jueves, 24 de marzo de 2011

Los caparazones del tiempo


 El texto Caparazones de Yolanda Arroyo Pizarro es una espera y sabemos que en la espera está contenido todo el tiempo; un tiempo que nos hace vulnerables.  Así va de lo más íntimo a la reflexión fundamental de toda literatura que es ¿qué sentido tiene todo esto?  Así el tiempo se expande y se contiene en este libro a partir de sus metáforas.  Un caparazón es la coraza que tiene una tortuga en su espalda para protegerse, pero también es lo que cubre el tórax de un ave.   Lo más profundo de la tierra son los mares, donde habitan las tortugas gigantes y ancianas, porque viven entre 150 y 200 años y porque son sobrevivientes de la era prehistórica.  Lo más alto que alcanzamos mirar son las estrellas, los planetas, las glaxias, a donde se acercan los pájaros con su vuelo gracias, tal vez, a los caparazones en sus espaldas.  Somos cuerpos celestes, en el sentido en que el tiempo lo habitamos con la comodidad de un bostezo.  “El tiempo no es una línea recta, ni tampoco se traslada en paralelos.  Es una extensa curva que va zigzaguendo a comodidad”, dice la novela (18).  El tiempo nos agrede con su indiferencia, aunque la novela parece proponer que el mejor antídoto contra la violencia de estar vivos es devolver la mirada indiferente al timpo.  “No me molesta el tiempo.  Me siento muy cómoda con él.  Muy a gusto”  (41, cito).  Somos seres de la oscuridad, en el sentido en que nos hacemos daño sin saber cómo evitarlo.  Tampoco podemos evitar apalabrar la experiencia y lanzar estas palabras al mar como botellas sin destinatario de las que se desprende un náufrago, sin esperar que llegue ningún rescate. 
Lo que acabo de enunciar son ideas que me sugiere esta novela, que es un texto poético además de ser una historia que se cuenta.  Por ser texto poético, se lee como la poesía: poniendo a dialogar sus partes, que en esta novela constan de cinco caparazones. 
Los caparazones son cayos en la espalda que protegen la materia blanda de la que estamos hechos, pues los hechos que se relatan están rodeados de violencia, como estamos todos rodeados de agua y aire.  La primera violencia, en el contexto de un mundo “volcado” y “convulso”, es la del sexo, acto que violenta la separación física y natural de dos cuerpos con sus almas, aunque sus efectos puedan ser productivos y aunque ese mismo tema se reitere en los demás caparazones.  Como decir:  
     Mientras espero, me gusta leer a Baricco.  Me gusta auto-hipnotizarme con su Permanece así, te quiero mirar; yo te he mirado tanto pero no eras para mí, ahora eres para mí, no te acerques, te lo ruego, quédate como estás, tenemos una noche para nosotros, y quiero mirarte, nunca te había visto así, tu cuerpo para mí, tu piel, cierra los ojos y acaríciate, te lo ruego, no abras los ojos si puedes, y acaríciate, son tan bellas tus manos, las he soñado tanto que ahora las quiero ver, me gusta verlas sobre tu piel, así, sigue, te lo ruego, no abras los ojos, yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy carca de ti, acaríciate...  ¿lo ves?, nadie podrá cancelar este instante que pasa, para siempre echarás la cabeza hacia atrás, grintando, para siempre cerraré los ojos soltando las lágrimas de mis ojos, mi voz dentro de la tuya, tu violencias teniéndome apretada, ya no hay tiempo para huir ni fuerza para resistir, tenía que ser este instante, y este instate es, créeme, señor amado mío, en este instate será, de ahora en adelante, será, hasta el fin.  (101)

