jueves, 17 de mayo de 2012

Morcillas, rosas y manos olorosas a vainilla

He ido a Lisboa tres veces.  La primera vez debo haber estado tres días.  Hace tanto tiempo que no recordaba nada.  Sólo recordaba el top less que hice en la playa de Cascais, porque allá todos lo hacían y si se tiene 23 años, por qué no mostrar las discretas firmezas con arrogancia.  Luego, muchos años más luego, fui a visitar amigos por accidente.  Caminé la ciudad, cogí el trolley, fui a Belem y vi el Convento de los Jerónimos.  Me enteré de la ciudad reconstruida.  Comí por aquí y por allá.  La tercera vez fue un viaje planificado.  Poco tiempo después de la segunda.  Pero a lo que voy.  Lo que quiero contar es que al llegar al aeropuerto ordené un café y un pastel de Belem y, ta rám...  Ya tenía rutinas en Lisboa.  Luego me reía sola mientras esperaba que saliera mi maleta, porque tuvieron el buen sentido de poner un kiosquito de café al lado del carrusel de las maletas, pensando que luego le contaría a alguien que "siempre que llego a Portugal lo primero que hago es comerme un Pastel de Belem".  Como si hubiera ido veinte veces para verificar que eso es, de hecho, una costumbre.  Pero no.  Con una sola repetición basta para saber que es una rutina nueva, puesto que somos animales que, como los perros, damos tres o cuatro vueltas alrededor de la alfombra antes de poder quedarnos dormidos.  También fui a comer enseguida, con mis amigos que ya no se pueden mudar de Lisboa porque si lo hacen ya no podré volver (puesto que no tendré modo de repetir viejas rutinas, como quedarme en su cuarto de visitas).  Fuimos al mesón que queda más abajo de la casa de ellos.  Siempre que voy a Lisboa traigo de regreso unas cuantas botellas de vino Porto (aunque haya traido vino solo la tercera vez que fui, cuando descubrí que tal vez no me cause ese vino tanto dolor de cabeza).  Como cuando voy a Nueva York, como dos o tres veces en Johns Pizza que queda en la Calle Bleeker.  Luego como pizza en Pazzi y confirmo que me gusta más John's.  Visito a mis amigos Carlos, Stefano, Javier y Larry.  Será rutina nueva pero de siempre visitar a Willie.  Siempre cruzo dos o tres veces el Washigton Square Park, miro impresionada la arquitectura de la biblioteca de NYU, aunque no siempre saque un libro.  Siempre agarro el metro subterráneo para ir a alguna parte, hago un domingo un brunch con mi amiga Victoria en el Central Park.  Esas cosas triviales son las que repetiré siempre, aunque algunas de ellas las he repetido sólo una vez.  Como siempre que voy a Mexico me quedo asombrada frente a un cartel que anuncia que se venden morcillas y rosas (¿qué tiene que ver la sangre cosida con las flores?), aunque haya sucedido sólo una vez, confieso, que ésa es una de mis rutinas mexicanas, aparte de quedarme en el Hotel Isabel en la Calle Isabel Segunda, por más que me insistan que ese hotel no vale tanto la pena.  Me quedo boquiabierta parada en medio del Zócalo siempre, converso con los taxistas de lo difícil que está la vida, siempre, siempre.  Iván que se cuide, porque nunca he ido a Lima, pero ya una de mis rutinas en Lima es quedarme en su casa.

Pero hoy la mano izquierda me huele a vainilla, como el pastel de Belem.  Será que extraño a mis amigos lisboetas (aunque ninguno de ellos haya nacido en Portugal).  Pasado mañana me como una pizza en John's y resuelvo.

1 comentario:

José H. Cáez Romero dijo...

Hace tiempo no entraba a tu blog. Qué bueno volver. Eso de las rutinas me parece interesante. Yo no he salido de Puerto Rico desde los 7 años. Pero he pensado en las rutinas que tendría si fuera a Sevilla, a Cádiz, a Nueva York y a Los Ángeles. También si fuera a Bariloche...