sábado, 27 de marzo de 2010

testosterona y sangre

La moto está ahorcada por el cordón de una cortina. No es una moto verdadera. Es un objeto doméstico, un juguete que el niño usa para liberar y experimentar con su testosterona. Finalmente, en el espacio doméstico, la moto queda condenada a muerte por un acto irreflexivo o creativo. Igual pasa con las espadas, ametralladoras y pistolas de seis balas como las que usan en los westerns. Las espadas pueden pasar a ser una antorcha que libera una halo de luz. Las ametralladoras bastones que ayudan a caminar a un cojo. La pistola de seis balas sirven para atemorizar mosquitos molestosos. La testosterona se transforma en el espacio doméstico. "Mamá a mí no me gusta matar, es todo de mentira, no te preocupes". Dice el niño. O tal vez, ha dicho, "Yo no quiero hacer daño sino aprender a defenderme". Pero lo cierto es que no va solo de noche al baño, porque está oscuro y tal vez allí se oculte un ladrón. Yo bromeo: "¿De qué sirve tanto ensayar para defenderte del mal del que te escondes?" Sustancia extraña la testosterona esa que no se transforma en acciones positivas, sino que moldea un ego, una autoimagen a semejanza de los héroes más atrevidos. Es la imagen de narciso en el lago quieto, donde se ve hermoso, porque no sabe que no es un reflejo sino su imaginación lo que ve. Y bueno. La mamá feminista escribe y espera que el niño no lea. No se vaya a lastimar su frágil ego. ¿Cómo decirle que los héroes, más que disparar, logran evitar la sangre que se queda en el plano mítico para que la paz sea? Eso digo que creo. Eso creo que digo. A mí la sangre me desmaya. A mí la idea de la sangre me desmaya. Pero no, es la violencia que hace que esté fuera lo que se supone corra adentro. Digo esto y me ocupo de la sangre mensual que me corre entre las piernas sin violencia.

No hay comentarios: