró a que hay algo fuerte que me hala a cualquier
parte, aunque por ahora sea más fuerte el algo que me obliga a estar.
Pero me refería al
dato que verifiqué otra vez, porque nunca me ha quedado claro. Lo que tengo claro es la memoria de
estar en California en un salón de clases, con Augusto Monterroso de Profesor
en una “Introducción al cuento hispanoamericano”. Allí no sé de qué se hablaba. De migración seguramente[1],
sólo recuerdo que yo mencioné el asunto de la “fuga de cerebros” (habrá sido el
año 95 más o menos) que estaba en toda la prensa de mi país. Expliqué ese asunto a él y a toda la
clase, con la seriedad digna de cualquier aspirante a crítico literario que se
quiera hacer tomar en serio por Profesor tan “Gran Maestro de las Letras
Hispanoamericanas”, tan cucharacha yo en baile de gallinas como se puede estar
en esa escuela privada gringa.
Hablaba con lentitud, con corrección, con el pecho inflado (se me había
planteado un tema sobre el que estaba preparada para opinar). Explicaba quién es Magali García Ramis,
una escritora puertorriqueña (letras que en la academia californiana casi no
existen). Ella había escrito,
precisamente, un artículo que luego recogió en un libro. El artículo se llama “El cerebro que se
va y el corazón que se queda”. Si
hubiera podido, habría citado de memoria la entrada al mismo. Trataba de recordar de la forma más
precisa posible. Ahora lo tengo a
mano, puedo copiar y explicar que dice lo siguiente:
Tiene que haber un momento preciso del día cuando toman la
decisión. Quizás amanecidos una
noche, al despuntar el alba miran al cielo y ven a Venus alineado a la Luna y
al ir bajando su mirada verticalmente ven, frente a su casa, los cristales del
auto rotos a pedradas. Ven más
allá: toda la fila de carros con las ventanas rotas; miran más aún y se topan
con el horizonte de la urbanización tan nueva que prometía en anuncios a
colores tranquilidad y seguridad para toda la familia bajo un nombre bilingüe
de caché y ambigüedad, atributos que tanto nutren a los puertorriqueños: ¿Úcares Heights? ¿Alturas de Reinita Hills? ¿En cuánto me salió el pronto de esta
casa? ¿Cuánto tiempo pasará antes
de que me den un aumento para ampliar la marquesina y poder poner los dos
carros adentro? ¿Cuántos años
faltan para que la nena me pida el carro y vuelva un día de madrugada justo
cuando la ganga de manduletes rompe-carros esté merodeando el vecindario y
...? Y debe ser un día, al
amanecer, que toman la decisión de irse del país, todos esos hombres y mujeres
que ahora no se llaman exiliados como los del siglo pasado, ni emigrantes como
los de principios de siglo, ni tomateros, como los de los años ’50 y ’60, sino
“Cerebros” (11).
Explicaba que ella luego incluyó en una
colección que se titula La ciudad que me habit...
Interrumpo mi discurso porque veo al Maestro riéndose y no entiendo por
qué. Trato de corregir lo que
planteo indicando que, claro, es, cuanto menos, clasista el uso de ese término
por la prensa, puesto que la migración se veía de forma positiva cuando eran
proletarios quienes se iban, y de repente se vuelve una gran preocupación
social si quienes se van son profesionales. Precisamente eso explic... El Profesor seguía riéndose de forma cada vez menos
tímida, lo cual me producía gran confusión. Yo hice una pausa y lo invité, muerta de la vergüenza, a
decir por qué se reía de mis planteamientos. Él sólo respondió, “¿No te parece que lo que dices es
materia para un cuento?”.
A este punto han
pasado ya varios años y veo en una librería un libro del Maestro que no estaba
en mi librero. Tal vez es el 2003
y acaba de morir y quiero rendirle mi pequeño, secreto, homenaje. El libro que acabo de ver se titula Movimiento
perpetuo. Repaso mentalmente lo que tengo en
casa. Hojeo el libro para estar
segura de que no lo tengo. Veo en
la contratapa que se publicó originalmente en el 1972, pero que la edición que
tengo es de 1999, publicado en Madrid, para dar más señas, Alfaguara de
bolsillo. Compro el libro. Llegamos al punto del dato que habría
que verificar (pero no quiero, porque se me daña el cuento—mejor me quedo con
la crónica medio falsa).
