La institución literaria de su país no le reconocía su lugar como escritor. Un comentarista (¿Adolfo Castañón?) pensaba que Carlos Monsiváis habría sido un gran novelista que nunca se atrevió. Así lo descualificaba. Un escritor que hable con la gente, con la radio, la televisión, de Luis Miguel, extraterrestres o lucha libre con la misma solvencia y peso con que hablara del escritor Salvador Novo, se salía de la definición más conservadora de ese oficio. Éste debe manejar la escritura (la palabra escrita) como un fuerte desde el cual defender LA CULTURA, definida como folklore por un lado y como ciertas nociones de lo bello, producidas por las mentes estrechas, con la idea de inventarse un país que siempre está siendo amenazado. A esos militantes de la cultura los conocemos, porque por acá también moran muchos aburridos de esa calaña. Aquél, Monsi, como lo llamaban quienes lo queríamos, no sólo se coló en espacios que habían sido prohibidos por atentar contra ciertas nociones de pureza, sino que también hibridizó el cuerpo mismo de la letra, haciendo del texto que se lee otra cosa. Con él la crónica era la más compleja, interesanete, inquietante y divertida literatura que se escribiera en el México contemporáneo.
Hubo también quien dijo, "Monsiváis no tiene ideas, tiene ocurrencias." Absolutamente falso, claro está. Este crítico cultural se construyó como la conciencia de México desde la parodia, que es uno de los géneros más difíciles. Practicó el collage como medio para, poniendo ahí desnuda tu palabra, político idiota, sacada del contexto que la naturaliza, al presentarla mediante un comentario simple que hacía evidente el cliché, la vacuidad, la inmensa tontería, hacía que se te pusieran coloradas las orejas. Su cinismo no era desesperanzado. Su erudición era de las que me gustan. No sólo citaba libros (la antítesis de Borges, de Octavio Paz) sino que, además de dominar la literatura y sus márgenes como nadie, también sabía de todo lo demás.
Caminaba por las calles, hablaba con la gente, era gente, a pesar de ser un mito viviente. De la noticia que publica el periódico "La jornada" sobre su muerte me alegró la siguiente cita:
"...los restos de Monsiváis fueron recibidos por la noche por una multitud en el Museo de la Ciudad de México. Numerosas personas expresaron ahí una misma petición: “¡Monsi, al Zócalo; homenaje popular, no oficial!”
Monsiváis no está, mas la gente seguirá exigiendo su derecho. En esta ocasión, el derecho a manosear al padre muerto. Homenaje popular, no oficial, para quien dedicó su vida entera a pelearse con las instituciones, con el padre, aunque él a su vez se convirtiera en el padre que muchos quisimos, respetamos y admiramos.
Monsi, no sé qué será de México sin ti. ¿Cómo se van a reír para mirarse con la seriedad que exige la esperanza?
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