sábado, 19 de septiembre de 2009

Debajo del palo; Juan Otero Garabís

Mi amigo y colega Juan Otero me envía este texto. Lo publico íntegro. Parece que desde el exilio niuyorquino me toca solidarizarme.

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Lunes, inicio del semestre, llego frente a la puerta del departamento al cual estoy adscrito, opero la perilla y … cerrado. Este ejercicio ha sido repetido varias veces: la pelea está a favor de la puerta abierta, pero el seguro ha ganado unos cuantos rounds.

Otro lunes, algunas semanas después, entrego una carta a la secretaria ¿de la directora? —antes había recepcionista, pero desde que se retiró hace más de un año, solo ha habido una que permaneció apenas un mes antes de que la trasladaran a la oficina de algún decano. La carta es para recordarle a la directora que no tengo oficina asignada; la que tenía me la quitaron cuando pasé a ocupar un puesto administrativo. Dos semanas después mi carta fue referida al decano. Acabo de regresar de mi sabática y de un año como profesor visitante en Brown University, tengo cuatro preparaciones diferentes, incluyendo un curso graduado; sospecharán que este panorama es mucho más que deprimente.

Jueves, hay paro en la UPR, porque la administración no ha respetado el convenio colectivo la Hermandad de empleados; el miércoles anterior hubo otro, del Sindicato por lo mismo. El gobierno ha decretado el congelamiento de todos los aumentos de salario, menos los de la legislatura y los asesores; me pregunto si es legal legislar retrospectivamente, pues es claro que no es moral despedir trabajadores y negar aumentos de salario mientras se mantiene el de los legisladores.
El paro me beneficia: así trabajo desde mi oficina, en casa. ¿Podré hacer las horas de oficina desde aquí? ¿Será accesible para los estudiantes? Es difícil dejar material en esta oficina para usarlo en el salón: es casi como cargar la oficina en mi mochila cada vez que voy al recinto. Quien se beneficia es el quiropráctico, pues se está asegurando algunas visitas este semestre.

Aprovecho y leo una columna del colega y amigo Jorge Giovannetti, publicada en Claridad, en la que cita al Presidente de la UPR diciendo que no se puede “realizar investigación debajo de un palo”. Qué bien!, alguien que lo admite, pero aún así, con ley siete, incertidumbre administrativa y recortes de personal, parece que debo dirigir mis esfuerzos para que se me asigne un palo, o uno de sus lados, para ubicar mi oficina. Un toldito, o en su defecto una sombrilla con el auspicio de alguna compañía o banco hipotecario, puede servir en caso de lluvia. Para mis deberes “poco útiles”, no hacen falta paredes.

Según apunta Giovannetti en su columna, las humanidades no fueron prioridad en la agenda del presidente saliente, por ser disciplinas de menor utilidad a la sociedad. Tal vez, también, porque para nuestras investigaciones solo hace falta la biblioteca. Pero, ¿cuál biblioteca? El deterioro de la existente la hace casi inutilizable. ¿Será esta otra área poco “útil” o de menor interés para la administración universitaria? Total, si vivimos en un país tan escaso de bibliotecas, que pocos lamentarían que haya una menos. El caso es que en la biblioteca tampoco puedo investigar y atender mis asuntos de la docencia, pues aunque tenga espacio para la lectura, en sus salas no es posible hacer gestiones administrativas ni reunirme con estudiantes.

En el último cuarto del siglo diecinueve, un bonche de intelectuales se debatía sobre si en Puerto Rico era prioridad establecer universidades o desarrollar escuelas. En el prólogo de la primera edición de El gíbaro, de Manuel Alonso, en 1884, Salvador Brau (defensor de la segunda alternativa) celebraba que Puerto Rico era un país con Ateneo y bibliotecas. Parecía que para estos afanosos del porvenir, como los llamaría Silvia Álvarez Curbelo, la educación del país era inseparable de su “progreso social y económico”. A más de un siglo de sus debates y entusiasmos, nos queda un país con escuelas, pero con 60 por ciento de deserción escolar, una universidad pública a la que se le recorta el presupuesto y ¿bibliotecas?.

Me pregunto si a los políticos y los ricos del país les preocupa esta situación. ¿A qué escuelas mandan sus hijos los legisladores, gobernadores, jefes de agencia y alcaldes? ¿A qué universidad? La burguesía norteamericana aseguró buena educación a sus hijos creando universidades privadas, a las cuales anualmente donan parte de su capital. Los ricachones puertorriqueños no donan nada a nuestras universidades, pues envían sus hijos a esas universidades: las universidades privadas de prestigio de Puerto Rico están en Estados Unidos, y éstas no becan hijos pobres de aquí. (Al menos, algunos de los nuestros, nacidos en el territorio continental, se benefician de algunas de las becas que estas instituciones otorgan a hijos e hijas de familias no-privilegiadas económicamente. ¿Habría llegado a juez del Supremo, no de Estados Unidos sino de aquí, Sonia Sotomayor, de haber nacido en Cantera en vez del Bronx?)

Es evidente que quien tiene opciones privadas no se siente afectado por la debacle de la educación pública en Puerto Rico. Para ellos, la Universidad y el Departamento de Educación son monstruos que se quedan con dinero que ellos quieren asignar para que otro ricachón se lleve el contrato para la construcción de otro hotel, otra marina y otra urbanización para afortunados (“such is life”) con cuyos fantasmas nos quedaremos cuando “los inversionistas” decidan marcharse a otros lugares donde puedan obtener más por su dinero. Ni siquiera proponen programas de confección de límbers para venderle a los preciosos turistas que visitarán nuestras playas. ¿O ya los hay en los institutos de turismo?

Vivimos en un país cuyos políticos se “gofian” la boca hablando de una democracia en la que creen muy poco. Sin educación ni salud pública eficientes no hay democracia posible. Parece, como diría Borges, que “el mundo será Tlön”; por lo que, emulándole, quizás deba considerar arrimarme a un palo y retirar mi solicitud de oficina. Desde allí, con buena sombra y caca de pajarito, haré mis mejores esfuerzos como profesor y ciudadano.

1 comentario:

Taí Fernández Toledo dijo...

Habría que definir qué es la burguesía "norteamericana"; pensaría que no es lo mismo (digamos) Boston que Jackson. Puerto Rico, por desgracia, es más parecido a Jackson que a Boston en cuanto a sus políticos locales. En los EEUU hay gobiernos, y hay gobiernos. Puerto Rico, territorio no-incorporado (lo que los embusteros de la historia siguen llamando "Commonwealth"), y uno con constitución propia, nos toca a "nosotros" decidir sobre estos asuntos locales. La razón por la cual hubo tanto énfasis en la educación en la isla (escuelas, UPR, bibliotecas) responde al contexto de la época que menciona el profesor en su artículo.

Todavía tenemos la decisión, NOSOTROS mismos, los puertorriqueños, de continuar el proyecto educativo para llevarlo al nivel más avanzado posible (tenemos los recursos humanos, para empezar, y quién sabe si aún más que en, digamos otra vez, Jackson). Pero nuestros propios gobernantes, todos ellos (o ellas), los y las "del patio" (de nuevo, esto no es asunto "federal"), prefieren optar por lo mismo de siempre (desde, digamos, los 80 del siglo pasado): el guiso personal. Cero responsabilidad con nuestra gente, y todo para sus bolsillos, como bien está expresado en el artículo.

O nos anexamos o nos separamos. Lo demás es "caca de pájaro".

Muchas felicidades por el artículo, Profesor Otero, y espero que aparezca pronto el... toldito.