martes, 16 de agosto de 2011

"Hay cosas que no se pueden describir, pero uno las siente"

Ahora:  
Magia.  Leo una nota que reproduce mi amigo Jorge David Capiellohttp://aventispr.blogspot.com/2011/08/ricardo-muti-concede-un-bis-italia.html, y me acuerdo de otro momento mágico.  De esos momentos que, según el director italiano, Ricardo Mutti, se sienten.  Acá el modo en que él describe el suyo mientras dirigía la ópera Nabuco delante al Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi, quien promovía recortes al presupuesto de cultura:

"Al principio hubo una gran ovación en el público. Luego comenzamos con la ópera. Se desarrolló muy bien hasta que llegamos al famoso canto Va pensiero. Inmediatamente sentí que la atmósfera se tensaba en el público. Hay cosas que no se pueden describir, pero uno las siente. Era el silencio del público que se hacía sentir. Pero en el momento en que la gente se dio cuenta que empezaba el Va Pensiero, el silencio se llenó de verdadero fervor. Se podía sentir la reacción visceral del público ante el lamento de los esclavos que cantan: "Oh patria mía, tan bella y perdida." 

Confiesa mi amigo Capiello en su Blog que lloró cuando leyó esta nota.  Yo también me confieso llorona.  Y es que estamos comenzando otro semestre escolar, luego de que durante el verano despidieran a Juan Giusti, el director de CAUCE, instituto que promovía alianzas entre la Universidad y la comunidad de Río Piedras.  Giusti nos permitía encontrarnos en sus salas al grupo de profesores que se reunió varias veces y se llamó "Convergencia".  La experiencia de debatir de tú a tú con colegas de todo en Recinto por una preocupación común y respetando las diferencias es la experiencia más universitaria que he vivido en los 10 años que llevo trabajando en esta institución.  Parece una represalia de la administración que ni entiende ni respeta el diálogo.  También despidieron al director del periódico universitario que irónicamente se llama así, "Diálogo", premiado en varias ocasiones por su labor periodística, Marcos Pérez Ramírez.  Parece otra represalia por su cubierta de lo acontecido el semestre pasado.  Otro periódico, uno comercial, esta vez, anuncia una devaluación de los "bonos de la universidad" en el mercado.  Se ha cocinado, otra vez sin participación de los distintos sectores universitarios, una propuesta de reforma, de nueva Ley universitaria que no se ha anunciado, pero hay quien supone que el anuncio sobre la devaluación tiene la intención de crear el clima propicio para imponer lo que se rumora trae esa propuesta, que  va del retiro de permanencias a personal docente y no docente a venta de recintos o servicios.  Igrí Rivera termina su término "orgullosa del entregar una Universidad en orden".  Y yo, confieso, estoy a la espera de otro momento en el que las voluntades se aúnen sin palabras porque saben que juntas conquistan algo justo.  Eso es lo que describo en la crónica de mi primer día de clase el año pasado, titulada "El elefante en la joyería".  Sigue apestando, pero parece que tenemos el sentido olfativo atrofiado.




Mi momento mágico está en la siguiente crónica del comienzo de clases el semestre pasado, en el párrafo que comienza diciendo "Pasados los 10 minutos"...  Porque hubo comunicación sin palabras; unión de voluntades...  "Alguien grita --tranquilos-- y ...  Cual deus ex machina..."

Hace ocho meses:
La tensión que venía acumulando por el cabildeo constante y la incertidumbre hizo que se me saltaran las lágrimas en los primeros tres minutos de la primera clase a la que llegué un poco tarde, pues ahora hay que contar con que le piden identificación a todos para entrar y se hace un tapón en los portones.  (Yo no tengo identificación.  No he tenido tiempo ni interés en hacerme fotografiar para la policía).  Eso no es nada.  Ya la semana pasada me había dado cuenta de que el hecho de conducir al trabajo ponía mi mente a pensar con tal rapidez que se me olvida respirar hasta que empiezo a marearme.  Creo que esto es un ataque de pánico; pensé.  Dejé el carro afuera.  Corrí a mi primer salón del día contenta, pues se me ocurrió crear un blog para los cursos.  Allí subiré los prontuarios, las tares, se puede discutir.  Los estudiantes tienen la opción de hacer sus cursos remotamente.  Si la presencia de la policía en el campus universitario los afecta como a mí, entonces no puedo obligarlos a entrar.  Lo que sí hay es que hacer el trabajo, pienso.  Hagan las lecturas, debatan, entreguen los ensayos y tomen los exámenes y yo los evalúo indistintmente de la presencia física.  La decisión sobre cuál es la prioridad en el momento, que puede ser ir a una reunión, una marcha, un conversatorio o "encadenarse a una fotocopiadora" como decíamos en broma con una estudiante que decía, "si tengo que pagar 800 dólares por qué no puedo hacer fotocopias"; esa decisión se la dejo a la conciencia de cada cual.  

Pasados tres minutos se me quitó la changuería y charlamos.  Hablé de las materias y cómo las enfrento, de sus obligaciones, de la dinámica de trabajo que espero que se establezca, de cómo cada quién ve la huelga y el desmantelamiento del recinto; lo que llamaos el "elefante en la joyería".  Hay que hablar de él.  Apesta y rompe los vidrios.  Luego pasamos a los libros.  Hubo pocos estudiantes.  TODOS los que asistieron al aula comunicaron que les parecía inaceptable la presencia de la policía, las decisiones tomadas sin consulta, la arbitrariedad, la falta de limpieza en los procesos, el peso económico que se les imponía con la cuota.  Todos menos 3, y tengo 4 secciones que deberían tener 30 estudiantes cada una (tres preparaciones distintas; la última me la comunicaron dos días antes de que comenzara el semestre).  Todos están de acuerdo (menos 3), pero no todos participan activamente.  Creo que nos corresponde preguntarnos por qué, me voy diciendo.  

