miércoles, 20 de junio de 2012

Los animales se huelen



Los animales se huelen para saber cosas unos de otros.  Creo que así fue que, poco a poco, el respeto a esta intelectual se fue apoderando de mí; era el diálogo de los cuerpos.  Al principio, el diálogo era verla caminar su delgadez y pensar que de tanto pensar a Nilita se estaba conviertiendo en ella: sólo le faltaba la pava que dicen todos que llevaba aquélla.  Pero no.  Bastó olernos más de cerca.  Creo que en alguna conferencia en Brasil conversamos de nuestras respectivas evaluaciones de lo que es y debe ser el campo letrado en el país, de nuestros comunes orígenes proletarios y sub-urbanos y cómo se vive en perpetuo diálogo tenso y feliz con el mismo y con el campo letrado debido a la migración que supone leer tanto.  Hablamos de la vida en ciudades grandes en las que se camina y se toma el metro y la calidad de la comida en países que reglamentan la agricultura para que no sea genéticamente modificada.  Veíamos las cosas más allá del insularismo cuando conversamos; más allá del insularismo que implica también la cultura estadounidense para esta isla que expande su colonialidad al continente.  Nos sonreímos juntas.  Entonces yo ya estaba perdida. Más de cerca nos olimos sólo mucho más tarde.  Había huelga en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y convergimos.  Quiero decir; se creó un grupo sin centro que se proponía que los profesores, más allá de los llamados a "fungir como docentes" (o sea, romper huelga) o adherirse incondicionalmente a las decisiones estudiantiles, asumieran un rol mediador desde el diálogo.  Nos tocó escribir juntas un documento para este grupo.  Me invitó a su casa para trabajar.  No hay lugar más impregnado de olores que éste.  Miré su mesa de trabajo y el lugar prominente que ocupaba cerca de su cocina (los dos lugares más importantes--para mí- de cualquier casa), me contó lo que estaba escribiendo.  Vi seriedad sin arrogancia, vi una rutina de trabajo, vi el orden de las cosas, la sencillez de todo.  Hablamos y coincidimos.  Tomamos vino y redactamos.  No recuerdo en qué paró aquella gestión, más allá de los olores.  En la Universidad sin Paredes me atreví a llevar mi grupo competo a seguir una lección de ella sobre Heidegger.  Estábamos invitados y fui.  Me seguía sorprendiendo el olor a generosidad simple.  Luego leí su libro sobre la animalidad, donde por fin entendí su modo de acercarse a las cosas, más allá de las digresiones.  Conversamos públicamente y me admiré, me sorprendí, aprendí, me reí.  Aprendí que se puede pensar desde la razón pero también desde las vísceras que nos recuerdan que somos más que mente; las vísceras de las que no hay salida.  También desde los conocimientos nuevos y desde la memoria de aquellos pasados que no nos abandonan, en diálgo con Paris y con ella, Europa, la Europa que vio en crisis y pudo analizar para nosotros,  pero siempre desde sus márgenes: Bayamón, Lispector, Kafka...  Era una conversación que pasaba de los olores a las palabras.  La última vez que nos vimos fue en Paris.  En noviembre.  Yo andaba con frío de gente y ella me invitó a la calidez su casa provisional. Ya nos habíamos olido lo suficiente.  Allí conversamos como si fuéramos viejas amigas.  Le pregunté en broma:  ¿Te quedarás?  Me respondió, "No creo".  De ahora en adelante, será como extrañar la versión racional de lo que ya había ocurrido en el mundo de las vísceras.  Mi homenaje ahora, será callarme dejarla que repita su último discurso.

http://www.80grados.net/francia-otra-vez-socialista/

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