Luego, en el segundo caparazón, aparece la violencia de la vida cotidiana, en la que hay voluntad de poseción y control y desapego y sometimiento, de unos y otros.  Quien sufre el sometimiento luego somete a otra.  No hay idealizaciones.  La mujer que penetra a otra mujer también muere a favor de una causa; la defensa del medioambiente. A veces las causas se defienden con violencia activista, mientras que el estado responde con su reclamo de monopolio de la violencia que es la violencia política. 
El tercer caparazón usa el mismo lenguaje de lo ya visto en la cotidianidad central de la novela que es el corpus que compone el segundo caparazón. Como sabemos, "la repetición es una figura retórica que consiste en la reiteración de palabras u otros recursos expresivos, procedimiento que genera una relevancia poética. En todo poema aparecen elementos reiterativos con esa función: ya sea el acento, las pausas, la aliteración, el isosilabismo, la rima o el estribillo". (http://www.uchile.cl/cultura/
actividades/glosario/repeticion.htm)  La relevancia de esta repetición es que se crea el efecto tiempo.  El tiempo en la novela es una espiral, o un zig zagueo continuo, si se prefiere, que va de nanosegundos a segundos a minutos a horas a días a semanas a años a siglos, a milenios, al infinito.  Esta nueva vuelta en el tiempo cuenta lo mismo, aunque los lugares de los actantes cambien, así se añaden complicaciones; un cambio de lugar entre víctima y victimaria; la entrada de otros personajes que son otros planetas en los que hay también agua y fuego.
El cuarto caparazón son dos instantes distintos que marcan las otras violencias que leemos.  Es corto, porque es un puñetazo certero en la boca del estómago, más allá de la trifulca diaria.  Hay un abuso sexual de una menor consentido por quien debería proteger, luego la ausencia súbita del fantasma que es el otro amado. 
El quinto caparazón es el tiempo eterno.
Como vemos, la novela plantea casi sin decirlo una reflexión sobre la existencia misma; sobre el origen del “malestar en la cultura”.  Se supone que el Padre es la ley, pero en estos textos no hay padres, ni hay goce.  Esta pregunta que sigue es mia:  ¿Si la ausencia de padre no es el goce, entonces qué es?  Buscando responder a esa pregunta leo el capítulo 48.
La oferta de ideales es vasta.  Todo lo que tiene que hacer el consumidor es ir al mercado de fanatismos o creencias más o menos dignas de lucha, extasiarse un rato por los pasillos, internarse en las góndolas luego escoger uno del surtido existente.  Se puede elegir defender la patria, combatir el gobierno despótico y tirano, protestar por los hijos de los que no se tiene custodia, luchar por los ecosistemas de la supervivencia de las hormigas en el Sahara o simplemente defender el derecho a la preservación de un espacio atmosférico sin contaminación donde volar cometas de rabo verde.  Los métodos de expresar el ideal van desde subirse a las grúas de los sites de construcción, acostarse formando una cadena humana para prohibir el paso, realizar protestas al desnudo, lanzar globos de agua o aerosol de pimienta a la multitud, en fin.  La lista es interminable. 
Si me lo preguntaran a mí, mi ideal sería irme en contra de la ausencia.  Crearía toda una rebelión partiendo de esa premisa.  Iría a las marchas, lanzaría piedras, dibujaría carteles, haría entrevistas de radio y televisión, redactaría comunicados de prensa, cartas abiertas a los medios, proclamas de compromiso.  (162)

La rebelión es la escritura y el estar; combatir el vacío.  Si no hay ley entonces cada uno a lo suyo.  Pero lo cierto es que sí hay ley, aunque esté afuera del universo que se relata.  Esa ley afecta la relación entre Nessa y Alexia, quienes a pesar de querer vivir sin leyes se tienen que querer en cierto secreto y porque la negociación para el amor que se construyen no deja de tener implicaciones de abuso.  El caso es que lo que no se abandona es la necesidad de tocar al otro y, de algún modo, esa realidad hay que, por obligación, negociarla con ese otro, aunque sea para poder:  “...colocar nuestros brazos en paralelo, uno junto al otro y mirarlos a plena luz del sol, de frente a los rayos, para establecer los constrastes de ambas pieles.  Luego ... be[sar] todos los dedos de la plama de su mano y [que se le devuelva a una] el favor haciendo lo mismo...”  (37-38).  En fin, la novela es la historia de cómo un príncipe o una princesa puede domesticar a una zorra (especies distintas aunque iguales porque se comunican) para que “tú para mí seas única en el mundo y yo para tí sea única en el mundo.”  La cita al texto de Saint Exupery está dicha, también otra a Alessandro Barico o Salman Rushdie o Susan Sontag.  La literatura con la que conversa es globlal, no insular; también las circunstancias.
Sabemos, además, que los caparazones, más que una protección de nuestras partes tiernas son también casas en las que nos refugiamos del mundo.  Sobre las casas dice este libro:  “Para mí una casa es tan sólo la madriguera perfecta para hacerse una de algunas pocas comodidades.  Entre ellas, guardar libros”  (99).  También recibir a la amante.  Allí puede ser que dos mujeres se amen, y que tengan un hijo en una familia que se hace y se rehace como todo lo que está atacado por el tiempo.
Hay aquí un trecho recorrido desde textos como “Las mujeres no hablan así” de Nemir Matos Cintrón o “Reróticas”, de Lilliana Ramos Collado.  Ya quien precede habló de sexo entre mujeres y le construyó una retórica.  Hoy Arroyo Pizarro puede reescribir esa retórica anterior y proponer otra que también mira la violencia fuera y dentro de la pareja, sin idealizaciones.  Con naturalidad la definición de familia se expande en momentos en que hay quien muere o es censurado a manos de los fanatismos con los que estamos obligados a convivir.  La mirada que fabula se fija en el mundo globalizado y en cómo las rutas de desplazamiento de las tortugas marinas nos conectan y nos hacen intuir que las peleas que vivimos a diario, más allá del melodrama que nos hace el centro del universo, no son más que polvo en el universo.  Así lo dice la novela:
Inquieta, intento imaginar la interacción de mi espíritu, lanzado en proyectil, con el viento solar.  Es como si pudiera ver los gases y materiales del universo que me traspasarían y yo los traspasaría a ellos.  Las órbitas de otros cuerpos que esquivo.  Yo, como una corriente que salta en un anillo de partículas.  Me muevo, veo el enjambre de meteoros, las constelaciones, las tormentas de asteroides.  (83)

