miércoles, 30 de diciembre de 2009

La forma del aire

Un círculo o una elipsis, una línea
una sucesión de puntos que
mirados por separado son,
y en conjunto,
infinito.

Esta brisa que sopla ahora y es
la de ahora. Este aire inhalado
y exhalado, ahora.
El ya que es ya por un instante
y luego fue.

No hay retornos, sin embargo
todo vuelve.
No hay progreso mas parece
que se monta el sucesivo instante
sobre otro consumido.
Todo es nuevo sin serlo.
Todo es la única suma de pequeñeces
que se juntan y conectan
la sal del mar con la que exhuda
este cuerpo, como antes otros,
como después serán.

El movimiento perpetuo está inventado
sin mecanismos, pero está,
y respiro hasta el cansancio
porque, ¿dónde la inercia?
Luego respirarán otros
otro aire, que será, sin embargo
el mismo; resumarán sal
y le hablarán al mar. A ese mismo
mar de ahora; distinto.

Así, y así, y así, o de otro modo y
otro.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Fe en disfraz, de Mayra Santos Febres

Ella es negra y él es blanco. Así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Ella es mujer y él es hombre así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista ella es culpable y él inocente. Ella es la jefa y él el subalterno, así que cuando se juntan en una relación sado-masoquista, ella es culpable y él inocente. Pero “ella quiso ser”, citando a Julia de Burgos, “como los hombres [los hombres blancos e inocentes] quisieron que ella fuese:

"Yo quería ser como aquellas mojas, blancas, puras, como aquellas princesas; vestir trajes hasta el suelo, hechos de terciopelo bordado con hilos de oro y pedrería. Pero en mi fuero interno sabía que aquello no era para mí. Me lo recordaban las alumnas del colegio y el color de mi piel. Mi piel era el mapa de mis ancestros. Todos desnudos, sin blasones ni banderas que los identificaran; marcados por el olvido o, apenas, por cicatrices tribales, cadenas, por las huellas del carimbo sobre el lomo. Ninguna tela que me cubriera, ni sacra ni profana, podría ocultar mi verdadera naturaleza". (89)

Fe en disfraz es el título de la novela que entiende la piel como un vestido. La piel conecta a la protagonista con sus ancestros, y si el reproche contra la mujer negra en Occidente ha sido que ella no podrá controlar nunca lo que se entiende como su verdadera naturaleza, que la hace una mula que se usa tanto para el trabajo físico como para aliviar demonios que poseen el cuerpo del hombre blanco, entonces Fe (así se llama la protagonista) ni lo intenta, a pesar de su nombre.

Se viste con el traje que le perforará la piel que es su otro traje. El traje con el que se viste es amarillo, de encajes y pasacintas. Es un traje de mulata, Xica da Silva se llamó, que quiso insertarse como blanca en sociedad. Fe se vestirá con los dolores propios que, aunque no están dichos en la novela con abundancia, no hace falta porque están dichos los de sus ancestras. Y es que ésta es una novela de ritos y silencios. La mulata, y luego su hija, se ponen el mismo traje amarillo para ser presentadas en sociedad, con el mismo resultado. La ley, los otros, no las reconocen como sujetos posibles. Ese rito de pasaje, ponerse el vestido amarillo y ser presentadas en sociedad, no tiene posibilidad de éxito. Fe, en el siglo XX puede ser jefa, sólo si mantiene silencio sobre sus cicatrices:

--¿A quiénes se habrían parecido estas mujeres?
--¿No es obvio, Martín? Se parecían a mí.
Me quedé mirando a Fe, en silencio. Curiosamente, nunca antes me había detenido a pensar que sus esclavas se le parecieran. Que ella, presente y ante mí, tuviera la misma tez, el mismo cuerpo que una esclava agredida hace más de doscientos años. Que el objeto de su estudio estuviera tan cerca de su piel.(53)

La historia se cuenta rápidamente, en apenas 115 páginas, sin dejar por ello de ser una novela sobre el tiempo que no se deja vencer. Es una historia que cuenta vidas de historiadores que quedan atrapados por el tiempo. Aquí habla Martín, el amante secreto de Fe: “Ya lo he dejado claro en este escrito –la historia da la impresión de ser mutable. Pero siempre vuelve a su redil. Se repite y regresa al sagrado rito de su origen.” (104) La cita se refiere al escrito que leemos, porque aunque ella es la jefa y él el subalterno, él es quien contará la historia, como siempre pasa.

