miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sangre


Dice Eduardo Subirats en El continente vacío que Simón Bolívar (¿o se refería a Toussaint L'ouverture, el líder de la Revolución Haitiana de 1804?) es la última consecuencia y a la vez la encarnación del límite de las ideas de la ilustración. Creo que se refería a Bolívar, pero cuánto más es L'ouverture ambas cosas. Siguiendo a Alejo Carpentier, en El reino de este mundo, la Revolución Haitiana fue dirigida, sí, por la noticia de que en Francia se había declarado que todos los hombres eran iguales, con la consecuente declaración de liberación de los esclavos (que no se estaba poniendo en práctica por los hacendados haitianos), pero también por la figura heroica de Mackandal quien, cuando iba a ser quemado ejemplarmente, sobrevivió al usar sus poderes de transformación para convertirse en un pájaro y salir volando de la escena. Este hecho sólo lo vieron los prácticantes del vudú, no los blancos, y tuvo la fuerza suficiente para alimentar la guerra. En esta anécdota están implicados el cuerpo, el mito y la política. Creo que esa tensión violenta entre la modernidad como proyecto impuesto desde afuera y las resistencias desde el cuerpo producido desde otras matrices míticas está viva hoy y resurge cada vez que ese mismo proyecto moderno entra en crisis.

Por dar sólo otro ejemplo, el mito del Inca Rey, en la zona del Perú, habla del regreso de Inkarri, cuyos miembros fueron dispersados por los cuatro lados que conformaron el Tawantinsuyo, la cabeza enterrada en Cuzco. Esta cabeza está viva y se está regenerando en secreto el cuerpo de Inkarri, quien volverá y derrotará a los españoles y restaurará el Tawantinsuyo y el orden del mundo quebrado por la invasión española. Este es otro mito que es político y parte de la representación de un cuerpo que fue sacrificado al proceso de conquista y colonización de las Américas.

Se dice que las Catedrales en México están construídas con sangre, literalmente, la sangre de los indios muertos en el proceso de construcción pasaba a ser parte de la pega para los bloques. Será por eso que cuando hay una protesta política en ese país, se hacen gestos tan dramáticos como sacarse la sangre con jeringuillas y tirarla a las paredes del edificio del Ayuntamiento, acompañado del grito: "¿quieres mi sangre? ¡te la regalo! Allá las protestas políticas son, fundamentalmente, la puesta en escena de los cuerpos sobre los que los políticos legislan. El Zócalo; una de las plazas más grandes del mundo, se llena de personas que acampan. Sólo eso. Acampan como diciendo, estamos aquí. Es a nosotros a quienes están haciendo la vida de cuadritos. Los cuerpos se despliegan, muchas veces en silencio, como el de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. ¿Qué decir? Es que hay veces en que la palabra no sirve. Entonces entra el cuerpo.

Tal vez por eso es que vuelvo a lo que me enseña Michel de Certau, en La escritura de la historia:

“...el combate contra la terrible “peste” de los brujos se transforma, junto con la posesión, en un proceso que oscila entre un debate acerca de los marcos de referencia de una sociedad, y por otra parte, una teatralización de las guerras sociales, religiosas, filsóficas y políticas de la época. La posesión es una escena, mientras que la brujería es un combate. La posesión es un teatro donde actúan las cuestiones fundamentales, pero dentro de una escenografía determinada, mientras que la brujería es una lucha, un cuerpo a cuerpo entre dos categorías sociales” (236).

Es la guerra desde el mito que implica el cuerpo.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Capitalism: A love story

(Estas películas siempre llegan a Puerto Rico, pero un poquito después... Yo no sé cuándo saldrá esta, pero estén pendientes...)

La película más reciente del controvertido director estadounidense, Michael Moore, estrenó ayer, a peser de que varios piensan, como un señor a quien ataca Moore, cámara en mano, con la intensión de conversar sobre temas inconversables en este país: "Please, stop making films". Así, desde la autoparodia, la película propone un argumento muy simple; más simple que en sus filmes anteriores: Estados Unidos fue fundado sobre una base democrática, no capitalista. La libertad del mercado, como se la vive desde los tiempos de Reagan, les está robando libertad a los individuos que son excluidos cada vez más y más de los beneficios posibles de esta sociedad.

