sábado, 3 de abril de 2010

El bolero de los vampiros

El código de honor hacía que mantuviéramos los recovecos del amor en la esfera privada. Lo que fuera público y notorio podía dañar la honra y con ello posibilidad de adquirir puestos, herencias, privilegios. Claro, eso para la clase que tenía todas esas cosas, porque otras no tenían nada que ver con ese código. Pero así, muchas veces los boleros hacen el cuento que se cuenta en la primera radionovela que se popularizó en Cuba: "El derecho de nacer". Hay un cruce de castas, de clases, de razas que no está permitido (por la honra, la herencia y los privilegios) y que tiene como consecuencia la negación del amor y del hijo. Me refiero al contexto de América Latina y su Gran Caribe, lugar donde nace el bolero. En el contexto de la modernidad, el bolero pasó a la esfera pública y en él cantaban hombres, mujeres, gentes de distintas razas y clases sociales. Ese medio permitió que se escucharan voces que decían lo indecible: "y hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida". Lo que había permanecido privado y secreto por años--desengaños amorosos, infidelidades, promesas incumplidas--encontraba un lugar para debatirse, para exponer sus efectos: "quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda, vertirla a tus pies" o la solución digna "Yo, que ya he luchando contra toda la maldad. Tengo las manos tan desechas de apretar, que ni te pueden sujetar, vete de mí..." . Y lo hizo desde las vísceras, que es lo que el objeto amado se lleva consigo cuando se marcha; las vísceras del amante que en adelante tendrá que vivir vacío de tripas, riñones, hígado, sangre. Los cantantes de bolero son, tal vez, la versión caribeña de los muertos vivos (undead), porque el amor nos mata, a pesar de que no haya más remedio que seguir viviendo, aunque sea evitando nuestra imagen en el espejo y la luz del sol.

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