Leyendo esta novela concluyo, entre otras cosas, que nos conviene amar, pues seremos, como decía ya Quevedo, polvo enamorado.  Nada más importa.

viernes, 11 de marzo de 2011

Más allá de las orillas, el mar

(Presentación de la página electrónica que colecciona trabajos de escritores puertorriqueños que publican después de los 80, titulada, "En la orilla", Editada por Ángel L. Matos.  http://www.enlaorilla.com/index.php)


Me van a perdonar que comience esta presentación contextualizando mis reflexiones con los eventos que han marcado recientemente la universidad en la que trabajo.  Soy Catedrática Asociada del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.  Discuto con pasión en mis salones, en la red, en la radio, en revistas especializadas, delante de podios como éste en conferencias y actividades relacionadas con la cultura, como ésta; discuto desde el intelecto y los afectos, yo, como muchos de mis colegas, quienes se acercan a la tarea de formar mentes desde los saberes específicos que manejan, en mi caso, las literaturas puertorriqueña e hispanoamericana, mis áreas de especialidad.  A eso me dedico.  Aprovecho, entonces, este foro para reflexionar en voz alta con ustedes sobre la crisis de la Universidad, su incapacidad de asumirse como un lugar de debate sobre las disciplinas específicas y su importancia en la formación y el desarrollo de individuos libres, pensantes, productivos para el país democrático y próspero que todos deberíamos querer. 
Pero no se asusten.  Me han invitado a hablar de literatura puertorriqueña actual y, en específico, de la publicación virtual que habita la red electrónica bajo el nombre “En la orilla” (http://www.enlaorilla.com/index.php) y no pienso faltar a esta responsabilidad que he aceptado con alegría.  El caso es que la cultura es múltiple a la vez que es colectiva y se manifiesta de infinitos modos que son también individuales.  Entendía el escritor argentino más citado, Jorge Luis Borges, que la literatura es un juego de espejos y hablar de una cosa es siempre hablar también de la otra por lo que, aunque quisiérmos, no podría escaparme de decir la importancia de que se publique los trabajos literarios de una multiplicidad de jóvenes que dicen el país o las inquietudes de su tiempo, que es éste, aunque se estén refiriendo a lo que le toca en lo personal a quien escribe, o a un chino imaginario.  Entiéndanme bien.  No digo, desde el cliché romántico, que la literatura “refleja” su tiempo.  Digo que la literatura y su tiempo se multiplican la una al otro hasta contener el infinito, que es el Aleph, otra figura que inventa Borges para representar un punto del universo donde están todas las cosas y todo el tiempo contenidos.  Y eso que ese escritor nunca vio la red.  No sé si se habría inspirado para escribir más o le habría dado un cortocircuito por sobrecalentamiento.
El caso es que entro al blog que publica poesía y cuentos en hermosas páginas que contienen datos biográficos de cada autor y leo.  Leo lo que sigue, si es que me detengo en la introducción:

En la Orilla, reaparecer es una continuación que no tiene principio ni fin; del compromiso editorial de proveer un espacio a las nuevas voces que van conformando y confrontando la nueva literatura puertorriqueña. Esta edición nos llena de emoción y orgullo al ser la más de-ge-ne-ra-da de todas las anteriores, con un abanico cronológico en términos de edades entre los más jóvenes y mayores, además de romper con espacios geográficos y lingüísticos al incluir escritores jóvenes puertorriqueños que escriben desde los Estados Unidos. Sin embargo, esa diferencia y (de)generación se cancela en el propio texto, porque cada voz asume su responsabilidad, su postura y su identidad, las cuales les permiten conversar con las otras de modo libre, honesto y fluido. Cada una de estas nuevas voces aporta miradas, formas innovadoras de decir, ritmos variados y una tradición literaria diversa. Existen varios hilos conductores que unen estos textos, pero eso, amigo lector, lo dejamos a su juicio.

