La reacción de las y los profesores a este asunto que se puede llamar, según lo que estemos mirando y dónde nos paremos para mirar "huelga estudiantil", "protestas", "crisis universitaria", "desmantelamiento universitario" me recuerda un chiste. Un tipo va caminando por la calle y de momento se encuentra un mojón en el camino. Se detiene, lo observa, dice: "Parece mierda". Luego se acerca y lo huele, a lo que reacciona diciendo: "Fo, huele a mierda." Finalmente, mete el dedo como quien robara glaceado de un biscocho y lo prueba: "¡Asco, sabe a mierda!", dice. En ese momento calcula, llega a conclusiones y se levanta muy contento y bailando canta: "¡Qué bueno que no lo pisé!, ¡Qué bueno que no lo pisé!, ¡Qué bueno que no lo pisé!
Cundo nos reímos de un chiste, según Freud en "El chiste y su relación con el inconsciente" es porque liberamos tensión psíquica, por lo que llevamos reprimido. ¿Acá la risa la provoca el sabernos mejor que el individuo, quien se comporta de modo absurdo, pues bastaba circundar el mojón y seguir caminando en lugar de hacer todo lo que es mucho peor que pisarlo, o porque nos reconocemos en él?
Naomi Klein dice en uno de sus libros que quienes se levantaron durante los años sesenta para democratizar la sociedad no perdieron. Al menos no perdieron en la retórica. Los opositores no contestaron los argumentos sino que se impusieron por la fuerza. Ahora nosotros queremos argumentar, "conversar" con el par que no es par sino una autoridad que se impone y no escucha. Y mientras enunciamos nuestra oposición a la huelga tanto como a la crisis, al desmantelamiento y el autoritarismo que queremos combatir con razones, yo me pregunto si nuestra falta de agencia (horrible palabra que entiendo se traduce mejor como capacidad de diligencia, de gestión) es y ha sido debido a que más que gestores somos pensadores; es nuestro adiestramiento, tenemos las manos sin callos, limpias y finas, sin mugre debajo de las uñas, cobramos buenos salarios, se nos paga por pensar y hablar públicamente sobre los resultados de nuestro cogitar continuo. El caso es que se nos está prohibiendo pensar y hablar públicamente. Eso implica que se nos está prohibiendo profesar, ser profesores y el acto de seguir haciéndolo es en sí una resistencia. Creo en el poder de la palabra que forma mundos. Creo que esto es verdad; no una metáfora. Pero, por decirlo con otro chiste, nos veo y me acuerdo de una película de Indiana Jones (ese antropólogo, representante de Occidente que estudia al otro, para entenderlo y robarle sus saberes y sus cuerpos, apropiárselos, o explicarle a Occidente la valía en sí y por sí de esos otros saberes que morirían al primer contacto), en la cual se acerca un enemigo (un otro) que sabe ¿karate?, ¿kung-fu?, ¿aikido? El caso es que el otro, vestido de negro y encapuchado comienza a enunciar sonidos: "Uuuuuuhhh, uaaaaaaa, ú, á" y a mover las manos y los pies y a saltar su arte de guerra para la defensa (¿ofensa?). Indiana Jones lo mira, saca una pistola y dispara. El público ríe. Cuando nos reímos nos identificamos con Indiana Jones, quien posee la tecnología de la pistola (la pólvora es china pero gracias a Marco Polo nos la apropiamos hace tiempo) y es capaz de deshacerse del enemigo (el otro) con el simple acto de presionar el gatillo. Me acuerdo de esta escena porque nuestras elaboraciones retóricas se parecen a los sonidos que salen de la boca del "otro" que despliega el dominio de un arte, que no tiene defensa contra la polvora.
Reconozco eso y creo que si usamos violencia les hacemos el juego, se razgarán las vestiduras para demonizarnos, porque es lo único que hacen para convencer al país de la justeza de sus acciones. No argumentan. Lanzan insultos, simplifican los hechos burdamente, demonizan al enemigo como si los eventos en la Universidad siguieran un libreto de Hollywood. La gente reconoce el libreto maniqueo y reacciona identificándose con Indiana Jones. Es lo que siempre hacen. Y eso me recuerda otro chiste. Un tipo va con su esposa en el carro. De momento ella encuetra por ahí tirado un panty que no es de ella. Mantiene la compostura. Lo levanta con la punta del dedo índice (le da asco lo que sostiene), lo pone en la cara del marido y le pregunta: "¿Y este panty?" El hombre reacciona tan rápido que ella no ha tenido tiempo de mover un músculo. Agarra el panty, lo tira por la ventana del carro y responde: "¿Qué panty?" Hemos dicho mil veces que se está procediendo de forma dictatorial, cuantos menos oligarca, que se están violando reglamentos, que no es universitario el hecho de gobernar por decreto, que esas acciones mismas son las que atentan contra la acreditación. Los gestores reales de la universidad hoy dirán: ¿Qué panty? Añadirán el insulto: "Rata terrorista" y seguirán su camino, como quien evita pisar un mojón.
Nosotros, ¿qué haremos?
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