domingo, 13 de febrero de 2011

Tres chistes y una reflexión sobre la universidad

La reacción de las y los profesores a este asunto que se puede llamar, según lo que estemos mirando y dónde nos paremos para mirar "huelga estudiantil", "protestas", "crisis universitaria", "desmantelamiento universitario" me recuerda un chiste.  Un tipo va caminando por la calle y de momento se encuentra un mojón en el camino.  Se detiene, lo observa, dice:  "Parece mierda".  Luego se acerca y lo huele, a lo que reacciona diciendo: "Fo, huele a mierda."  Finalmente, mete el dedo como quien robara glaceado de un biscocho y lo prueba: "¡Asco, sabe a mierda!", dice.  En ese momento calcula, llega a conclusiones y se levanta muy contento y bailando canta:  "¡Qué bueno que no lo pisé!,  ¡Qué bueno que no lo pisé!, ¡Qué bueno que no lo pisé!

Cundo nos reímos de un chiste, según Freud en "El chiste y su relación con el inconsciente" es porque liberamos tensión psíquica, por lo que llevamos reprimido.  ¿Acá la risa la provoca el sabernos mejor que el individuo, quien se comporta de modo absurdo, pues bastaba circundar el mojón y seguir caminando en lugar de hacer todo lo que es mucho peor que pisarlo, o porque nos reconocemos en él?

Naomi Klein dice en uno de sus libros que quienes se levantaron durante los años sesenta para democratizar la sociedad no perdieron.  Al menos no perdieron en la retórica.  Los opositores no contestaron los argumentos sino que se impusieron por la fuerza.  Ahora nosotros queremos argumentar, "conversar" con el par que no es par sino una autoridad que se impone y no escucha.  Y mientras enunciamos nuestra oposición a la huelga tanto como a la crisis, al desmantelamiento y el autoritarismo que queremos combatir con razones, yo me pregunto si nuestra falta de agencia (horrible palabra que entiendo se traduce mejor como capacidad de diligencia, de gestión) es y ha sido debido a que más que gestores somos pensadores; es nuestro adiestramiento, tenemos las manos sin callos, limpias y finas, sin mugre debajo de las uñas, cobramos buenos salarios, se nos paga por pensar y hablar públicamente sobre los resultados de nuestro cogitar continuo.  El caso es que se nos está prohibiendo pensar y hablar públicamente.  Eso implica que se nos está prohibiendo profesar, ser profesores y el acto de seguir haciéndolo es en sí una resistencia.  Creo en el poder de la palabra que forma mundos.  Creo que esto es verdad; no una metáfora.  Pero, por decirlo con otro chiste, nos veo y me acuerdo de una película de Indiana Jones (ese antropólogo, representante de Occidente que estudia al otro, para entenderlo y robarle sus saberes y sus cuerpos, apropiárselos, o explicarle a Occidente la valía en sí y por sí de esos otros saberes que morirían al primer contacto), en la cual se acerca un enemigo (un otro) que sabe ¿karate?, ¿kung-fu?, ¿aikido?  El caso es que el otro, vestido de negro y encapuchado comienza a enunciar sonidos: "Uuuuuuhhh, uaaaaaaa, ú, á" y a mover las manos y los pies y a saltar su arte de guerra para la defensa (¿ofensa?).  Indiana Jones lo mira, saca una pistola y dispara.  El público ríe.  Cuando nos reímos nos identificamos con Indiana Jones, quien posee la tecnología de la pistola (la pólvora es china pero gracias a Marco Polo nos la apropiamos hace tiempo) y es capaz de deshacerse del enemigo (el otro) con el simple acto de presionar el gatillo.  Me acuerdo de esta escena porque nuestras elaboraciones retóricas se parecen a los sonidos que salen de la boca del "otro" que despliega el dominio de un arte, que no tiene defensa contra la polvora.  

Reconozco eso y creo que si usamos violencia les hacemos el juego, se razgarán las vestiduras para demonizarnos, porque es lo único que hacen para convencer al país de la justeza de sus acciones.  No argumentan.  Lanzan insultos, simplifican los hechos burdamente, demonizan al enemigo como si los eventos en la Universidad siguieran un libreto de Hollywood.  La gente reconoce el libreto maniqueo y reacciona identificándose con Indiana Jones.  Es lo que siempre hacen.  Y eso me recuerda otro chiste.  Un tipo va con su esposa en el carro.  De momento ella encuetra por ahí tirado un panty que no es de ella.  Mantiene la compostura.  Lo levanta con la punta del dedo índice (le da asco lo que sostiene), lo pone en la cara del marido y le pregunta:  "¿Y este panty?"  El hombre reacciona tan rápido que ella no ha tenido tiempo de mover un músculo.  Agarra el panty, lo tira por la ventana del carro y responde:  "¿Qué panty?"  Hemos dicho mil veces que se está procediendo de forma dictatorial, cuantos menos oligarca, que se están violando reglamentos, que no es universitario el hecho de gobernar por decreto, que esas acciones mismas son las que atentan contra la acreditación.  Los gestores reales de la universidad hoy dirán: ¿Qué panty?  Añadirán el insulto:  "Rata terrorista" y seguirán su camino, como quien evita pisar un mojón.