Creo que todos vinimos aquí hoy para darle las gracias a Ángel Matos, el editor de esta iniciativa, por esto.  Porque cual pirata no mira las jerarquías del “soy quien soy” tan restrictivo de la conducta en las tradiciones culturales hispánicas, sino que pone a dialogar distintas edades de escritores que se llaman puertorriqueños aunque procedan de distintas partes del mundo.  Porque podemos entrar en la red, escribir “En la orilla” en el motor de búsqueda y luego de llegar a la orilla lanzarnos a nadar en ese océano digital.  Digo océano y noto que esa metáfora no es inocente.  Antonio S. Pedreira recordaba en su Insularismo (1934) que los puertorriqueños le temen al pirata.  No se acercan a la orilla porque “nos coje el holandés”.  A pesar de ser una isla vivimos de espaldas al mar (se refiere usted, le respondieron luego, a los blancos hacendados, porque las costas han siempre sido Caribe) y esta iniciativa nos pone de frente al mar, a punto de lanzarnos al mundo.  Basta que un motor de búsqueda encuentre la página.  Basta que alguien, como muchos que ya lo han hecho, quiera saber si en Puerto Rico se ha escrito algo después de La charca, después de La guaracha.  Encontrará la respuesta cuando abra “En la orilla”.  Allí verá trabajo de hombres y mujeres jóvenes que no tienen miedo de tirarse al mar.  No somos ya agua estancada ni el entaponamiento insalubre de carros en la Avenida Ponce de León.  O sí.  También somos eso.  No me digan que en el Tribunal Supremo, el Colegio de Abogados, la Universidad de Puerto Rico, el Capitolio y la Fortaleza no se respiran las aguas putrefactas de La charca.  No me digan que no tuvieron hoy su minuto de impaciencia con el freno.  Pero como siempre, convive con la charca la orilla.  La voz poética de Sylvia Rexach se quedaba lejos “envidiando otras arenas que le quedan cerca al mar” pero si se es propiamente la orilla, el borde, el lugar que no se sabe si es tierra o es mar, etonces el mar llega y nos toca.
Matos, en la introducción a la página deja los “hilos conductores” que se desprenden de esa red al lector.  Les quiero anunciar algunos, pues como dije, soy crítica literaria y ese es mi trabajo, ser lectora reflexiva, en público.  Repaso las ideas que he ido construyendo durante los últimos diez años sobre la escritura actual y las confronto con lo que la orilla deja perdido sobre la arena.  Había dicho antes que la escritura hoy es una exploración de la forma.  La poesía puede ser súmamente cuidada, como la poesía modernista, o puede buscar recordarnos las cadencias de la oralidad, iluminar la poesía diaria con sus barrocos choques de contrastes, no menos barroca así en su versión “spoken word” que el barroquismo formal del culteranismo y el conceptismo actuales.  Esta descripción me recuerda al maestro pirata Joserramón Meléndez, quien va de la décima al soneto y quien, junto a los demás escritores piratas que leemos hoy con devoción, Ángela María Dávila, José María Lima, Pedro Pietri, Manuel Ramos Otero, marcaron las generaciones sucesivas.  Así, entre los tesoros desperdigados en este mar digital están las décimas de Urayoán Noel, el juego con la oralidad en diálogo con la poesía puertorriqueña de Estados Unidos de Guillermo Rebollo Gil, pues se escribe más allá de fronteras en esta época.  También se piensa más allá de fronteras; de género e identidad sexual, donde Mayrim Cruz Bernal, Ana María Fuster, Zuleika Pagán, Ana Teresa Toro, Yolanda Arroyo Pizarro, Mirna Estrella Pérez, Katia Chico, David Caleb, Daniel Torres, buscan flotar por encima de los límites de lo que es ser hombre y ser mujer, de raza, y acá debo mencionar otra vez a Arroyo Pizarro y a Mayra Santos Febres e Yvonne Denis o símplemente atacan los límites de lo moderno, cuando los barcos de vapor ya no nos impresionan luego del Titanic.   También este mar está hecho de conexiones, pues lo isleño rebasa la isla, por lo que la orilla incluye escritores puertorriqueños que habitan distintos lugares del mundo desde distintos idiomas o viajan y se instalan entre el allá y el acá, tales como Rafa Franco Steeves, Javier Ávila o Corazón Tierra, Raquel Rivera.  