Luego ofrece datos: Hasta los años 60 en Estados Unidos los acaudalados pagaban un 90% de impuestos. Con ese dinero se construyó la infraestructura del país (puentes, represas, carreteras) mientras que los ricos podían seguir gozando de la buena vida. Luego se comenzó a recortar los impuestos de los más ricos y a desregular la economía. El costo de esta decisión es humano, sobre todo. Encarcelamientos por hacer negocio, porque el dueño de una cárcel privatizada está de acuerdo con el juez a cambio de una ganacia (¿suena a algo parecido por una islita del Caribe?), despidos masivos por parte de compañías que igual reportan ganancias en los billones de dólares (¿algún recuerdo?), mientras que el congreso que se encarga de salvar los bancos en quiebra..., seguros de campesino muerto a los empleados de las compañías... ¿Qué es eso? Pues, tendrán que ver la película para enterarse. Moore entrevista hasta a un Obispo de no recuerdo qué región, quien explica que el capitalismo, como se lo vive hoy, está en contra de las leyes de la iglesia. ¿Por qué? Pues porque la derecha se ha apropiado hasta del discurso religioso al proponer que el Capitalismo es el paraíso, es un orden divino, es el reinado de los santos inocentes.

La película siempre es sorprendente y emotiva. Tal vez menos chocante que las anteriores, pero está, evidentemente, dirigida a un público mayor. Por momentos parece que Moore está haciendo la próxima campaña política al presidente Obama y buscando acarrear los rebaños hacia el apoyo a las reformas de salud que el Presidente está esforzándose en lograr que se aprueben. Me pregunto qué pensarían mis hermanos, tan capitalistas ellos, si la vieran... Si es que piensan, como el señor que se siente agradido por la cámara, que ese loco debería dejar de hacer películas, al menos, parece que son parte de un grupo cada vez menor. Según Moore, la opinión pública estadounidense está cambiando, debería cambiar hacia el reclamo de una mayor democracia. Pero no se entiende si esto que dice es la celebración de un hecho o un ruego al público para que, coño, despierte...

sábado, 19 de septiembre de 2009

Debajo del palo; Juan Otero Garabís

Mi amigo y colega Juan Otero me envía este texto. Lo publico íntegro. Parece que desde el exilio niuyorquino me toca solidarizarme.

***
Lunes, inicio del semestre, llego frente a la puerta del departamento al cual estoy adscrito, opero la perilla y … cerrado. Este ejercicio ha sido repetido varias veces: la pelea está a favor de la puerta abierta, pero el seguro ha ganado unos cuantos rounds.

Otro lunes, algunas semanas después, entrego una carta a la secretaria ¿de la directora? —antes había recepcionista, pero desde que se retiró hace más de un año, solo ha habido una que permaneció apenas un mes antes de que la trasladaran a la oficina de algún decano. La carta es para recordarle a la directora que no tengo oficina asignada; la que tenía me la quitaron cuando pasé a ocupar un puesto administrativo. Dos semanas después mi carta fue referida al decano. Acabo de regresar de mi sabática y de un año como profesor visitante en Brown University, tengo cuatro preparaciones diferentes, incluyendo un curso graduado; sospecharán que este panorama es mucho más que deprimente.

Jueves, hay paro en la UPR, porque la administración no ha respetado el convenio colectivo la Hermandad de empleados; el miércoles anterior hubo otro, del Sindicato por lo mismo. El gobierno ha decretado el congelamiento de todos los aumentos de salario, menos los de la legislatura y los asesores; me pregunto si es legal legislar retrospectivamente, pues es claro que no es moral despedir trabajadores y negar aumentos de salario mientras se mantiene el de los legisladores.
El paro me beneficia: así trabajo desde mi oficina, en casa. ¿Podré hacer las horas de oficina desde aquí? ¿Será accesible para los estudiantes? Es difícil dejar material en esta oficina para usarlo en el salón: es casi como cargar la oficina en mi mochila cada vez que voy al recinto. Quien se beneficia es el quiropráctico, pues se está asegurando algunas visitas este semestre.

