Esto es una anécdota. No pienso verificarla porque igual es ficción. Dicen que a Leonardo da Vinci le costaba mucho terminar los trabajos que le comisionaban. Es que él emprendía cualquier trabajo a partir de una pregunta y su mente rápida, que completaba dos o tres pensamientos simultáneamente (a la que hoy le habrían recetado medicamentos para normalizarla) a mitad del proceso encontraba la solución y ahí quedaba el cuadro o lo que fuera porque ya otra de las líneas simultáneas lo había agarrado y se lo había llevado a otra parte... Resuelta la incógnita ya no hay nada más qué hacer y la obra estaría incompleta para nosotros los más lentos, que necesitamos que nos ilustren la conclusión.
Hoy mi madre cumple 70 años (no le digan que lo publiqué). Mi abuela, su madre, tiene 90. Ayer nos tomamos un café y en medio de una conversación de esas habituales en las que hablamos de achaques (yo, que rondo los 40 ya me puedo sumar), de momento pareciera que cambia el tema y me desconcierta. Me dice que no se quisiera ir... Yo no entiendo. ¿A dónde te vas? Bueno, es que como ya tengo 90 años supongo que me tengo que ir, pero yo no quisiera dejar a mis nenas solas... La hermana de mi madre tiene 68, pero también vi cómo los espíritus no tienen edad: uno tiene una edad inmutable toda la vida, por lo que las nenas seguirán siendo las nenas y la madre la madre. Tal vez por eso me cueste tanto ser la anfitriona. No me dejan. Las jerarquías se instalan y a pesar de que sea mi casa me convierten en la nieta, que no hija, y entonces no importa las reglas que yo ponga (nadie se sentará a la mesa, ni querrán hacer la fiesta en el patio que limpié y organicé, sino que, si quieren--como mi otra abuela en mi fiesta de bodas-- se sentarán con el plato en la falda en las escaleras que dan al patio, mirando a la gente pasar). Pero mi espíritu está en paz con eso. Da igual. Que hagan lo que quieran.
Yo le recordé que su padre vivió 110. Quién sabe cuánto te queda... Lo que no le dije fue que su frase me dio la seguridad de que le queda. Porque me dio la impresión de que los espíritus se van cuando ven la conclusión de la interrogante que es la vida, que es nuestra obra de arte. Entonces se alcanza la paz para emprender otra búsqueda, no importa la edad. No es que el cuadro esté terminado, sino que uno sepa cómo se vería si lo estuviera, porque al final nadie acaba, pero tal vez se llega a entender algo. Por lo pronto, a ella, las nenas la necesitan. Yo, la doble nena, prepararé el patio sin mucha esperanza de que se sienten a hablar en círculo afuera, o en torno a una mesa con mantel. Sabemos, el caos tiene su orden, aunque sea uno que no puedo predecir...
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