No importa el acercamiento específico del binocular particular que cargue cada uno, en todos ellos el cuerpo está expuesto; puesto a secar bajo el sol, ya sea desde el discurso fantástico del náufrago que no tiene referentes luego de la caída del bloque soviético en el 89, o por la simple desnudez de quien no tiene por qué ni de quién ocultarse.  Este cuerpo habita distintas épocas y despliega diversas sexualidades, a la vez que expone la violencia social en torno al sexo como economía del deseo y no de lo útil.   Descubro en estas páginas un tesoro que no había visto, hay una narrativa que va del cuento al ensayo y viseversa.  Quienes exploran estos límites de mar son los más jóvenes.  La de ellos es una narrativa de ideas que se plasman y que casi no quieren ser cuentos, escritos en primera persona, parece que buscan dar testimonio del naufragio desde el yo.  Son los diarios del náufrago que delira, pero tiene una bitácora que deja a la posteridad su testimonio.  Esto se emparenta con la tradición más radical de la experiencia literaria latinoamericana, hecha de diarios de viaje, conquista, exploración y naufragio.
Esta orilla tiene muchos usos.  Llegamos a la época del kindle, del ipad, de leer en la oscuridad delante de la luz titilante que nos hipnotiza como astros.  No sé si pronosticar que dentro de no sé cuántos años, lo que no esté en formato digital no estará.  Lo cierto es que hoy casi todo está allí.   Como profesora, hoy sólo a veces me ocupo de asegurarme de que los corsarios de antaño envíen por barco sus pesados libros para poder tener el placer de olerlos y acariciarlos.  La mayoría de las veces mando directamente a los alumnos a bucear el mar digital.  Allí se encuentra todo.  Tengo un blog para mis cursos.  Y si me voy a México a hablar de escritores puertorriqueños contemporáneos, para que se preparen para el banquete les digo que se asomen a la Orilla.  A esta Orilla que les presento hoy.  Allí encontrarán lo que necesitan saber, les dije. 
Los devotos al papel no se ofendan.  No es una claudicación total.  También llevo una pesadísima maleta llena de libros.  Pero cuánto más fácil es la tarea cuando mis dedos, que ya siempre tienen las uñas cortas para poder teclear, pueden premer una tecla para que en México sepan que no hay distancias entre ellos y nosotros.  Esa es mi sospecha.  Todavía tengo que verificar empíricamente esta corazonada.  Pero créanme.  Casi me veo regresar contenta para contarles, “no hay tal” (separación).  Porque el mundo hoy día es uno, por más que nos duela despedirnos de los escombros de la modernidad que quisimos vivir como la utopía para aprender a construir en este otro mar de futuro sin asideros.  Pero lo haremos.  Ser sobrevivientes es asunto de terquedad sobre todo y a lo largo de los siglos hemos demostrado que somos tercos.
En el Recinto de Río Piedras se leyó la semana pasada entero, en 22 horas y media, la novela Cien años de soledad, escrita por el colombiano Gabriel García Márquez.  Comentaba con quienes estuvimos allí para la clausura de ese acto que, increíblemente, se concibe como un acto de rebeldía, que cuando el colombiano pronostica que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra” se refiere a quienes se encerraron en sí mismos y no quisieron aprender el amor.  Esa novela colombiana es una historia de amor o, más bien, de desamor.  La última pareja de la estirpe Buendía finalmente aprende a amarse, pero ya es muy tarde y no pueden evitar que los vientos huracanados desaparezcan Macondo de la faz de la tierra.  Pero también estamos hechos de otras estirpes que sí han sabido amar y perseverar en contra de la soledad que es la negación al diálogo.  Celebro esta página porque conecta a esta isla, su ciudad letrada, con el resto del mundo.  Porque hay iniciativas como ésta es que voy todos los días a trabajar con angustia, pero también contenta.  A pesar de los vientos que soplan hoy tengo la certeza de que sobreviviremos.   La nave ya no está al garete.  Tenemos bitácoras, cartas de navegación y la terquedad del náufrago.