Aprovecho y leo una columna del colega y amigo Jorge Giovannetti, publicada en Claridad, en la que cita al Presidente de la UPR diciendo que no se puede “realizar investigación debajo de un palo”. Qué bien!, alguien que lo admite, pero aún así, con ley siete, incertidumbre administrativa y recortes de personal, parece que debo dirigir mis esfuerzos para que se me asigne un palo, o uno de sus lados, para ubicar mi oficina. Un toldito, o en su defecto una sombrilla con el auspicio de alguna compañía o banco hipotecario, puede servir en caso de lluvia. Para mis deberes “poco útiles”, no hacen falta paredes.

Según apunta Giovannetti en su columna, las humanidades no fueron prioridad en la agenda del presidente saliente, por ser disciplinas de menor utilidad a la sociedad. Tal vez, también, porque para nuestras investigaciones solo hace falta la biblioteca. Pero, ¿cuál biblioteca? El deterioro de la existente la hace casi inutilizable. ¿Será esta otra área poco “útil” o de menor interés para la administración universitaria? Total, si vivimos en un país tan escaso de bibliotecas, que pocos lamentarían que haya una menos. El caso es que en la biblioteca tampoco puedo investigar y atender mis asuntos de la docencia, pues aunque tenga espacio para la lectura, en sus salas no es posible hacer gestiones administrativas ni reunirme con estudiantes.

En el último cuarto del siglo diecinueve, un bonche de intelectuales se debatía sobre si en Puerto Rico era prioridad establecer universidades o desarrollar escuelas. En el prólogo de la primera edición de El gíbaro, de Manuel Alonso, en 1884, Salvador Brau (defensor de la segunda alternativa) celebraba que Puerto Rico era un país con Ateneo y bibliotecas. Parecía que para estos afanosos del porvenir, como los llamaría Silvia Álvarez Curbelo, la educación del país era inseparable de su “progreso social y económico”. A más de un siglo de sus debates y entusiasmos, nos queda un país con escuelas, pero con 60 por ciento de deserción escolar, una universidad pública a la que se le recorta el presupuesto y ¿bibliotecas?.

Me pregunto si a los políticos y los ricos del país les preocupa esta situación. ¿A qué escuelas mandan sus hijos los legisladores, gobernadores, jefes de agencia y alcaldes? ¿A qué universidad? La burguesía norteamericana aseguró buena educación a sus hijos creando universidades privadas, a las cuales anualmente donan parte de su capital. Los ricachones puertorriqueños no donan nada a nuestras universidades, pues envían sus hijos a esas universidades: las universidades privadas de prestigio de Puerto Rico están en Estados Unidos, y éstas no becan hijos pobres de aquí. (Al menos, algunos de los nuestros, nacidos en el territorio continental, se benefician de algunas de las becas que estas instituciones otorgan a hijos e hijas de familias no-privilegiadas económicamente. ¿Habría llegado a juez del Supremo, no de Estados Unidos sino de aquí, Sonia Sotomayor, de haber nacido en Cantera en vez del Bronx?)

Es evidente que quien tiene opciones privadas no se siente afectado por la debacle de la educación pública en Puerto Rico. Para ellos, la Universidad y el Departamento de Educación son monstruos que se quedan con dinero que ellos quieren asignar para que otro ricachón se lleve el contrato para la construcción de otro hotel, otra marina y otra urbanización para afortunados (“such is life”) con cuyos fantasmas nos quedaremos cuando “los inversionistas” decidan marcharse a otros lugares donde puedan obtener más por su dinero. Ni siquiera proponen programas de confección de límbers para venderle a los preciosos turistas que visitarán nuestras playas. ¿O ya los hay en los institutos de turismo?

Vivimos en un país cuyos políticos se “gofian” la boca hablando de una democracia en la que creen muy poco. Sin educación ni salud pública eficientes no hay democracia posible. Parece, como diría Borges, que “el mundo será Tlön”; por lo que, emulándole, quizás deba considerar arrimarme a un palo y retirar mi solicitud de oficina. Desde allí, con buena sombra y caca de pajarito, haré mis mejores esfuerzos como profesor y ciudadano.

lunes, 14 de septiembre de 2009

José Luis González y la censura

Cuando supe que censuraron la Antologia personal de José Luis González me dio pena, más que otra cosa. Pense en la ironía de que se hubiera ido del país, ya que su espiritu libre no pudo lidiar con las censuras a que era sometido a diario y que hoy, luego de que su voz hubiera logrado ocupar un lugar indiscutido en nuestras letras, se lo volviera a censurar. Se autoexiló. Tomó la ciudadania mexicana... A pesar de la lejanía, desde el afuera, a partir de su País de cuatro pisos avivó el dialogo sobre la cultura en el país, diálogo al que volviera, más en paz, ya reconciliándose, con su Nueva visita al cuarto piso. Creo que desde la tumba el también tomaría esta nueva censura como una triste ironía.

