A Blanco White, como muestra de camaradería.
A Mario Benedetti, conmovida por tu vida.
Cuando me criaba eran las batallas entre cocolos y roqueros. Los espacios estaban divididos y no se comunicaban casi. Sí, Santana hizo aquel disco rumbeao y Roberto Roena grabó un disco bastante goovy, sintetizando sonidos (en el que está "Marejada Feliz"). Pero la actitud era la de "Cambia el paso/busca el ritmo/olvida ese rock and roll y ven a bailar latino" (Tony Vega). Ambos espacios protestaban. Ya saben la canción, "me gustan los estudiantes" (Mercedes Sosa) porque protestan; los jóvenes (que hacen las culturas musicales) protestan, a pesar de que Nida Caro sólo cantaba por cantar (Gracias, Carlos por recordarme este detalle). Todavía Viet Nam estaba fresco en la memoria. Las estridencias del Rock chocaban con el buen gusto clasemediero, que llegó a tildarlo de satánico. Y allí tenemos para la memoria de todos los tiempos a Jimmy Hendrix tocando el himno de Estados Unidos en un sólo de guitarra en medio de Wood Stock (¿así se escribe?) en contra de la solemnidad y el buen gusto de la nación que no encuentra nada de mal gusto en sacrificar una generación de jóvenes a una guerra inútil. Pero, en boricualandia, para algunos, el rock era en inglés (no se entendía) y a fin de cuentas, esa música no se podía bailar; al menos no tocándose. Aunque Maelo dijera cosas horribles a veces (ofrecía un piñaso en la cara a la jeva, por ejemplo), estos intérpretes montaban en la esfera pública del escenario, la radio y la televisión un país que no había sido representado (Véase El entierro de Cortijo de Rodríguez Juliá). He ahí una de las protestas implícitas en la forma misma.
Los cocolos venían del caserío (se rebelaban-mostraban en español aunque la salsa la hicieran por allá por los niuyores); los roqueros eran de clase media, media-alta en su mayoría (se rebelaban en inglés y había un clasismo implícito en el rechazo de la cocolería). Se puede decir que el reggaetón hereda el espacio de la salsa, aunque haya salseros que hoy se quieran deshacer de la vulgaridad del género en este momento en que la salsa ha adquirido su prestigio, también ha habido otros que colaboran; Rubén Blades uno de los más recientes, con Residente, quien a pesar de su macharranería y uso del vocabulario prosaico ha logrado hacer ese género accesible a intelectuales y cierta clase media.
El otro día fui al "Concierto de la Paz". Así lo llamé yo. No recuerdo el nombre. Me enteré que habría concierto el día antes. Decidí ir con un personaje de novelas, a quien me encontré en un shopping de Bayamón (¿qué hacía yo en un chopin ochentoso en Bayamón?) y luego de hablar del pastizal que había habido en el espacio donde se construyó el Cantón Mall, uno de los más antiguos chopin de ese pueblo, ya decaído (comentaba yo como los chopins originales, que habían sido símbolo de lujo y modernidad han sido despazados por chopins más nuevos y más lujosos, y dejados a las tiendas más baratas y las clases sociales que compran en ellas. Lo mismo paso con Plaza del Carmen Mall en Caguas), decidimos que había que sacar los personajes literarios a pasear.
Me gustó mucho el modo de parisear de las generaciones nuevas. Allí está el Centro de Convenciones que quién sabe si un día lleve el nombre del gobernador involucrado con uno de los gobiernos más corruptos de la historia de la isla, como ejemplo de la tolerancia de la que hablaré (lo digo con ironía, of course). Allí había música electrónica, Rock (Prodigy), Reggae en español (Cultura Profética) y Reggaetón (Tego Calderón), entre otros. Había gente con dreads, vestíos de góticos (leve, había que bajar los tonos por evitar confrontaciones con los otros), niñitas con los tacos y niñitos en camisas, hasta enchaquetaos y una doña que parecía que andaba buscando un hijo perdido, aparte de los reggaetoneros acicalaos con máquina eléctrica y calzoncillos por fuera.
Allí los nenes bailaban con los nenes, las nenas con las nenas (hard core, chillin) obviously, las parejitas hetero y to el mundo con to el mundo. Había tres tarimas simultáneas. Cuando el tecno se puso duro, allá corría el tumulto, en el smoking room (atrás, con las letrinas) tocaron el reggaetón, luego Tego se pasó a cantar con Prodigy en la tarima del medio. En el espacio del medio ponían videos que iban del retro más retro (muñequitos en blanco y negro) a cortos hechos recientemente por artistas locales, seguramente. Allí había gente metía en su nota jugando con lucecitas, o sólo metía en su nota. Si querías bailabas con el grupo, si preferías te ibas a grajearte a una esquina. Había espacio para todo. La tolerancia que vi, me pareció una imagen de un país diverso y en paz, que me alentó mucho. Hasta la larguísima fila para ir al baño era derechita y civilizada (yo prefería mear en letrina; más rápido).
Y hoy marchan en San Juan por los derechos de libertad sexual de todos (porque la libertad de l@s homosexuales, bi, transgénero y free spirit nos implican a todos).
Y bueno, esta es la reseña de una fiesta que leí como una novela en la que participé como personaje. A ver qué tiene que decir Blanco de esto.
1 comentario:
¡Qué síntesis brutal! Acabas de mostrar una línea histórica que enlaza a Puerto Rico con "accidentes" musicales que marcan nuestra evolución respecto a la tolerancia. Fíjate como el Pueblo les lleva una ventaja brutal al Capitolio. En ese conglomerado de estilos musicales, de vestimenta e, incluso, de clase, se dio la paz. Allá, bajo la carpa de mármol, se pelean para que los demás bailen al son de cada cual y todavía no encuentran la "armonía". Quizás porque no tienen la clave.
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