domingo, 23 de agosto de 2009

Materia insultable sin etílicos

Ahí vienen los guardias con macanas... (Roy Brown)

Estudié en la UPR, Recinto de Río Piedras, entre el 1986 y el 91 bajo la sombra de la oposición de mi familia. Según ellos, ese Recinto era un antro de perdición. Acababa de acontecer la huelga de estudiantes del 1981 y el año que tomábamos el College Board, los padres discutían en grupitos en los portones de las escuelas, --Hay que mandarlos a Cayey. Académicamente es buena y no hay los revoluces comunistas que en Río Piedras. A este comentario añadían que se sabía, era un secreto a voces, que la Residencia de señoritas ya no hospedaba señoritas.

Las primas de mi papá, maestras algunas, de las buenas, de las inteligentes, comentaban que preferían recomendar a sus estudiantes estudiar en Ana G. Méndez o cualquier otra institución privada porque --El momento es de la informática y en Río Piedras no hay salones, van a tener computadoras. Cuando escuché este argumento ya conocía el Recinto desde adentro, me pareció sumamente razonable, si no fuera por la calidad de los profesores, la presencia del teatro (que estuvo cerrado 10 años), la Biblioteca Lázaro (que da pena, a pesar de la renovación) a la que asistíamos a diario para respirar sus encantadores hongos. Si las autoridades nos exponen negligentemente a ese hongo que da cáncer, pues después que no digan na de Payton, creo que era la consigna general.

El cafetín y la bohemia

Pero aprender para mí fue más que salir de encierro en Caguas para enfrentarme a la casa de las letras. Más allá de los muros de esa casa estaba la exploración del mundo, del páis, de los callejones de Río Piedras. Si quería ingresar a la vida intelectual del país tenía que aprender las redes que la sostenían más allá de los espacios visibles. Más tarde aprendí que el debate público, según historiadores de la cultura, siempre se llevó a cabo en los espacios públicos (o semi públicos): plazas, cafés, bares, donde se generaban tertulias. Es a partir de esa conversación, además de la conversación nacional que se da a través de los medios y la que se da en los foros públicos de las instancias del gobierno (vistas públicas y el hecho de que los juicios y las deliberaciones de la Cámara y el Senado son públicas) que nos inventamos las reglas que luego organizarán nuestra vida cotidiana. Había que adquirir, para poder debatir, lo que luego aprendí que Pierre Bourdieu llamó capital social (palas), capital cultural (manejar cierta cultura con la naturaleza de haber la visto y vivido... Eso va del modo correcto de agarrar un tenedor a haber visto la Mona Lisa de frente y no sólo en la televisión o en laminitas). El capital cultural que se produce en el país es mucho. La gran mayoría de él no pasa por los medios y, lamentablemente, no se documenta para que se pueda estudiar limpiamente desde una mesa en la biblioteca. Hay que ensuciarse los pies. Adentrarse en el fanguito del área metropolitana. Están las peñas informales entre artistas y estudiantes, están las exposiciones, las lecturas de poesía, los performance, las instalaciones, los montajes teatrales, etc... Acceder a ellos, debatir con sus proponentes, cerveza en mano o no, es adquirir herramientas para pensar. Los estudiantes de hoy me sorprenden porque mucho más allá que los estudiantes de mi época se sienten llamados y preparados para participar de ese debate: escriben, pintan, performean, hacen teatro, discuten, se organizan, aunque en gran medida al margen de los grupos políticos tradicionales. Hoy ya la peste a comunismo del Recinto se ha disipado. No así la capacidad de organizarse de los estudiantes inteligentes y comprometidos.

Debo admitir que tomar una decisión así en contra de todos, fue difícil. No porque hubiera mayor presión externa, dejando de lado el desacuerdo. Fui firme al explicar que el mejor Recinto de país seguía siendo el de Río Piedras, que esa decisión era mia y que no pensaba ceder sobre el asunto. Yo tenía que estar en Río Piedras porque tenía que participar de ese debate, empaparme de él, conocerlo, que se me volviera segunda piel, porque sin ese capital no podría llegar a ninguna parte profesionalmente, me sospechaba. No en esos términos, pero lo intuí como se intuye una certeza. Mientras me enfrentaba a que se cuestionara mi virtud al vivir, mujer sola que podía haber hecho el commuting, si no en la residencia de "señoritas", en hospedajes privados aún más cuestionables por la falta de gobierno del estado. Los tiempos han cambiado al punto que ahora no hay residencias de señoritas o varones, sino que felizmente comparten edificios. Otra señal de que han cambiado es que hoy la policía dispara, no contra marchas políticas organizadas por la FUPI, sino contra estudiantes que han decidido darse una cerveza en la calle.