Nosotros, ¿qué haremos?

lunes, 7 de febrero de 2011

Todavía el feudo




La Univrsidad de Puerto Rico es, en los días en que escribo estas líneas, una instituación inquisitorial y macartista, dirigida por un Consejo de Educación Superior totalmente entregado al poder político, autoritario e insensible, provinciano.  La Universidad, sobre todo el recinto de Río Piedras, representó durante los años de relativa prosperidad del capitalismo industrial dependiente una necesaria iniciativa modernizadora.  Sin embargo, nunca ha podido establecer una tradición democratizadora  (14).


Comienzo esta reflexión por preguntarme cuánto dista la caracterización de la Universidad que cito en mi epígrafe, de la que podríamos hacer hoy, en el año 2011, a la luz del actual conflicto huelgario.  El reconocido crítico de la literatura puertorriqueña, Arcadio Díaz Quiñones, para allá para 1982, para abrir una antología de tres ensayos hecha pública por la editorial Huracán sobre el proceso huelgario que apenas acababa de concluir, titulado, “Las vallas rotas”,  reflexionaba sobre ese proceso junto a tres de sus actantes protagónicos, Fernando Picó, Milton Pabón y el líder estudiantil Roberto Alejandro. Los primeros dos nombres corresponden a los profesores que fungieron como mediadores entre el Consejo de Educación Superior, que fue sustituído por la actual Junta de Síndicos, y el Consejo de estudiantes.  El título se desprende, significativamente, de una cita de otro prólogo; en este caso de José Martí, al poema “Niágara” del poeta Venezolano José Antonio Pérez Bonalde.  En ese prólogo ensaya Martí la idea de la modernidad que hombres como él quisieran inventar.  Dice: 

... Otros fueron los tiempos de las vallas alzadas; éste es el tiempo de las vallas rotas.  Ahora los hombres empiezan a andar sin tropiezos por toda la tierra; antes, apenas echaban a andar, daban en muro de solar o en bastión de convento...  Antes...  en una época de callamiento y de repliegue, las ideas habían de convertirse en badajo de campana de iglesia, o en manjar de patíbulo...  Ahora [...] las ideas se maduran en la plaza en que se enseñan, y andando de mano en mano, y de pie en pie... El hablar no es pecado, sino gala; el oír no es herejía, sino gusto y hábito...  (Citado en Las vallas, sin número de página, el original es de 1882).