Los estudiantes habían anunciado un "sal pa' afuera" a las 11.  Suspendí mis clases a esa hora para que participen si así lo desean.  Me senté en la plaza a esperarlos y en vista de que se habían ido por las facultades aproveché y almorcé (el bajón de azúcar y la migraña me acechan, así que mejor es comer).  De vuelta del almuerzo ya están reunidos ¿par de cientos? estudiantes en la Plaza Baldorioty frente a la Torre.  Hablan por un megáfono y mientras los escuchaba miraba mi reloj.  Escucho la policía que compite con otro megáfono ("tienen 10 minutos para abandonar la plaza", decían).  Los estudiantes no estaban impidiendo el paso a las clases y la manifestación pacífica consistía sólo de palabras:  las arengas y dos monólogos.  La policía nos tenía rodeados completamente, con cascos; escudos, macanas, armas.  Trato de hacer como si no pasara nada.  Tengo clase a la 1:00.  A la 1:00 me voy a mi clase, pero si esto se pone feo no me puedo ir.  Pensaba que mejor que la retórica sería la presencia de cuerpos sin palabras.  No hay que arengar a las masas.  Los que están allí están convencidos y lo que se dice muchas veces divide más que unir.  Deberían hacer marchas silenciosas, pensaba.  Miraba el reloj.  Miraba a la policía que nos rodeaba.  

Pasados los diez minutos la policía empieza a empujar y algunos corren.  Alguien grita: "tranquilos".  Otro hace un gesto con las manos con el que propone que nos sentemos todos.  En lugar de empujar, nos tendrán que arrastrar.   Me siento a esperar el golpe.  Me digo, yo pensaba ver qué hacían los estudiantes, hacer bulto por un rato e irme a la 1:00, pero si me dicen que no podemos estar allí y me empujan, entonces yo me siento y que sea lo que sea.  En ese momento, como si fuera teatro griego, cual deus ex maquina, llega un grupo que se hizo llamar multisectorial y que había estado piqueteando en la calle.  No sé como entraron, pues no todos tenían identificación con foto.  Se paran entre los estudiantes y la policía para que sus cuerpos sirvan de escudo.  Eran pocos.  ¿Cuántos?  ¿Treinta personas?  La estudiante que recitaba un monólogo lo retoma donde lo dejó; ahora recita sentada con el megáfono en mano.  Termina.  Ya es la 1:00.  La policía recibe una orden.  Se retiran.  La actividad concluye "pacíficamente."

Recuerdo que una vez alguien me leyó las cartas, los caracoles, no sé.  Me dijeron: "Tú tienes un pie en la vida y otro en la muerte.  Si alguna vez estás en medio de un tumulto, corre, porque la bala que se pierda te buscará a ti".  Eso me habían dicho, pero no corrí.  Me senté y me pregunté por qué allí habíamos tan pocos.  Dónde están los estudiantes que se indignan (todos, menos 3).  Donde están mis colegas, quienes como yo no tienen una oficina, ni una computadora, ni tiza, ni borrador, que enseñan 4 clases, cuyos topes de estudiantes subieron a 30, a quienes nadie les consultó para informar a la comisión evaluadora de la Middle States lo que sea que se les informó, ni para invitar a la policía a "normalizar" las actividades, ni para ninguna otra decisión de las tantas decisiones nefastas que se han tomado.  Yo quise converger con otros profesores para exhortar a los colegas a entrar a hacer nuestro trabajo, que yo entiendo que es, sobre todo, reactivar las vías democráticas y participativas que definen una universidad.  Pero no puedo dar clases y hablar de "contra canon" literario, en contra de definiciones de cultura y de país jerárquicos y excluyentes del pasado, mientras que el elefante siga rompiendo vidrio.

Anejo de hace ocho meses:  
Hoy, en mi segundo día, hice un programa de radio en el que hablamos de Universidad, medié en una discusión violenta entre estudiantes y profesores en un pasillo, se me ocurrió, en diálogo con el poeta Rafa Acevedo, la idea de hacer puestos paralelos:  Decanos paralelos, elegidos por los docentes de cada facultad, que impulsen los cambios que necesita el recinto, pero respetando en los procesos de consulta con docentes y estudiantes.  Recibí estudiantes en mi oficina para discutir las evaluaciones del semestre anterior, cuando llegó a la Facultad una manifestación espontánea debido a que un policía le tiró un beso a una estudiante en la Facultad de Ciencias Sociales.  Los estudiantes le reclamaron, la fuerza del choque llegó a defender a sus colegas, los estudiantes marcharon por el recinto (cientos).  Las estudiantes que estban esperando afuera, al escuchar el estruendo, se asustaron, las hice entrar a mi oficina y cerrar la puerta mientras seguía explicando a otra las deficiencias y aciertos de su trabajo final.  Acabado el estruendo, las estudiantes se marcharon habiendo aprendido algo sobre cómo escribir, sanas y salvas.  Luego me reuní con la Directora del Departamento de Educación Secundaria de la Facultad de Educación para coordinar una revisión curricular con ellos, coordiné una reunión para el jueves.  Tuve otra reunión con la Decana de Asuntos Estudiantiles para que me provea información estadística que usaré para mis argumentos en dichas reuniones.  Luego llamé a un amigo, colega, queridísimo y nos peleamos por teléfono porque analizamos la situación desde polos opuestos.  Hoy no lloré a la entrada; lloré a la salida porque la situación provoca que nos faltemos el respeto.  Insisto.  El elefante apesta.