Me gustan los estudiantes (Mercedes Sosa)

Si se pone en una lista las confrontaciones y disturbios que se han producido en el Recinto de Rio Piedras y sus causas se verá que casi la totalidad de ellos ha tenido que ver con la presencia militar en el Recinto y con alzas en la matrícula. Bajo ambos criterios las causas han sido políticas. El disturbio del jueves pasado en la Avenida Universidad fue por una causa que parece no política; borrachos fuera de control. Al menos así se quiere hacer ver en la prensa. Es cierto que los estudiantes hoy no se identifican todos con las organizaciones estudiantiles que en asambleas tienden a propiciar que algunos monopolicen las discusiones y que cualquier asunto se termine relacionando con grupos de poder establecidos previamente. Al menos esa razón ofrecen los estudiantes que no se involucran. Sería un momento propicio para retomar la acción política (el desalojo, el ataque a las comunidades, el ataque a nuestros bolsillos, la ingobernabilidad general) y la gente que siempre ha sabido cómo (los estudiantes) están en otra. Llevo un tiempo hablando de que me parece que en estos tiempos la revolución se da desde las apetencias y que éste es un modo de ser políticos. Estudiantes y profesores que he visto expresarse por el libre foro de esta red terminan defendiendo el derecho de los estudiantes a beberse una cerveza en paz y se entiende que la orquestación del jueves apesta a facismo. Aún así, ¿cómo defender un grupo de gente que no es grupo (que ni siquiera son estudiantes en su totalidad) y que le falta el respeto a las autoridades llamándoles nombres ?

La encerrona

Es claro que lo que ocurrió el jueves fue una encerrona (aunque con consecuencias y en un contexto muy distintos, me recordó a Tlatelolco en 1968). La policía ya estaba lista para arremeter desde temprano y en altos números. Los estudiantes los insultaron porque eran materia insultable. (Héctor Aguilar Camín hace un análisis sobre la masacre de Tlatelolco y plantea que lo que llenó la copa, según las autoridades, fue que los estudiantes insultaran al presidente en sus marchas. Eso implica una pérdida de control del discurso público y con ello del país). El resto lo sabe todo el mundo. Obviamente, los hechos tienen que ver con la propaganda que se arma el alcalde a favor de su proyecto de ley de cierre. Sólo me pregunto de dónde viene su interés. ¿Cómo él y sus compinches (que todo el mundo sabe no son abstemios en sentidos que van más allá del alcohol) se benefician (lucran) de cerrar negocios? Lo que no es tan obvio es que esta represión es también política; está en contra de que las mentes creadoras de los estudiantes se reúnan y creen. ¿Es que el alcalde se dio cuenta de que los jóvenes se reúnen a pensar y a debatir en estos otros lugares de la esfera pública? ¿Es que le apestaron a política? Sería muy sutil el pensamiento.

Carajo, ya entendí. Si es que la cosa siempre es menos filosófica y más simple. Si los negocios quiebran, se pueden reapropiar de Río Piedras para el proyecto Rio.... Quieren hacer dinero tumbando edificios y haciendo construcciones caras. Acaban de sacar el Presidente de la Universidad, acaban de quitarle a CAUCE, una entidad relacionada al Recinto, el control sobre el desarrollo de la zona (aunque es cierto que no habían hecho nada, ahora uno se pregunta si tenían recursos y apoyo) y esta política está a tono con lo que han hecho con el Fideicomiso del Caño Martín Peña (desapropiar a quienes no son de una claque). Allá están el Boricua, donde se hacen peñas y se lee poesía, el Taller C, que es una cooperativa de cantautores, el Jazz Club, donde hay... bueno, jazz.

Recuerdo la tristeza que me ocasionó que cerraran el Café Vicente. El único sitio que había en Río Piedras pal jangueo en mi época, en la que nos íbamos a San Juan en guagua y volvíamos con el primer transporte de la mañana. Y hoy Río Piedras está vivo. ¿Hasta cuándo?

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