Fe, la historiadora que protagoniza este relato, se beberá su propia sangre y se ofrecerá como objeto en un extraño rito de sacrifico, y Martín también beberá su sangre, la de ella, y se dejará vencer, vaciándose, o palpará el mapa de heridas que lleva ella en la cadera, causadas por el arnés del traje. El vaciamiento es la derrota, pero lo es, además el qué él termina también bebiendo su propia sangre, acordándose de los ritos que se habían olividado él y sus ancentros:
Pero, entonces, ocurrió la peor de las traiciones. Con la cristinanización de los romanos y la paulatina suspensión de la fiesta de Sam Hain (Halloween), se olvidó el culto a los ancestros: a los ancestros animales, a los ancestros frutales, a los ancestros humanos, a los muertos” (92)

Una vez que Martín bebe de esa sangre comienza en él una transformación, a la manera de los vampiros góticos. Cuando comienza la narrativa Martín niega sus culpas, se piensa y se siente inocente:

No fui yo, lo juro, quien se levantó de la mesa del puesto donde almorzábamos, tomando a Fe de la mano, conduciéndola al estacionamiento. Ni fui quien entró al carro de Fe, quien guió a un lugar apartado, entre las mansiones, mientras manoseaba los muslos de Fe, metiendo mis dedos entre las comisuras de su carne. Estacionarme al lado en un parque. Lamerle el cuello con otra lengua que no era la mía, sangre en mis labios mordidos, meterle los dedos más profundo. (75)

No fue él, dice. Y el inocente tal vez tenga razón, al principio, cuando actúa sin saber lo que hace al mirar como pornografía deposiciones de esclavas aunte un tribunal, por abusos sexuales sufridos. Pero crece. Conversa en la cama con Fe. Supongo que es el diálogo de sobrecama el que logra que este personaje crezca y hacia el final del relato descubra:

Ese día, me descubrí capaz de actuar de otra manera. De sentirme dirigido por esa extraña hambre que desde siempre me habita. […] Hoy entiendo que los libros, la Razón, ya no me sirven de trinchera. Recapacito y estoy dispuesto a actuar, a enfrentar las consecuencias de mis actos. (97)

Martín decide hacerse cargo del rito. Sigue las instrucciones de Fe, pero se arma de una navaja toledana que ya habían usado en otras ocasiones. A este punto él también ha palpado sus cicatrices.

No les contaré lo que espera lograr Martín con esa navaja. Tienen que leer esta rica novela que es erótica, pero también puede que sea el testimonio del porpio Martín, quien escribe y deja un documento como si ese último encuentro lo fuera a llevar a la muerte y como dije, además es novela gótica, es novela histórica, es novela de creacimiento. En fin, es una gran novela narrada con un lenguaje y una técnicas afiladas, como la navaja toledana que se usa en el útimo rito que no les voy a contar. Sólo les advierto que se preparen para oler sangre y otros flujos más íntimos. Si son seres de pudor no la lean. Si están interesados en enterarse de transacciones que se pueden dar cuando nos ponemos los disfraces para dejárnoslos quitar hasta quedar pelaos (á poil, como se dice en francés), pues entonces, lean. Mantengan un cubito de agua fría a mano, por si acaso. Y buen provecho.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Nostalgia charra vs. supervivencia



Tengo una familia folklórica. Lo digo en broma y en serio. Recuerdo que cuando leía La carreta de René Marqués o La llamarada de Laguerre en la secundaria, mi papá siempre pensaba que estaba leyendo su historia; la historia de un mundo que fue suyo y que estaba en vías de desaparecer. Después empezaba a hacer cuentos de cuando se comía las chinas sin bajarlas del palo, chupándoselas como si fueran una teta, o de cuando caminaban a la escuela por kilómetros y kilómetros con los zapatos en la mano. Con estos cuentos y la referencia literaria, me imaginaba a mi abuela y sus nueve hijos descalzos y piojosos en una choza con sobereao (piso de tierra) esperando a que la tormenta platanera se los llevara (Belaval). Pero esos cuentos de miseria nunca han salido de sus bocas y lo cierto es que mis tías saben cocinar con fogón.

Al lado de la finca de mi abuela había una pareja de viejitos, Nacha y Colacho, que mi papá visitaba con reverencia (Me daba órdenes secas, "saluda", "acéptales el café" "contéstale a la señora"). Ellos vivían arrimaos en un terreno y tenían una casita, tal vez de 10 x 10 metros, hecha completamente de zinc. Cocinaban en un fogón que mantenían prendío en el fondo de la pieza. Creo que Nacha era feliz. No quería que le tumbaran su ranchito y si mi papá se ofrecía a traerle una nevera o una estufa ("se le puede hacer un fuego ahí"), Nacha sonreía con condescendencia y decía que ella no necesitaba nada de eso. En fin, que cuando se hablaba en la Universidad, analizando cualquiera de estas obras, de que lo que había de fondo en ellas era una nostalgia por parte de terratenientes desplazados por un pasado que idealizan pero que en realidad estaba lleno de violencias y desigualdades, me costaba entenderlo. Esa no era la memoria de mis antepasados más inmediatos y, que yo supiera, ellos no eran terratenientes ni hacendados, sino peones (en verdad eran pequeños propietarios y esta historia ha sido poco documentada o discutida).