Habría que ver si la entrada número 7 en el índice, titulada “La
exportación de cerebros” fue añadida en el 99. Tiene que ser, porque yo recuerdo haberle explicado al
Maestro, haber pasado la vergüenza en el 95 de que se haya reído de mis
explicaciones sin entender el porqué.
El caso es que hoy releo su ensayo falso (lo que contiene ese libro son
géneros indefinidos) y me río también hoy, como me reí cuando lo leí por
primera vez en el 2003 y recordé la conversación inconclusa. Entiendo, finalmente—yo soy medio
lenta, parece--, entendí con sorpresa cuando abrí el libro y apareció en la
página todo lo que estaba pensando el cuentero, con el placer de quien acaba de
inventarse una historia que contar.
Y sí, tenía razón él. Es
gracioso. Hoy agradezco que
algunos de mis amigos escriban (como agradezco que aparezca quien toque la
guitarra), puesto que con ellos, podré seguir conversando aún después de que no
estén. Abriré algún libro y
entenderé, con el retraso de algunos años, el chiste que me hicieron un día. Me reiré con ellos, finalmente.
Post-scriptum
Verifico en el mundo
virtual, que La exportación de cerebros pasó a ser el título de una colección de cuentos de
Monterroso que editara H. KLICZKOWSKI, en 2006.
Aquí el cuento de
mi vergüenza y luego de mi risa.
El fenómeno de la exportación
de cerebros ha existido siempre, pero parece que en nuestros días empieza a
ser considerado como un problema. Sin embargo, es un hecho bastante común, y
suficientemente establecido por la experiencia universal, que todo cerebro
que de veras vale la pena o se va por su cuenta, o se lo llevan, o alguien
lo expulsa. En realidad lo primero es lo más usual; pero en cuanto un
cerebro existe, se encuentra expuesto a beneficiarse con cualquiera de estos
3 acontecimientos.
Ahora bien, yo considero
que la preocupación por un posible brain drain
hispanoamericano nace del planteamiento de un falso problema, cuando no de
un desmedido optimismo sobre la calidad o el volumen de nuestras reservas de
esta materia prima. Es lógico
que estemos cansados ya de que países más desarrollados que nosotros
acarreen con nuestro cobre o nuestro plátano en condiciones de intercambio
cada vez más deterioradas; pero cualquiera puede notar que el temor de que
además se lleven nuestros cerebros resulta vagamente paranoico, pues la verdad
es que no contamos con muchos muy buenos. Lo que sucede es que nos complace hacernos ilusiones;
pero, como dice el refrán, el que vive de ilusiones muere de hambre.
Sospechar que alguien está ansioso de apropiarse de nuestros genios
significa suponer que los tenemos y, por tanto, que podríamos seguir
permitiéndonos el lujo de no importarlos.
Pero hay que examinar las
cosas más a fondo.
Si en los próximos censos
generales lográramos en Hispanoamérica computar unos doscientos cerebros de
primera, dignos de y dispuestos a ser atraídos por las vanas tentaciones del
dinero del exterior, deberíamos darnos por contentos, pues ya es hora de ver
las cosas con objetividad y de reconocer que mientras sigamos exportando
solamente estaño o henequén nuestras economías permanecerán en su deplorable
estado actual.
El cerebro es una materia
prima como cualquier otra. Para refinarlo se necesita enviarlo afuera para
que algún día nos sea devuelto elaborado, o bien transformarlo nosotros
mismos; pero, como en tantos otros campos, por desgracia las instalaciones
con que contamos para esto último o son obsoletas, o de segunda, o
sencillamente no existen.
Como alguien podría suponer
que todo lo dicho hasta aquí ha sido dicho en broma, es bueno acudir a los
ejemplos.
