jueves, 21 de febrero de 2013

Presentación de "De palabras". De la sociedad de poetas vivos


“Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor.”  
(El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez)
Presentación del portal electrónico "de palabras".
Tema:  Efectos secundarios del amor
20 de febrero de 2013


Me pidieron que hablara sobre los efectos secundarios del amor y acepté con ligereza.  No me imaginé en el momento que me acababa de meter en un problema tan apretado.  Esto es porque la respuesta a la pregunta, ¿cuáles son los efectos secundarios del amor?  resultará siempre un cliché.  ¿Qué podré yo decir que no vayan a decir otros de los respetados invitados de hoy, o que no hayan dicho ya los miles de clásicos que elaboran el tema hasta la saciedad desde que existe escritura?  Recuerdo el texto medieval titulado Cárcel de amor de Diego de San Pedro, quien expone cómo el amor nos atrapa en una cárcel, hostigados por el monstruo del deseo, hasta dejarnos sin vida.  Este monstruo del deseo hace que Calixto y Melibea en La Celestina deshonran a sus familias al no poder evitar encontrarse juntos en el jardín (metáfora clásica que implica erotismo) y son castigados con la muerte.  Don Quijote de la Mancha no puede ser caballero andante sin Aldonza Lorenzo, alias Dulcinea, pues ésta es la idealización de aquélla y el objeto que recibe todas las hazañas del héroe, su motor, la pantalla en la que se proyecta su imaginación de sí mismo.  La novela romántica del siglo XIX tanto en Europa como en las Américas nos presenta variadísimas heroínas; en su mayoría literalmente enfermas (histéricas) que mueren de amor (falta de sexo por la idealización de la que son objeto).  En el siglo XX los efectos del amor parece que son otros.  Entonces el amor se escribirá por distintos medios:  En el bolero cuentan como las paredes que dividen razas y castas están ahí para que las rompamos.  La radionovela y más adelante la telenovela hablará de los sufrimientos también, de parejas desencontradas pero que finalmente se encuentran.  No ya más castidad.  Los efectos del amor en este siglo son el deseo de la cópula; asunto que culmina malamente, ya sin retórica encubridora, en el reggaetón.  Las películas han representado los efectos secundarios del amor.  Casablanca lo pone como segundo a la resistencia al nacismo en europa, aunque sus efectos melancólicos duren para siempre en la memoria que atesorará París.  Junto con estas representaciones, la novela explota para mostrar parejas de todo tipo, sexualidades abiertas y variadas, perversas e idealizadas;  pasiones que desencadenan distintos modos de locura.  Tal vez lo más enternecedoramente asombroso aparece en la novela El amor en los tiempos del cólera, porque precisamente el amor es la terquedad del deseo, más allá de las posibilidades físicas del cuerpo.  Es que se trata de historias de amor entre viejos.  Florentino Ariza se encuentra ante Fermina Daza a los 71 años, justo al haber terminado de ayudarla silenciosamente con todos los detalles del sepelio de su marido de poco más de cincuenta años, Juvenal Urbino, cuando se han ido todos.  Él, al haber sido descubierto en medio de la sala como único doliente que faltaba por marcharse, pronuncia las siguiente palabras: “Fermina -le dijo-: he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetirle una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre.”  Esa pareja de enamorados que termina a esa avanzada edad, ya sin la capacidad para el sexo, exilados en un barco, como el barco de los locos, en las afueras de la ciudad evidencia que el amor es sobre todo obstinación loca; esto es, más allá de las reglas de la cultura, por lo que se infiere que un efecto benigno del amor, y la razón por la que lo buscamos a pesar del delirio que implica andar por el mundo rompiendo paredes, es que apacigua hasta cierto punto “el malestar de la cultura”.  El filósofo francés, Roland Barthes, enumera, de hecho, los efectos del amor en Fragmentos de un discurso amoroso.  Su enumeración es extensa: la necesidad, el abismarse, la espera, la compasión, la irrealidad, la errancia, los celos, la remembranza, el preguntarse el por qué, el suicidio, el arrebato, la ternura, son sólo unos pocos de los efectos que él nombra.  La razón de Barthes para su exposición, es que, según él, en la época contemporánea sucede que lo que yo celebro como una ruptura con la retórica del amor cortés que impone el desencuentro como regla, por lo que los efectos del amor, según él ya no se valoran, lo que requiere que sea nuevamente afirmado.  Lacán sugiere que el deseo está cifrado por la ausencia, que ella lo define.  Yo sugiero que el amor nos cura del malestar y ésa es la razón por la que lo buscamos, su efecto secundario escencial.  Pero más allá de eso, me parece, que lo que he demostrado aquí es que el efecto secundario primordial del amor es su representación por diversos medios que implican la escritura.  Existe porque lo representamos.  Lo representamos para que pueda existir, aunque sea objeto de reescrituras con el paso del tiempo.  Las nuevas escrituras no obedecen a separaciones por raza, casta, género sexual, ni lo colocan en un lugar inalcanzable.  La locura del amor hoy día tal vez sea reconocerse como ser que necesita a veces de la colaboración de otro para regresar al lugar anterior a la cultura; el goce que hace que la vida merezca la pena de ser vivida.  Termino con una cita de Julio Cortázar que dice:  “Me basta con mirarte para saber que con vos me voy a empapar el alma”; y quién no quiera andar con el alma empapada de otro, así como en placenta, más que en malestar, que tire la primera piedra. 

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