A tono con ello y por el hecho de que vienen las navidades y con ellas mucha de la familia dispersa, en estos días me dio con rescatar décimas viejas, en vista de la parranda que se acerca. En especial una que alude a una vida que desaparece. Mi papá la escuchó alguna vez y tenía ganas de volverla a escuchar. Descubrí con you tube que la DECEP había hecho un documental hace años, en blanco y negro, en el balcón de una casa de madera (mejor que la que yo me imaginaba; parecía más bien una casa de muñecas) en el que cantan unos jóvenes Ramito, Chuito el de Bayamón y la Calandria, acompañados por Maso Rivera. Allí Ramito canta la canción del Toro Barcino que termina:

Ya acabaron mis ganacias
Pero quedó esta canción
Murió el toro y el peón
Que triste quedó mi estancia
Ya se acabó la abundancia
Y este dolor me acrisola
Ya se secó la amapola
Ya murió el buey que pitaba
Murió quien lo pastoreaba
Y quedó la estancia sola.

A fin de cuentas la canción se refiere a un sistema económico que muere: "ya se acabó la abundancia". Será difícil de entender a qué abundancia se refiere quien tenga, como yo tuve, como mi hijo tiene, casa con piso y paredes de cemento, carro y la posibilidad de ir al chopin mol a comprar cada pendejá que se le ocurra. Pero se rumora que quieren vender la Plaza del Mercado de Río Piedras para que se instale allí un Wall Mart y algunos nos rebelamos, tratamos de evitar que eso pase. ¿Por qué si, a fin de cuentas, las Plazas del Mercado apestan rancio y la de Río Piedras está en pésimas condiciones? Mi abuelo bajaba al pueblo a vender sus productos (a la de Caguas), pero ahora en la plaza venden aguacates y mangós dominicanos y chinas de la Florida.


Mi razón para volver sobre la canción del Toro Barcino es simple, con todo y los símbolos eróticos (el toro que más fajaba, el buey que pitaba, el que abanaba la zorra) que construyen al toro muerto en un padrote muerto, o, dicho a la Lacán, quien ocupaba "el lugar del padre" es quien ha muerto, por lo que la soledad de la estancia es también una falta de orden, de ley. No es que necesitamos un toro barcino que nos ordene. No es que necesite idealizar una vida campesina pasada que nunca viví a fin de cuentas. Lo dice quien antes de dejarse fajar (en el sentido de poner en su lugar, i.e. el doméstico) se fugó por los caminos de Dios, como se decía en el campo. Vuelvo sobre esta canción porque yo he hecho morcillas y pasteles y he visto matar a un puertco y después echarle agua hirviente para pelarlo con un cristal de botella rota. He recogío verduras (no sé, yautías, malangas, apios) y habichuelas de las matas pa después sacarlas de las vainas (con pánico de no encontrar gusanos) mientras se habla de cualquier cosa y se miran las nubes encima de una loma. Claro, por ratitios, como un entretenimiento, mientras visito pa luego irme.

Después de mi generación no se sabrá el sabor de la cosa fresca. No se lo extrañará porque no se puede extrañar lo que no se conoce. Es más, tal vez terminen alimentándose de algas. Tal vez no me deba importar; que se las arreglen ellos. Pero me importa porque quiero a mis descendientes. Para evitar que ellos terminen alimentándose de algas o pastillas con sabor a pollo, tendríamos que acordarnos de como sembrar y criar animales. Si matáramos la carne que nos comemos en vez de comprarla en el supermercado la respetaríamos más. Tendríamos más claro la vida que se vence para alimentar la vida (¿la gordura?) propia. No es nostalgia romántica, es la desnuda voluntad de supervivencia lo que me hace acordarme del Toro Barcino, aprenderme la canción y cantarla (desafiná y fuera de tiempo seguramente) a la menor provocación.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Crónica: La intemperie interior

Ayer nevaba y llovía al mismo tiempo. El tiempo se volvió flexible cuando el pasado y el futuro se escabullían en el presente que no quiere ser más que eso. Pero está bien que se cuelen si no hay melodrama. Leí que el psicoanálisis es hijo del romanticismo. Pensé, claro, y me dio gracia entender a los analistas, tan metódicos ellos, como Byronianos recalentados y reempacados. Será por eso que en este tiempo de locos nos ha dado por lo gótico: mansiones abandonadas que rescatar y conversaciones con fantasmas, encarnados o no, chupar sangre. Pero no me abruma la nostalgia ni me da por asir esperanzas. A veces un buen baño hace bien. La voz de un niño. Encender el horno. Pensar en tortas de chocolate que batir a mano, trescientas veces, con cuchara de madera. Pero no. Hay que vigilar la línea. Luego un libro, el teclado, un café. Mirar el frío por la ventana del lado acá de la calefacción.