En el 1982 habían transcurrido 100 años desde el momento en que el intelectual, poeta, periodista y cabildero político, José Martí reflexionaba de forma resuelta sobre la modernidad como el momento en que los hombres “andan sin tropiezos por toda la tierra” sin que “muros de solar o bastión de convento” los detuviera.  El reclamo estudiantil de acceso a la educación como modo de construir la modernidad que necesita de capital humano, social y cultural, además de capital económico, fue interpretado por el sector docente en los años ochenta como un reclamo democratizante y una instancia que derrumbaría vallas sociales, las que separaban todavía los solares, los conventos o conventillos desde donde se toman las decisiones en forma paternalista y autoritaria por todos, hacia una idea de una sociedad participativa y democrática, pero más en específico, de la idea de una universidad participativa y democrática, pues, aunque la universidad se funda con la idea de modernizar, siempre fungió como un lugar al que accedían solamente las clases privilegiadas.  En su reflexión sobre la huelga de los ochenta, Fernando Picó habla de una univerisdad medieval que daba paso a otra que él describió como socialista porque los estudiantes insistieron en participar de los procesos de toma de decisiones.  Más allá de la felicidad o infelicidad de esa descripción, dice que la universidad había sido históricamente:
Una universidad feudal, pues, en el sentido peyorativo de la palabra.  Y una huelga socialista en esa universidad –Roberto Alejandro se sobresalta ante esa contrapartida de la frase, Milton Pabón se sonríe: los co-autores prefieren el análisis riguroso a las marchas forzadas de la imaginación.  Ciertamente la huelga no fue monocolor, ni todos lo que hoy día rechazamos el modelo “feudal” de univerisdad compartimos una visión idéntica de la comunidad de estudiosos que hay que promover.  Pero había algo entonces en el ambiente de la huelga que evocaba otro orden de cosas –modelos colectivos de toma de decisiones, ecos de luchas laborales, concepciones sobre oportunidades educativas, sobre desigualdades económicas, sobre obligaciones morales.  Y eso merece reflexión.  (31)
Cien años más tarde parece que la sociedad apenas ha cambiado, luego de la lectura de estos análisis pienso que si, como sabemos, la Universidad la fundaron los estadounidenses en 1903, luego de que las mentes más liberales del país se cansaran de pedirle a la corona española por, al menos cincuenta años, mayores y mejores facilidades educativas para acceder a la modernidad que podían imaginarse existía en algún lugar fuera de esta colonia que no pasaba de ser todavía en el S. XIX “falta de bastimentos y dinero”, llena de gente “en cueros”; poca, menos que en la “cárcel de Sevilla”, esa posibilidad no llegó hasta que los estadounidenses la concretizaron con la fundación del Recinto de Río Piedras y, aún después de fundada el país no se modernizó en el sentido liberal participativo que entendían quienes pensaban que bastaba que circularan conocimientos para que el país progresara y se acabara el se hace porque yo lo mando[1].  Todavía vivimos la universidad feudal (el país feudal) donde todo se decide desde arriba con la esperanza de que la gente se quede callada y acate.  Reflexiona sobre esto Picó al decir que “las consecuencias más funestas de esa idea jerárquica y autoritaria de la unviersidad no se dieron, pero en ningún momento podemos olvidarnos de que estuvimos entonces demasiado cerca de unas desgracias que todos hubiéramos tenido que lamentar.  Hay esquemas de poder que llevan a acciones represivas, a tropellos inquisitoriales, a la irracionalidad de las balas” (31).  Cito en extenso porque ahí está el meollo de lo que me preocupa.  Primero, la impresión de que el tiempo está detenido porque los hechos se repiten casi de forma igual.  Es distinto que los estudiantes alzados luchan hoy más solos que antes, con menos apoyo del sector docente.  Leo las palabras que se publicaron para analizar la huelga del 81 y no veo por qué el análisis hoy no se pueda conducir con un vocabulario parecido.  Parece que pérdida de las utopías nos dejó sin energías para resistir a los señores feudales, sin vocabulario para apalabrar lo que sucede.  Es cierto que durante los ochenta los estudiantes se alzaron por miles y hoy son apenas cientos, pero eso me conduce a mí a pensar, como docente, que tal vez no les estamos enseñando bien a los estudiantes que no son tales si no se rebelan, si sólo que quieren dejarse mandar para concluir el trámite de adquirir un dipoma para solventarse una vida, y a Dios que reparta suerte.  La universidad es el lugar de imaginarnos otro país y de construirlo.  Debe seguir siéndolo.  Estamos demasiado faltos de democracia y demasiado acostumbrados a ello.  Yo reclamaré que se consulte a los docentes y a los estudiantes en los procesos de toma de decisión por conducto de canales verdaderamente participativos y no por medio del simulacro de los comités de los 7 que se constutuirán por dedocracia, ni por proclamas ni edictos ni garrotazos.  La discusión es el fundamento que define lo que es una universidad.  Al poder de hablar y construir hechos con esas palabras no renuncio.


[1] Dice Fray Damián López de Haro en 1644, para describir la colonia  a la que acaba de llegar:  “De melones que tanto los habían alabado, no he visto más de tres en todo este verano, y estos han sido colorados y no como los buenos de allá, aun no he visto uvas, granadas me han presentado hoy dulces medianas, pero nada se vende en la plaza de todo esto, el trigo se ha sembrado y ha provado bien en algunas partes de tierra, pero lo que se coje de ello y otras semillas que traen de España cuando los vuelven a sembrar se desvanecen y quedan en berzas, y algunas semillas de la primera vez, también hay algún trato aunque pequeño de cueros como en Santo Domingo; y en conclusión lo mejor que tiene esta ciudad son las brisas y el ayre con que todos quedamos con salud a Dios gracias, por donde un hombre a quien pidió una Señora de Santo Domingo que le diese noticias verdaderas de lo que era esta ciudad le respondió en este soneto.

“Esta es Señora una pequeña islilla
falta de bastimentos y dineros,
andan los negros como en ésa en cueros
y hay más gente en la cárcel de Sevilla,
aquí están los blasones de Castilla
en pocas casas, muchos caballeros
Todos tratantes en xenxibre y cueros
los Mendoza, Gusmanes y el Padilla.
Ay agua en los algibes si ha llobido,
Iglesia catedral, clérigos pocos,
hermosas damas faltas de donaire,
la ambición y la embidia aquí an nacido,
mucho calor y sombra de los cocos,
y es lo mejor de todo un poco de ayre.”