La exportación de cada
racimo de plátanos le ha estado produciendo a Guatemala alrededor de un
centavo y medio de dólar, que la United Fruit Company paga como impuesto, y
que sirve sobre todo al gobierno para mantener la tranquilidad social y el
orden policiaco que hacen posible producir otra vez sin tropiezos ese mismo
racimo de plátanos. Los racimos se exportan por miles cada año, es cierto,
pero hay que reconocer que aparte de aquel orden, los beneficios obtenidos
han sido más bien escasos, si uno no toma en cuenta el agotamiento de la
tierra sometida a esta siembra. ¡Que diferencia cuando se exporta un
cerebro! Es evidente que la exportación del cerebro de Miguel Angel Asturias
le ha dejado a Guatemala beneficios más notables, un premio Nobel incluido.
Por otra parte, muchos otros cerebros han salido de ese país sin que, por lo
menos que se sepa, la estructura de éste se haya resquebrajado en lo mínimo;
antes por el contrario, sin ellos parece estar cada vez mejor y progresando
como nunca.
¿A qué debemos dedicarnos
entonces? ¿A producir plátanos
o cerebros? Para cualquier
persona que maneje medianamente el suyo, la respuesta es obvia.
Examinemos un ejemplo más.
Durante la segunda Guerra
Mundial y los años subsiguientes, México exportó braceros en escala
considerable. Aún cuando no
faltó en ese tiempo, por razones humanitarias, quien impugnara las ventajas
de esta exportación, o arm drain, lo cierto es que cada uno
de estos braceros aportaba al país un promedio de 300 dólares anuales que
enviaba a su familia. Hoy nadie
puede negar que estas remesas contribuyeron en gran medida a resolver los
problemas de divisas que México enfrentó en los ultimos años para lograr el
impresionante desarrollo económico que ahora experimenta. Si esto se logró
con la contribución de los humildes y sencillos campesinos, la mayoría de
las veces analfabetos, imagínense lo que significaría la exportación anual
de unos 26,000 cerebros. La relación de pago de unos a otros es casi
sideral. Cabe, entonces preguntarse de nuevo: ¿qué vale mas exportar: brazos
o cerebros?
Planteémonos, pues, el
problema, o el falso problema, con toda claridad.
1) A nuestros cerebros no
se los lleva nadie o, si esto sucede, es en mínima escala. Cuando buenamente pueden, nuestros
cerebros simplemente se van, en la mayoría de los casos porque su consumo en
Hispanoamérica esta lejos todavía de ser importante.
2) La historia muestra en
buena medida que la fuga de determinado cerebro beneficia mayormente al país
que lo deja marcharse que su permanencia en éste, Joyce hizo más por la
literatura irlandesa desde Suiza que desde Dublín; Marx fue más útil para
los obreros alemanes desde Londres que desde su patria; es probable que si
Martí no hubiera vivido en los Estados Unidos y en otros países la
Revolución cubana no tendria en él a tan grande ideólogo; Andrés Bello
transformó la gramática española desde Inglaterra; Rubén Darío hizo lo mismo
con el verso español desde Francia; y no quisiera mencionar a Einstein, por
lo de la bomba atómica. Son casos aislados, se dirá; sí, pero qué
casos. Si Hispanoamérica cree
tener en la actualidad unos veinte cerebros como estos, y no los deja
escapar, se estará jugando torpemente su destino.
3) Quedan los
expulsados. Lo único positivo
que los gobiernos dictatoriales de Hispanoamérica han hecho por esta región
es expulsar cerebros. A veces
se equivocan de buena fe y expulsan a muchos que no lo merecen; pero cuando
aciertan y destierran a un buen cerebro están haciendo más por su país que
los Benefactores de la Cultura, que convierten a los talentos de la
localidad en monumentos nacionales incapaces de decir una frase o dos que no
se parezcan peligrosamente al lugar común o, en el mejor de los casos, al
rebuzno, que, viéndolo bien, no ofende nunca a nadie y a veces puede incluso
embellecer la caída de la tarde.
Finalmente, y si es que la preocupación es correcta, como en
muchas ocasiones la solución está a la mano y nadie la ve, quizá porque
choca con nuestros moldes mentales en materia económica: por cada cerebro
exportado importemos dos.
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