jueves, 21 de julio de 2011

La paz de los tinglares

Los tinglares comenzaron a llegar a desovar en una playa urbana.  Son sus playas naturales.  Tal vez lo han hecho siempre sin mayor estruendo.  Pero hace unos años hay una iniciativa comunitaria y de Recursos Naturales para la conservación de los nidos, puestos en lugares tan impropios sin pedir permiso.

Aclaremos.  Ningún lugar es impropio para los tinglares, si no fuera porque están en peligro de extinción y en esa playa se pierden las pequeñas tortuguitas cuando salen del nido.  En la noche, el mar es luz, pero una playa urbana tiene focos de luz encendidos (en el lugar del planeta que más contaminación lumínica tiene según cualquier imagen satelitar) que desorientan a las pequeñas que nacen al atardecer y se guiarían por la luz para llegar al mar; donde sobrevivirían unas pocas de camadas de entre 70 y 100 que nacen cada vez.  Además, vivimos en tiempos electrónicos y las tortuguitas son, sin saberlo ni quererlo, celebridades.

Estaba estudiando con mi sobrino, pues mi hijo anda por allá tan lejos.  Estaba estudiando con mi sobrino cuando me llamó Vicky.  "Ven que están naciendo".  Ella pasea por la playa todas las tardes.  Yo vivo a cuatro cuadras del mar y me olvido de ir a saludarlo a veces, siempre con remordimiento, pero mi amiga no tuvo que decir más para que yo le metiera prisa al adolescente, ponte una camisa y unos zapatos que nos vamos a ver nacer tinglares en la playa.  Ahora.  Él no mostró entusiasmo, pero no rezongó.

Al llegar venía corriendo más gente.  Localizar el sitio fue fácil.  Había una conglomeración de espectadores en torno a unos palos con cintas que aislan los nidos en la playa.  "Los vecinos llamaron a Recursos Naturales, explicó Vicky, y llamaron tanto que vinieron a dar un taller.  Son tantos nidos que no podemos."  Hicieron a la comunidad responsable, luego de un seminario rápido, de cuidar que todas las tortuguitas lleguen al agua.  Explicaron la fecha aproximada del desove, la hora, los procedimientos.   Hicieron cadenas de mando con teléfonos de responsables e instrucciones.  La gente llegó.

Primero se ve que la arena se mueve.  Parece que saldrá sólo una.  Pero una vez se destapa ese vientre, salen en carrera.  Se forman líderes espontáneos.  "No hagan ruido que las asustan".  "Abran el círculo.  Dejen que pase la luz poniente para que salgan."  "Ábranles el camino".  Gente de toda clase social y que estaba en las más variadas actividades, como yo, antes de que algún vecino los llamara, habían llegado a la playa a conmoverse.  Un caballero con zapatos de trabajo.  Gente con sus perros en medio del paseo de la tarde.  Niños.  Gente humilde.  "No las toquen."  Flash, flash...  "Retraten sin flash".  Los celulares hacen fotos y las recién nacidas tienen que abrirse paso ante el tumulto conmovido, que no por eso saca los pies del medio, aleja los perros, hace silencio para meditar sobre la maravilla.

La iniciativa comunitaria de la playa de Ocean Park es loable.  Qué bueno que colaboren con recursos naturales.  Observo con curiosidad que la naturaleza a veces nos conmueve y a veces nos solidariza.  A todos.  Hemos visto el milagro de la vida que sucede sin nosotros hace millones de años.  Gente que normalmente no estaría de acuerdo ni para levantarse a buscar sal en un momento soso, de momento salta de alegría por que, tal vez, una de las tortugas que yo salvé (porque no la pisé, porque no la maté con mi flash, porque le dije al vecino que sacara su perro de encima de esa pobre tortuguita; ok, porque vigilé el nido por noventa días) sea alguna de las que sobrevivan y aminoren el problema de escasez de números de la especie, aunque haya habido la séptima masacre del año la semana pasada en este país; aunque no mejore el problema del chorro de aguas negras que sale de enfrente de mi casa y desagua en esa misma playa hace años (nos cansamos de llamar a las autoridades), aunque el periódico no me diga nunca que hay una caravana de patrullas de policía que durante las noches organiza redadas silenciosas, porque a lo que van es a buscar su paga pa dejar al punto en paz.  El periódico tendrá su noticia feliz del día.  Mi sobrino, que no quería mirar porque no valía la pena empujar gente para ver y prefería hablar por celular como siempre, al final miró y se sorprendió.  Llegamos a la casa a ver videos de tinglares poniendo sus huevos.  Son las tortugas marinas más grandes que existan.  Sin embargo nacen tan frágiles que están por terminar su tiempo en el planeta.  Quién sabe si él o yo, otros, al ver el esfuerzo estadísticamente fútil de llegar al mar de uno de esos recién nacidos indefensos, nos venga en mente que todo es más grande que nosotros, sin que por ello, no valga la pena el esfuerzo por la, y vuelvo y pongo la palabra, paz.

1 comentario:

María Victoria García dijo...

"People have (with the help of conventions) oriented all their solutions toward the easy and toward the easiest side of the easy; but it is clear that we must hold to what is difficult; everything alive holds to it, everything in Nature grows and defends itself in its own way and is characteristically and spontaneously itself, seeks at all costs to be so and against all opposition. We know little, but that we must hold to what is difficult is a certainty that will not forsake us; it is good to be solitary, for solitude is difficult; that something is difficult must be a reason the more for us to do it" Rilke.