Malena Rodríguez Castro me envió el siguiente escrito que reproduzco íntegro. Le agradezco que me diera permiso para protestar conmovida a través de sus palabras



Cada vez que enseño en mis cursos de Literatura comparada “La carta” de José Luis González, uno de mis cuentos preferidos, me sorprende la cantidad de estudiantes que lo conocen. Es uno de los ejercicios que aparecen con frecuencia en los textos escolares de español para que corrijan ortografía. Algunos comentan que, como Juan, todo puertorriqueño tiene en su familia inmediata alguien que emigró a la ciudad o al norte. Algunos se conmueven ante la demanda del pordiosero, su imposibilidad de ser cumplida: ingresar al Puerto Rico prometido de la bonanza y la ciudadanía. Setenta años después se adensan aún más los tiempos de oscuridad en tanto la ley se burla con despidos injustificados, tres olvidables al Supremo, el acecho a la colegiación y la derogación del derecho a la fianza, de nombramientos de incompetentes soberbios a las agencias, de la desfachatez de un estado que despacha los asuntos de la polis exhibiendo la ignorancia, el despotismo, el insulto y la vulgaridad como si fueran bienes, Pero la literatura resiste tal simpleza. En “La carta” la lengua se rarifica precisamente al acercar dos voces que habitan un mismo país, pero en distintas esferas: el pordiosero rural y el escritor urbano. Pero es la literatura quien nos los acerca, quien extiende el gesto de amistad hacia un lector renovado cada vez que lee la carta y la glosa. Seguiremos leyéndola? O será sólo un lujo para aquellos que asistan a escuelas privadas que no lo censuren de sus currículos o que, probablemente por azar, lleguen a un curso donde se incluya? Tendrá la misma suerte la crónica de un espejuelado escritor que asiste al entierro de Cortijo y escucha otras voces, tan puertorriqueñas como la suya, pero que le resultan desconocidas. Podremos habitar un país de muchas tribus cada cual con el mismo derecho a la palabra y a la diferencia? A su respeto, que no es lo mismo que la semejanza o el entendimiento cabal? Qué leerán nuestros hijos? Los descendientes de Melodía? Nuestros estudiantes? En qué país habitarán? El de la democracia o el de la torpeza, la ignorancia y el prejuicio? Es acaso gratuito que los primeros de los textos excluidos (adivinamos que otros le seguirán) son, precisamente, aquellos que. como la casona en que Aura y Felipe se encuentran, proponen mundos posibles, pero no coincidentes; esto es, la afortunada imposibilidad de la torre de Babel, de la ilusa pretensión de tener un solo nombre, una sola lengua, un solo cuerpo, un solo rostro, una sola creencia, un solo país. A estas alturas es el único puño que me interesa alzar: “La carta” ya lo había escrito. Ante ella me absuelvo de la falsa humildad del que se cita a sí mismo. Son tiempos de excepción, dirían los teóricos, en los cuales la suspensión de los derechos mínimos se normatiza. Como para aquel Juan.

"San Juan, puerto Rico
8 de marso de 1947
Querida bieja:
Como le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién

Pocas citas de la literatura puertorriqueña activan nuestra memoria cultural y afectiva del modo en que la narrativa de José Luis González lo hizo en sus relatos de los años cuarenta al sesenta, un periodo coyuntural que marcó el paso de un país agrario al industrial, del campo a la ciudad. El mendigo de “La carta” se afilia, como ha escrito Rubén Ríos en La raza cómica, al negrito Melodía de “En el fondo del caño hay un negrito” lanzándose tras su reflejo al caño de La Perla, espejismo del progreso anunciado por otro infante de los tiempos, el desarrollismo que acompañó el modelo político del estadolibrismo. Se afilia, también, en "Una caja de plomo que no se podía abrir”, al aullido de la madre ante el cadáver del hijo muerto en la Guerra de Corea cuyo dolor, intransferible e inarticulable, sólo encuentra morada en la mínima expresión de la lengua: el grito intolerable que no perturba el automatismo del protocolo militar.

La figura de Juan, solicitando los cuatro centavos de la estampilla, residenciando el no lugar de la estación de correos, invita a detenernos, a escuchar su relato, a atender la exigencia de su demanda, la distinción entre la justicia y el derecho; la apelación y la aplicación de la ley: (Sobre ello ha escrito Jacques Derrida: “Una experiencia, como su nombre indica es una travesía, pasa a través y viaja hacia un destino para el que aquella encuentra el pasaje…Ahora bien, no puede haber experiencia plena…de aquello que no permite el pasaje. A-poría es un no camino. La justicia sería, desde este punto de vista, la experiencia de aquello de lo que no se puede tener experiencia…Una voluntad, un deseo, una exigencia de justicia cuya estructura no fuera una experiencia de la aporía, no tendría ninguna posibilidad de ser lo que es, a saber una justa apelación a la justicia.” Fuerza de ley, Madrid, Tecnos, 1994, 38-39). La sobriedad del título, la brevedad del relato, la nimiedad de la trama, anticipan, paradójicamente, la retórica del encubrimiento de ese otro relato amañado en la inflexión oral, en el formato epistolar, en la discreta acotación del narrador. En efecto, este cuento problematiza la relación del escritor ante los nuevos procesos de desplazamiento y reconfiguración urbana emergentes con los cambios de soberanía y modernización del siglo XX. En "La carta", la promesa del envío del retrato como prueba eficiente del bienestar y ascenso social de Juan, si acaso se cumple, es en la imagen que le queda al lector: la de un hombre acuclillado pidiéndonos la bendición. (Sólo queda el envío de la carta, aquélla que llega a su destino aún cuando vaya sin destinatario cuando, como plantea Slavoj Zizek, nos interpela asestándonos el golpe de su proximidad insoportable, que es distinto del amor al semejante. De la carta, como del mendigo, cabe la pregunta si no es, en última instancia ”…no un significante sino, antes bien, un objeto que se resiste a la simbolización, un excedente, un residuo material que circula entre los objetos y mancha a su poseedor momentáneo.” Su fuerza icónica la refuerza la bastardilla, la puntada que marca la distancia entre su habla, cuyo efecto de inmediatez mediatiza la carta, y la puntualización del narrador culto. Un narrador que, parapeteado en la pretendida neutralidad de la tercera persona y del discurso indirecto, registra la escena como el lente de la cámara de la foto que nunca se tiró: la de un sujeto arrojado de los procesos de movilización social cuya peligrosidad reside en infestar el presente de esos años y su promesa de ley y bonanza para los nuevos ciudadanos. De manchar, con los restos desechables de la devastación todavía cercana, la utopía de una ruralía en una tradición literaria ante la cual González protestó en sus relatos. De confundir en el gesto performático las promesas del estado benefactor y del pordiosero. Y, es que, como escribe José Francisco Ramos:
Un mendigo no es sólo alguien que pide y depende de la misericordia de los demás. Un mendigo es alguien que se entrega a la intemperie, es decir, a la desnudez del sufrimiento. Si el acto de pedir es una humillación, el gesto del mendigo es una parábola de la insatisfacción, del volver a empezar una y otra vez, cada día, con el recuento del polvo y el presentimiento del olvido. (“El imposible humanismo” Actas del Simposio Las Humanidades. San Juan: UPR, 2000, 31))

En toda su obra crítica, Walter Benjamin insistió en que el presente ya está inscrito en las ruinas del pasado. Hoy un deambulante está incorporado, naturalizado en nuestro paisaje urbano. Pero en los cuarenta el canto de cisne del populismo precisaba su ocultación, su domesticación en las vitrinas de bienes y servicios y en la anunciada democratización de la “vida buena”. No obstante, aún circula la carta de Juan como impertinente molestia, exponiéndose a nuestra mirada sin el disfraz de su yo ideal, reducido a la desnuda existencia de ser el residuo de nuestras utopías ciudadanas. He ahí su ambiguedad y su amenaza: reescribir en cada lectura que hacemos de ella la traumática trama de nuestra modernidad desigual.

De “Gravitaciones: la ciudad que nos ciega”. Escribir la ciudad. Editoras Maribel Ortiz y Vanessa Vilches. San Juan:fragmentoimán, 2009.